10N: La polarización identitaria y la disyuntiva de ERC

Las elecciones generales del pasado domingo, entre otras muchas cosas, habían de servir para pulsar la correlación de fuerzas en el interior del independentismo. Especialmente entre ERC y Junts per Catalunya, que pugnan por la hegemonía del movimiento secesionista, pero también para medir los apoyos de la CUP que por primera vez concurría en unas legislativas españolas.

Los tres partidos independentistas mejoraron sus registros respecto a los comicios del pasado abril, pasando del 39,38% al 42,59%, y cosecharon 1,6 millones de votos, aunque lejos de los dos millones de sus mejores resultados en las autonómicas. En el contexto de las grandes movilizaciones de rechazo a la sentencia del procés, estos datos indican que los apoyos al movimiento independentista han cristalizado y que difícilmente aumentarán de manera significativa.

El escrutinio otorgó la victoria en el conjunto del país a ERC, aunque con la pérdida de dos puntos porcentuales y dos diputados. Esta caída fue más acusada en las zonas de la Catalunya interior y en los distritos de las grandes ciudades del área metropolitana donde residen las clases medias, base social del movimiento independentista. Así, en Vic, ERC pasó del 33,4% al 26,3% de los votos, mientras que JxCat incrementaba sus apoyos del 27,5% al 31,2%. De este modo, la formación postconvergente le arrebató la condición de fuerza más votada en este municipio. La CUP obtenía el 11,6%, doblando los resultados del Front Republicà que, en las pasadas generales, obtuvo el 5,7% de los votos. En esta plaza fuerte del independentismo, las fuerzas secesionistas lograron el 70% de los sufragios, incrementando en casi cuatro puntos sus apoyos electorales respecto al pasado 28 de abril.

Por el contrario, en un municipio de la Catalunya metropolitana como Santa Coloma de Gramanet, los tres partidos independentistas sumaron solo el 16,3% de los votos, incrementando en algo más de dos puntos sus apoyos que, en las pasadas generales, fueron del 13,9%. Esto no puede atribuirse a la abstención diferencial, pues en ambos municipios ésta se cifró igualmente en torno al 5% de los sufragios. Es decir, que ERC se vio castigada en los feudos independentistas y resistió o incluso mejoró ligeramente sus resultados en la Catalunya metropolitana.

En el conjunto del país, el PSC, el partido central y mayoritario del bloque constitucionalista, fue la segunda fuerza de Catalunya a una distancia de dos puntos, casi 80 mil votos y dos diputados con respecto a ERC; pero cediendo 2,7 puntos porcentuales respecto a los comicios de abril. En Santa Coloma de Gramenet, los socialistas fueron la primera fuerza política con el 35,37% de los sufragios, aunque perdiendo el 4,1% por ciento de sus apoyos electorales que no fueron compensados por un incremento similar de los Comunes, la segunda fuerza política del municipio, que resistieron mejor y sólo cedieron un 1,1% de votos. Vox fue la formación que experimentó un crecimiento más notable doblando sus porcentajes de votos (del 3,8 al 8%), casi empatando con el PP (8,8%), que mejoró moderadamente sus registros y de C’s (7,6%) que perdió la mitad de sus apoyos electorales. En Vic, el PSC también cedió votos, pero no tantos como en los distritos del área metropolitana, pasando del 13,9% al 11,2% de los sufragios. Es decir, el PSC aguantó mejor en las zonas dominadas por los partidos independentistas y sufrió las mayores pérdidas en sus plazas fuertes.

Los Comunes, que fueron la primera fuerza política en Catalunya en las generales del 2015 y 2016, se vieron relegados a la tercera posición en número de votos y a la cuarta en escaños –como ya ocurrió el pasado abril–  a causa de la ley electoral que prima a las circunscripciones del interior, donde son más fuertes los partidos independentistas. Esta formación casi repitió sus registros en el conjunto del país con una ligera caída, inferior al uno por ciento. No obstante, mientras en la provincia de Barcelona perdieron un diputado, en Girona, donde no tenían representación, obtuvieron un escaño. Acaso ello sea debido al perfil de sus candidatos; en Barcelona, repitió al frente de la lista Jaume Asens, notorio independentista; por el contrario, en Girona encabezó la candidatura Laura López, contraria a la secesión y que calificó de “vivales” a Carles Puigdemont, siendo desautorizada por ello por Asens.

En definitiva, las dos formaciones centrales y mayoritarias de los dos bloques, que se han mostrado más proclives al diálogo, fueron ligeramente castigadas en beneficio de sus extremos: Vox y PP, y JxCat y CUP respectivamente. Aquí radica la principal novedad de estas elecciones, pues este voto dual, en términos sociales e identitarios, resulta una característica estructural de la sociedad catalana.

Estos comicios se han celebrado en unas circunstancias especialmente anómalas. Han estado determinados por una repetición de la cita con las urnas que no ha sido entendida por la inmensa mayoría de los electores y por las reacciones a la sentencia del Tribunal Supremo que han movilizado a los sectores más radicales del nacionalismo catalán y español. También, por la exhumación del dictador Francisco Franco, que ha reactivado al franquismo sociológico. De hecho, las dos polaridades políticas e identitarias, Vox, en la extrema derecha españolista y CUP, en la extrema izquierda independentista, han conseguido registros muy semejantes. Vox con 243.025 votos (6,30%) y CUP con 244.754 votos (6,35%). Aquí debe señalarse el inquietante dato de la creciente penetración de Vox en los barrios obreros, donde en algunos casos han superado el 10% de los votos, al estilo del Frente Nacional en Francia.

Ahora bien, nos falta perspectiva para discernir si esta polarización del espectro político es coyuntural, producto de las citadas circunstancias excepcionales o responden a una tendencia de fondo, estructural, de la ciudadanía española y catalana.

 

ERC en la encrucijada

El preacuerdo para formar un gobierno de coalición PSOE-Podemos impacta directamente en el convulso escenario político catalán, donde todos los analistas apuestan por un adelanto electoral. La irreflexiva negativa de los restos de Cs de apoyar esta fórmula de gobierno deja en manos de ERC su viabilidad; provocando la paradoja que la gobernabilidad del país quede en manos de quienes quieren destruir su unidad territorial. Los dirigentes de Cs no han aprendido la lección impartida por Manuel Valls en el Ayuntamiento de Barcelona quien apoyó –a pesar de sus profundas divergencias ideológicas– a Ada Colau para impedir que la alcaldía de la capital de Catalunya fuese a parar al converso al independentismo y exsocialista Ernest Maragall.

En la fallida legislatura anterior, Gabriel Rufián se mostró partidario de apoyar este gobierno de coalición y recriminó tanto a PSOE como a Podemos la irresponsabilidad que suponía repetir unas elecciones que podrían otorgar una segunda oportunidad a las tres formaciones de la derecha españolista, aunque obviando que su negativa a apoyar los Presupuestos Generales del Estado había precipitado esos comicios. Asimismo advirtió que, después de la sentencia del procés, sería más difícil obtener el voto afirmativo o la abstención de ERC.

El resultado electoral del 10N, que ha reforzado a los sectores más intransigentes del movimiento independentista, y la proximidad de la cita con las urnas dificulta que ERC adopte esta decisión. Por tanto, exigirá alguna contrapartida visible que pueda esgrimir ante estos sectores, representados políticamente por JxCat y CUP, que apuestan por el bloqueo y la ingobernabilidad del Estado como medida de presión para doblegarlo y permitirles ejercer el derecho a la autodeterminación (léase separación).

ERC ha mostrado un comportamiento sumamente contradictorio, por no decir errático. Por un lado, dice encarnar la moderación, el realismo político y la voluntad de diálogo con el Estado; pero, en sentido contrario, votó en contra de los Presupuestos Generales, vetó a Miquel Iceta como presidente del Senado o ahora, en la persona de Roger Torrent, ha desobedecido al Tribunal Constitucional al permitir la votación en el Parlament de una moción sobre el derecho a la autodeterminación, parodiando de modo grotesco las escenas de septiembre de 2015. Una conducta que se explica por la contradicción entre el vector que le impulsa hacia el realismo político, dado el fracaso de la vía unilateral, y las presiones en sentido contrario de los guardianes de la ortodoxia secesionista que resultan aún más eficaces ante la proximidad de unas elecciones anticipadas en Catalunya, donde ERC aspira a consolidar su hegemonía en el movimiento independentista. La pugna entre la tendencia realista y fundamentalista, encarnadas por Joan Tardà y Marta Rovira respectivamente, se dirimirá en el congreso del partido previsto para el próximo 21 de diciembre; aunque quizás antes tengan que tomar una trascendental decisión en la investidura de Pedro Sánchez.

El carácter antifascista del gobierno de coalición en Madrid podría facilitar este tránsito y, de algún modo, actualizaría una constante histórica de la política española. A saber, los pactos entre la izquierda española y los partidos de las nacionalidades o regiones frente a la derecha centralista y autoritaria, como ocurrió en la Segunda República, la dictadura franquista y en la reciente moción de censura contra Mariano Rajoy. Nadie ignora que unas terceras elecciones propiciarían un gran crecimiento de Vox y la elevada probabilidad de una mayoría de derechas partidaria de la mano dura en el conflicto catalán.

Justamente éste es el cálculo de Carles Puigdemont y Quim Torra, que emplearán todas sus energías en sabotear la eventualidad de este gobierno progresista de coalición, mediante las máximas presiones a ERC, que pueden ser secundadas en una muestra de infantilismo político por la CUP. Prueba de ello son las últimas acciones de Tsunami Democràtic y los CDR cuya última consigna: “independencia o barbarie” resulta expresiva de la estrategia nihilista que preferiría un gobierno ultraderechista y anticatalanista en España para que el conflicto adoptase características explosivas en Catalunya y, en su imaginario, propiciar una intervención de la Unión Europea o sumir Catalunya en el caos.

Así, pues, estas jornadas serán decisivas para verificar si ERC y sus aliados de Bildu y BNG se decantan por dar vía libre al gobierno de coalición PSOE-Podemos o ceden a las presiones de los sectores fundamentalistas abriendo el camino, mediante unas terceras elecciones, a un gobierno de la derecha y la extrema derecha.

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