“No hay amanecer en las montañas ni crepúsculo en el mar que pueda hacer que quien fue niño en Berlín olvide las rojas salidas y puestas de sol sobre la vegetación del canal en la primavera y el otoño”.Franz Hessel, Paseos por Berlín.
El 31 de mayo de 1919 fue encontrado el cuerpo de una mujer flotando en el Landwehrkanalde Berlín (1). Los guantes y los restos del vestido permitieron identificarla como Rosa Luxemburg, asesinada el 15 de enero por la milicia paramilitar del Freikorps (2) que actuaba a las órdenes del socialista Gustav Noske (3), comandante en jefe de las fuerzas militares concentradas en Berlín por el gobierno alemán, que presidía el socialdemócrata Friedrich Ebert.En el Tiergarten, no muy lejos del lugar en el que Rosa Luxemburg fue arrojada a las aguas del canal, el Freikorps también asesinó esa nochea Karl Liebknecht cuyo cadáver fue depositado por un teniente en la Morgue, como “cadáver desconocido”, con varios disparos efectuados a quemarropa (4).
También fueron asesinados cientos de espartaquistas (5), que se habían rendido a las fuerzas militares del gobierno. Entre el 11 y el 15 de enero, en los combates y asesinatos de aquellos cinco días de 1919, fue exterminada la vanguardia revolucionaria del proletariado de Berlín.
La idea que se ha transmitido para la historia sobre el “enero rojo” de Berlín es la de un levantamiento minoritario realizado exclusivamente por una vanguardia de comunistas radicalizados. Nada más lejos de la realidad.
Durante el mes de diciembre y los primeros días de enero se sucedieron una serie de provocaciones (perfectamente orquestadas) realizadas por las autoridades gubernamentales, que dieron lugar a diversos enfrentamientos con las fuerzas revolucionarias. Como consecuencia de ello, el día 5 de enero se convocó en Berlín una masiva manifestación de protesta contra el gobierno de Ebert y Scheidemann. El detonante final había sido la destitución del jefe de policía de Berlín,Emil Eichorn, del USPD (Partido Socialdemócrata Independiente) y un hombre cercano a las ideas revolucionarias. La manifestación rápidamente desbordó sus objetivos iniciales, adquiriendo un carácter revolucionario. El Comité Central del recién creado Partido Comunista de Alemania (KPD)titubeaba y una parte de sus miembros (entre ellos Rosa Luxemburg) eran contrarios a la idea de desatar la insurrección en ese momento, pues consideraban que el partido(que estaba ganando apoyos pero era aún un grupo muy pequeño) carecía de los cuadros, la organización y los medios para conquistar y mantener el poder. Pero otra parte de sus miembros (encabezada por Liebknecht) decidió por su propia cuenta apoyar la insurrección junto conlos elementos más izquierdistas del USPD berlinés.
Según las palabras de Víctor Serge (6): “Liebknecht desataba antes de tiempo, sin contar con un partido, una insurrección que no tenía medios de dirigir……Doscientos mil proletarios resueltos, magnífico ejército pronto a todos los sacrificios…..esperaron impacientes horas y horas yendo y viniendo por las avenidas brumosas del Tiergarten…..No hubo Comité Revolucionario que acertase a emplear su energía”.
La derrota del “enero rojo” berlinés no fue, pues, una consecuencia de la insuficiente movilización de las masas (al menos, en Berlín) sino que fue debida principalmente a la carencia de una dirección revolucionaria con una organización, estructura, objetivos, planes y medios adecuados para la conquista del poder.
Rosa Luxemburg, en su último escrito (El orden reina en Berlín) decía que ese era el menor de los problemas “porque la dirección puede y debe ser creada por las masas”. Pero, al menos en este punto, Rosa se equivocó porque el “enero rojo” representó el exterminio de una generación irreemplazable de dirigentes revolucionarios europeos (7).
Aquellas masas no volvieron a tener la capacidad de crear una dirección revolucionaria como fueron los espartaquistas de 1919. Después del desastre, el Partido Comunista de Alemania fue reconstruido en 1920 pero fue, desde el principio, esencialmente una sección de la Internacional Comunista (Komintern) y su dependencia de la Unión Soviética se hizo cada vez mayor en los años del estalinismo.
La magnífica cultura del socialismo revolucionario alemán, heredera de las mejores tradiciones del pensamiento marxista europeo, desapareció en 1919. Ningún partido revolucionario recogió en su ideario la defensa de la autonomía de los trabajadores y las libertades políticas fundamentales con la misma claridad con la que Rosa Luxemburg había recogido esos principios en su pensamiento y sus escritos.
En el análisis histórico resulta muy arriesgado hacer hipótesis de historia-ficción pensando en lo que hubiera podido suceder si un acontecimiento histórico hubiera sucedido de otra manera, pero es evidente que el socialismo revolucionario que proponían Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht habría resultado una referencia mucho más atractiva para la clase trabajadora de Europa Occidental de lo que representó el comunismo de la Unión Soviética. También es indiscutible el peso que habrían podido tener dentro del debate ideológico del comunismo internacional en aquellas décadas (8). Tal vez la historia del comunismo, dentro y fuera de la Unión Soviética, habría podido ser diferente si los dos principales dirigentes del socialismo revolucionario alemán no hubieran desaparecido de forma prematura en aquel “enero rojo”de 1919.El exterminio de los espartaquistas probablemente representó, en cuanto a sus efectos históricos, la más grave derrota de la revolución socialista en la Europa del siglo XX.
Aún habría nuevas batallas revolucionarias en los años siguientes: el 9 de marzo de aquel mismo año el gobierno socialista ordenó a los soldados y paramilitares atacar a los manifestantes revolucionarios berlineses con ametralladoras, tanques e incluso aviones, produciendo más de mil muertos entre la población, y en abril el socialista Gustav Noskeenvió una vez más a losFreikorps(entre los que se encontraba el futuro jefe de la milicia del Partido Nazi, ErnstRöhm) (9) para restaurar el orden y aplastar a la República Soviética de Baviera que había sido proclamada el día 2 de abril en Munich.Los Freikorps, precursores de las Secciones de Asalto (SA) del Partido Nazi, se convirtieron en un elemento fundamental de la violencia política de la extrema derecha en la Alemania de Weimar (10).
También existió un efímero estado soviético en Hungría. La República Soviética Húngara fue proclamada el 22 de marzo de 1919 por Bela Kun, que permaneció 133 días en el poder, al frente del Partido Comunista Húngaro y sucumbió en agosto de aquel año ante el ataque de sus enemigos interiores del Ejército Nacional del almirante MiklósHorthy (que terminó estableciendo en Hungría una dictadura militar de tipo fascista) y la invasión exterior del Ejército rumano, alentada por los Aliados de la Entente con el apoyo de las fuerzas reaccionarias húngaras (11).
En 1920, el putsch fascista de Kapp dio lugar a una huelga general masiva, con una enorme movilización, que abortó el golpe y dio lugar a una oleada revolucionaria durante el mes de marzo en el Ruhr, que fue reprimida por las fuerzas militares del gobierno socialdemócrata de Friedrich Ebert causando más de mil muertos entre las fuerzas insurgentes. El último intento revolucionario serio tuvo lugar en Alemania en 1923cuando el desempleo masivo y la hiperinflación desembocaron en los levantamientos revolucionarios en Turingia y Sajonia (que establecieron efímeros gobiernos obreros) y en el levantamiento comunista de Hamburgo del 23 al 25 de octubre de 1923,dirigido por ErnestThälmann (12),que también fracasó. Y en noviembre de ese mismo año tuvo lugar también el fracasado golpe fascista de Hitler y Ludendorff en Munich.
Pero, visto en la perspectiva histórica, resulta evidente que la derrota dellevantamiento espartaquista de Berlín en enero de 1919 marcó el punto de inflexión fundamental para el movimiento revolucionario en Centroeuropa y consolidóel militarismo reaccionario alemán (que había sido derrotado por sus enemigos imperialistas exteriores en la Gran Guerra) como la fuerza política fundamental que marcaría la evolución de la República de Weimar.
Romain Rolland, en su magnífica crónica del “enero rojo” (Enero rojo en Berlín) fue quien interpretó de la manera más clarividente el significado de aquella derrota y el peligro que representaba para la paz mundial:
“No parece que la prensa francesa se haya dado perfecta cuenta de la gravedad trágica de estas jornadas de enero, no solo para la revolución alemana sino para la paz del mundo. Los gobiernos de la Entente y su prensa burguesa dan pruebas de una singular ceguera. Tan singular que uno se pregunta si no será voluntaria. Llevados del miedo que los invade ante los progresos de la idea comunista en Europa han saludado con alivio la derrota de los espartaquistas sin cuidarse de los peligros políticos que su desaparición entrañaba para la Entente. Su preocupación única por los intereses capitalistas los hace desentenderse de la inquietud que estos buenos nacionalistas deberían sentir hacia su nación”.
Rolland no se equivocaba: toda la palabrería sobre la nación y la patria desaparece cuando están en juego los intereses del capital, la única y verdadera patria de los burgueses (13).
Momento crítico para la revolución bolchevique: después de su derrota en la Gran Guerra, el imperialismo alemán retrocedía en el oeste de la Rusia Soviética pero el imperialismo de la Entente (mucho más fuerte y peligroso) teníalas manos libres para cercar y asfixiar a la revolución. Lenin lo había expresado con claridad en el VI Congreso de los Soviets: “No hemos estado nunca tan cerca de la revolución mundial y, sin embargo, no hemos estado jamás en un peligro tan grande” (14). Yen ese momento la revolución alemana, gran esperanza de la revolución mundial, sufría una dura derrota que obligaba a posponer las expectativas revolucionarias en ese país. “La frontera del bolchevismo retrocedía desde el Rin hasta mucho más allá del Vístula, en donde se constituía rápidamente, bajo el gobierno socialista de Daczinski, la República de Polonia, otra muralla de defensa de la vieja Europa” (15).
La revolución bolchevique no podía esperar ninguna ayuda internacional a corto plazo y debía enfrentarse a la contrarrevolución y a la intervención multinacional únicamente con sus propias fuerzas. El Estado Soviético era una fortaleza asediada por todos sus confines. Pero el partido se militarizó y el ejército rojo se endureció y resistió. La Chekaaplicó el “terror rojo” para reprimir a los enemigos de la revolución y la guerra adquirió aún mayor brutalidad. En 1921 la República de los Soviets había ganado la guerra, pero en muy pocos años se apagaron los últimos rescoldos revolucionarios en Europa.
Desde 1923 era evidente que la revolución mundial no vendría en auxilio de la República de los Soviets y que sería necesario afrontar la reconstrucción y supervivencia del paísal margen de cualquier expectativa revolucionaria internacional.Un partido militarizado tendría que afrontar la construcción del socialismo en un estado que seguía funcionando como una fortaleza sitiada (16).
La insurrección de los trabajadores de Viena, en 1934, y la Guerra Civil Española, en 1936-39, fueron dos enfrentamientos que tuvieron, sin duda, un componente revolucionario pero fueron, principalmente, combates defensivos contra el fascismo. Las democracias capitalistas seguían pensando que el fascismo era un útil aliado frente al comunismo y la política internacional de la URSS y el Komintern daba prioridad, en ese momento, a la defensa del Estado Soviético frente a cualquier proyecto revolucionario. El tiempo de las revoluciones había pasado y se aproximaba, otra vez, el tiempo de la guerra.
Más allá de cualquier circunstancia personal, individual o subjetiva,fue el aislamiento internacional lo que creó las condiciones objetivas parala burocratización y degeneración del partido y el estado y el triunfo del estalinismo. El fracaso de la revolución en Alemania y Europa Central fue determinante en la historia del socialismo soviético.
El recuerdo de los crímenes del “enero rojo” y la política contrarrevolucionaria de la socialdemocracia pesó también como una losa sobre la política de la Alemania de Weimar, dificultando la alianza de los antifascistas para frenar el ascenso de Hitler. En ningún otro país resultó tan creíble como en Alemania el término “socialtraidor”, utilizado por el estalinismo ultraizquierdista de los años 30 (17).
Y se cumplieron los deseos de Foch (“Antes Hindenburg que Liebknecht”). Hindenburg fue elegido presidente en 1932 y nombró canciller a Adolf Hitler en 1933. Finalmente, como había anunciado Liebknecht en su testamento político,“el río de lava de una erupción volcánica sepultó a la socialdemocraciade la República de Weimar” (18). Pero esa “lava ardiente” no fue la consecuencia de una erupción revolucionaria, como él había pronosticado, sino de una erupción fascista cuyo fuego habían conservado, protegido y alimentado aquellos socialdemócratas cuando movilizaron a las fuerzas más negras del militarismo reaccionario alemán para aplastar la revolución. Y ese río de fuego, que abrasó a los que Serge llamaba “los socialistas de la contrarrevolución”, incendió también el mundo y loarrastró al mayor holocausto de su historia (19).
“Espartaco significa socialismo y revolución mundial”, escribió Liebknecht el 14 de enero de 1919. Y, un siglo después, ese es el legado que ha permanecido en la memoria. La derrota y el exterminio de los espartaquistas fue mucho más que la derrota de una revolución: no es exagerado decir que fue una derrota para toda la humanidad. La alternativa “socialismo o barbarie”, que Rosa Luxemburg dejó para la historia, se cumplió en su totalidad: la barbarie triunfó porque el socialismo no pudo ser en el rojo Berlín de 1919.
Jesús Rodríguez Barrio es activista de La Comuna.
Referencias
Broué, P. (1973) Revolución en Alemania /1. De la guerra a la revolución. Victoria y derrota del “izquierdismo”. Barcelona: A. Redondo. https://marxistarkiv.se/espanol/clasicos/broue/revolucion_en_alemania.pdf
Brugos, T. (2018) “La Revolución alemana de 1918. La esperada, la que no pudo ser”. En Viento Sur, nº 161, pp. 113-118, diciembre.
Gerwarth, R. (2017) Los vencidos. Barcelona: Galaxia Gutemberg.
Liebknecht, K. (1919) “A pesar de todo”. Último escrito, publicado en Die RotheFahne (la Bandera Roja) el 14/01/1919. Recogido en La Revolución Alemana de 1918-19, pp. 55-59 (Fundación Federico Engels, Madrid, 2009).
Luxemburg, R. (1919) “El orden reina en Berlín”. Último escrito, publicado en Die RotheFahne (la Bandera Roja) el 14/01/1919. Recogido en: La Revolución Alemana de 1918-19, pp. 47-53 (Fundación Federico Engels, Madrid, 2009).
Rolland, R. (1919) “Enero rojo en Berlín”. Publicado en los días 16, 17 y 18 de febrero de 1919 en el diario L’Humanité. Recogido en: La Revolución Alemana de 1918-19, pp. 79-93 (Fundación Federico Engels, Madrid, 2009).
Serge, V. (2017) El año I de la Revolución Rusa. Madrid: Traficantes de Sueños.
Stevenson, D. (2013) 1914-1918. Historia de la Primera Guerra Mundial. Barcelona: Penguin.