Este artículo presenta una serie de reflexiones y de interrogantes sobre las tensiones geopolíticas del mundo contemporáneo. Una invitación a seguir pensando la posición que debemos asumir en una situación histórica tan complicada como la actual.
[01]
No se debe confundir el Derecho Público Internacional con las Relaciones Internacionales.
En el Derecho Público Internacional las controversias internacionales están sometidas a normas. Algunas de estas normas, que aparentemente reposan sobre fuentes formales (la jurisprudencia, la doctrina…), asumen un carácter imperativo –ius cogens–, por lo que acarrean obligaciones sobre el conjunto de sujetos de la comunidad internacional –erga omnes–. Pero incluso esas obligaciones están supeditadas a una dinámica sistémica que circula por fuera del Derecho Público Internacional, y esa dinámica corresponde a la correlación de fuerzas propia de las Relaciones Internacionales.
[02]
«Las relaciones internacionales son un escenario hostil, donde los países obran exclusivamente de acuerdo a intereses, el Estado es el actor fundamental, y la variable determinante del resultado final es el poder militar». La cita es de Mariela Salguero, en cuya afirmación sigue el planteamiento realista inicialmente trazado por Hans Morgenthau, quien dejó escrito que «la política internacional, como toda política, es una lucha por el poder».
[03]
Siendo que el poder es el principal de los factores operativos de las Relaciones Internacionales, debemos ubicar nuestra atención en la Geopolítica: la actividad estatal orientada a influir en los asuntos de la esfera internacional.
Sin embargo, pareciera que los objetivos de España en política exterior no responden a las necesidades ni a los intereses del país… ¿Es España un país sin brújula geopolítica? Pensemos, por ejemplo, en la entrega del Sáhara Occidental al Reino de Marruecos, cuyas repercusiones negativas son inmediatas si advertimos el encarecimiento del gas argelino que consumimos. ¿Qué explica la actitud de pleitesía de nuestras clases dirigentes hacia las exigencias de Mohamed VI? ¿Cuáles serán las consecuencias de largo alcance de la renuncia a defender los intereses nacionales?
[04]
Se conocen como «países mariachis» a aquellos países que, subordinados a potencias extranjeras, se dejan arrastrar a empresas bélicas que son por completo ajenas a sus intereses. Tal vez, asumiendo eso, podamos explicar la vehemencia con que España se ha ofrecido a enviar armamento y a proporcionar entrenamiento a las fuerzas armadas ucranianas. En efecto, Europa Oriental es otro escenario en el que nuestro país asume unas directrices políticas, económicas e incluso militares que no necesariamente corresponden a sus intereses geopolíticos. Tanto las fuerzas políticas supuestamente de izquierdas como aquellas otras de extrema derecha se han posicionado, con más o menos reservas, del lado de Washington… Y, ¿cuál está siendo el resultado?
Las sanciones económicas a Rusia no sólo no han logrado desestabilizar al Kremlin, sino que además están repercutiendo negativamente sobre suelo europeo generando focos –por ahora controlados– de protesta social. De hecho, Moscú es consciente que, a diferencia del pueblo ruso, acostumbrado a lidiar con la adversidad, la ciudadanía de Europa occidental no parece demasiado dispuesta a realizar grandes sacrificios… Y con razón: tenemos mucho que perder y apenas nada que ganar de seguir prolongándose el conflicto o acrecentándose su intensidad.
[05]
Josep Borrell, el jefe de la diplomacia europea, fue explícito al decir que «esta guerra se ganará en el campo de batalla». Obvio resulta que nos encontramos ante una «guerra proxy» en la que Ucrania es subsidiaria de intereses ajenos.
Ucrania es, según el concepto de Zbigniew Brzezinski, un «pivote geopolítico», es decir, un país cuya ubicación geográfica hace que sea de especial importancia para los intereses estratégicos de las potencias mundiales. Y ello da lugar a pensar que una escalada del conflicto militar hacia un choque a gran escala y de alta intensidad no es imposible. De ahí la importancia de respaldar una solución negociada, un fin pactado de la contienda.
[06]
Sobre Ucrania se pone el foco en lo que refiere a la actual «guerra convencional limitada». Pero oculta a la opinión pública, y de manera atemporal, los actores en pugna emplean otros métodos: en «tiempos de aparente paz» los acorazados y la artillería ceden su papel protagónico a, entre otras facetas propias de la «guerra híbrida» o «guerra multidominio», las «armas de comunicación masiva». Ante lo cual, preguntémonos…
¿Los canales de información y de comunicación que discurren por el mundo cibernético favorecen la difusión de la propaganda y de la manipulación de masas o, por el contrario, permiten un espacio no mediado por los discursos parciales e interesados? ¿En tiempos de Internet cómo se consigue la obediencia ciega, la devoción a una causa, el sometimiento acrítico de la autoridad, el maniqueísmo y la simplicidad argumentativa…? ¿Es Internet un ámbito propicio para las «operaciones psicológicas» (manipulación, propaganda, noticias falsas…)?
[07]
Se denominan NAFO (North Atlantic Fellas Organization / Organización de Colegas del Atlántico Norte) a los perfiles de redes sociodigitales –principalmente Twitter– cuyo cometido es realizar propaganda pro-otanista bajo el avatar de un perro de raza shiba inu. Podríamos decir que se trata de un «ejército de internautas» propagandistas. Además, los miembros de este grupo se dedican a señalar a los usuarios que, con respecto a la Guerra de Ucrania, expresan una opinión distinta a la del discurso oficial. Otra de sus actividades es hacer llamados a la recaudación de fondos económicos para el ejército ucraniano.
¿Quiénes hay detrás de estas cuentas de Twitter? ¿Son usuarios reales, personas con genuinas inquietudes políticas? El analista Javier Barriuso ha extraído datos de las cuentas NAFO y ha advertido que la creación de una gran parte de ellas corresponde al inicio de la operación militar rusa en Ucrania. Además, el nombre de muchas de estas cuentas (una retahíla de dígitos aleatorios) parece indicar que han sido creadas de manera automática. De ser el caso, estaríamos ante la presencia de «bots»: programas informáticos que simulan interacción humana en las redes sociodigitales.
[08]
El 5 de febrero de 2003 Colin Powell, por entonces Secretario de Estado de Estados Unidos de América, afirmaba ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que Irak poseía armas de destrucción masiva. Para demostrarlo, enseñaba un pequeño frasquito en cuyo interior se hallaba algún tipo de sustancia (que podía ser ántrax o, quizá, jabón de manos obtenido del baño más cercano). Esa falsedad justificó la invasión al país por parte de George W. Bush, acompañado de Tony Blair y de José María Aznar.
En ese entonces, buena parte de la ciudadanía europea se movilizó contra el aventurismo bélico del «trío de las Azores». Mucho parece haberse modulado la opinión pública como para que esas manifestaciones multitudinarias de hace veinte años hayan dejado paso a una suerte de estupor ingenuo –o indignación resignada–, generalizado entre las capas populares y los profesionales de cuello blanco, con respecto al escenario bélico del que participan nuestros gobiernos.
[09]
El concepto «humanitarismo selectivo» lleva usándose desde hace muchas décadas para referirse a los intereses espurios que se ocultan detrás de ciertas actitudes éticas. Más recientemente se empezó a hablar de «guerra humanitaria». Y con respecto a esa referencia al «humanitarismo» ocurre como con la apelación a la «democracia» o a los «derechos humanos», que suele ser una farsa retórica con que ocultar intenciones bastardas. Ahora bien, tomémonos la pregunta en serio: ¿Es posible iniciar una guerra por razones verdaderamente humanitarias?
Si una acción militar está verdaderamente fundamentada por razones humanitarias, entonces esa acción militar ya presupone la existencia previa de una situación bélica o, por lo menos, de una situación de violencia armada. Esto se puede observar mediante una ucronía de fácil comprensión: imaginemos que en 1936 el gobierno francés de Léon Blum, el Front populaire, hubiera decidido intervenir militarmente sobre suelo español en respuesta a la petición de socorro realizada por José Giral, presidente del Consejo de Ministros del gobierno republicano de Manuel Azaña. En ese supuesto, la intervención francesa (motivada por razones humanitarias sin que ello pudiera excluir razones de otra índole, como afinidades ideológicas y/o intereses geopolíticos) estaría precedida por un contexto bélico anterior: la sublevación militar del 18 de julio contra el Gobierno de la Segunda República española.
[10]
Donald Trump ha prometido que, en el caso de ser elegido presidente, terminaría la Guerra de Ucrania en sólo un día. Ante el inicio del declive estadounidense, Trump apuesta por un repliegue defensivo: resituar la producción intramuros y estabilizar las relaciones internacionales. De lo cual se deduce que, si Trump sale airoso del cerco judicial y puede presentar su candidatura presidencial en 2024, entonces el candidato a la Casa Blanca del Partido Demócrata será, a su vez, el candidato del complejo militar-industrial.
A los «halcones» de la política exterior usamericana no les importa volar con uno u otro presidenciable, siempre y cuando asuman una disposición ofensiva, ya sea el «negro» Obama o, quizá tras las próximas presidenciales, el «empoderamiento femenino» representado por Kamala Harris.
[11]
En Relaciones Internacionales la apelación a los Derechos Humanos suele ser la mascarada de intereses nacionales.
De manera que los «valores liberales» deben exigirse en Irán, pero no en Arabia Saudí. Las «libertades democráticas» se encuentran ausentes en Venezuela, pero no en Marruecos. Actualmente existen tropas militares de Estados Unidos ocupando parte del territorio sirio sin permiso de Damasco, pero al respecto de ello no informan los medios de comunicación. La República Popular China es una amenaza para el mundo libre, al tiempo que Israel es un oasis de convivencia pacífica y de vibrante multiculturalidad.
[12]
En Europa es llamativa la posición de «la nueva izquierda» y, en particular, de Die Grünen (Los Verdes alemanes): en cuestión de unas pocas décadas han pasado de ser un polo social y político pacifista a, por el contrario, la punta de lanza del belicismo.
Esta constatación nos sugiere una serie de interrogantes… ¿Ha habido un reacomodo de la configuración ideológica que legitima el orden político? ¿Los valores que actualmente se consideran progresistas (asociados al feminismo, a las sexualidades alternativas, al ecologismo, etc.) están siendo movilizados por las élites, o por lo menos instrumentalizados, para demonizar aquellos países que, como Rusia, China o Irán, son enemigos geopolíticos?
[13]
Hay otra manera de verlo, y es aquella por la cual esos «valores progresistas» actúan también como la forma de la que se sirve Occidente –o por ser más específicos Estados Unidos– para capturar la mentalidad colectiva de los países a fin de subyugarlos ideológica y culturalmente, y, de este modo, absorberlos como parte de su protectorado. Se trataría de una dominación indirecta a través del pensamiento y de la cultura.
No obstante… ¿Qué hay de cierto en plantear los sistemas de valores y creencias como una suerte de tela de araña? ¿Hasta qué punto la ideología, o lo que en Relaciones Internacionales se conoce como «poder blando», es importante para disolver la idiosincrasia de los pueblos, su capacidad de resistencia, para así dominarlos?
[14]
Hace 76 años, en 1947, el diplomático estadounidense George Kennan escribía lo siguiente: «Los Estados Unidos [deben] crear en la mente de los pueblos del mundo la impresión general de que es un país que sabe lo que quiere, que hace frente con éxito a sus problemas internos y a sus responsabilidades de potencia mundial y que tiene una vitalidad espiritual capaz de mantener su ideología entre las corrientes de pensamiento de mayor importancia de su tiempo». Actualmente, ¿cuál es la «impresión general» que Estados Unidos ofrece de sí mismo a los pueblos del mundo?
Fuera de la «burbuja occidental», se observa un país en descomposición interna: una sociedad ausente de «vitalidad espiritual», fracturada por múltiples modos de vivir incompatibles entre sí. Y cuyas «responsabilidades de potencia mundial» se reducen cada vez más al chantaje susceptible de realizar por medio de sus altas capacidades militares. El problema está en que nosotros, los europeos, mimetizamos la decadencia estadounidense: reproducimos esa sociedad liberal, descompuesta, deslavazada…, al tiempo que seguimos al Pentágono por los desfiladeros bélicos en los que pretende arrojar a sus competidores, aún a riesgo de que seamos nosotros los que caigamos por el precipicio.
[15]
Pensemos en la conveniencia de implementar un «servicio cívico-militar» con carácter obligatorio. Además de potenciar los vínculos de los ciudadanos con la comunidad política, la posibilidad de movilizar a «un país en armas» aumentaría considerablemente la capacidad disuasiva frente a agresiones potenciales.
Pero, por encima de lo anterior, podría comportar que los ciudadanos valorásemos más la paz y, por consiguiente, fuéramos más renuentes a implicarnos en conflictos bélicos: insólitamente extraordinarios deberían ser los incentivos con que compensar los horrores de una guerra que nos involucraría a nosotros mismos y a nuestros familiares.
[16]
Nuestras clases dirigentes y sus voceros suelen apelar a la «comunidad internacional». Pero, si observamos a los posicionamientos geopolíticos recientes, ésta se reduce, básicamente, a la Anglosfera (Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda) y a la Unión Europea. De modo que la «comunidad internacional» únicamente comprende el 11,5% de la población mundial y ya no alcanza el 50% del PIB planetario. Podríamos añadir Japón y Corea del Sur, pero incluso así la gran mayoría de los seres humanos, y un porcentaje cada vez más elevado de la riqueza mundial, se encontrarían fuera de la autodenominada «comunidad internacional».
Recientemente China ha superado a Estados Unidos en esperanza de vida, y la India ha superado al Reino Unido en PIB. Sólo son indicadores, pero muy reveladores de que el área geopolítica y geocultural de la que participamos es un mundo en retroceso comparativo.
[17]
Hace poco más de un mes, poco después de un acuerdo con Irán que probablemente ponga punto final a la silenciada guerra en Yemen, Arabia Saudí empezó a normalizar sus relaciones diplomáticas con Siria. Ello no hubiera sido posible sin la mediación de Pekín: los proyectos comerciales ambiciosos, aquellos que se quieren duraderos, necesitan operar sobre suelo pacificado.
¿La Iniciativa de la Ruta y la Franja contribuye a recoser ese mundo rasgado por los Estados Unidos? ¿El chino es un modelo de desarrollo que puede repercutir favorablemente en la prosperidad común de los habitantes del planeta?
[18]
Decía Mark Twain que es más fácil engañar a la gente que convencerle de que ha sido engañada. China y Rusia son países considerados «autoritarios» por nuestro sistema político-mediático, y que, según el Nuevo Concepto Estratégico de la OTAN de 2022, actúan como un «desafío sistémico» que «amenaza» a las democracias occidentales. Sin embargo, podríamos preguntarnos si esos países han disciplinado a sus oligarquías nacionales y han situado el poder económico al dictado del interés público en mayor medida que los países occidentales.
Como si asumieran una dirección inversa, nuestros gobiernos parecen situar las capacidades públicas al servicio de los intereses privados. Pero debemos estar agradecidos, pues a la «plutocracia» en que vivimos la nombramos «democracia».
[19]
Esa charlatanería oficial que apela a la «democracia» y a la «libertad» para defender el status quo queda deslegitimada por medio de una simple alusión: Joe Biden. Un señor gagá, constantemente desorientado, que saluda a seres inexistentes, se equivoca al nombrar los países a los que se refiere, y confunde la causa de la muerte de su hijo. Un señor que posiblemente sufra demencia senil, acompañado por discretos asistentes durante sus apariciones en público.
Siendo obvio que el país que lidera «el mundo libre» no está gobernado por quien se supone, el engaño ya resulta evidente.
[20]
La Guerra de Ucrania no debe impedirnos observar qué en el Extremo Oriente se halla otro escenario caliente: la península de Corea, Taiwán… Es un nuevo mundo de bloques enfrentados en el que nosotros quedamos bajo el paraguas de Occidente.
Pero, preguntémoslo en serio: ¿Quién gobierna Occidente? ¿Los lobbies corporativos, las élites económicas…? Todo parece indicar que existen unos poderes que, pese a no presentarse a los procesos electorales, condicionan las decisiones que toman los gobernantes.
[21]
El pasado 20 de marzo el Ministerio de Relaciones Exteriores de China publicó un informe titulado El estado de la democracia en Estados Unidos: 2022. En palabras de Wang Wenbin, portavoz del Ministerio, el informe «revela la situación caótica de la “democracia” en Estados Unidos y […] los desastres causados por Estados Unidos al vender e imponer su llamada democracia a todo el mundo; también expone las prácticas hipócritas de Estados Unidos al fabricar una narrativa falsa de “democracia versus autoritarismo” y dividir el mundo en dos campos».
[22]
Aparte de la confrontación «democracia vs. autoritarismo» con que nuestra clase dominante pretende caracterizar esta «Segunda Guerra Fría», los marcadores ideológicos de la Modernidad siguen funcionando… aunque de forma desvirtuada. Algunos comentaristas, periodistas o analistas se empeñan en proyectar en el ámbito internacional el «eje izquierda-derecha» que opera hoy en política interna. De manera que, por ejemplo, Vladimir Putin sería de «extrema derecha» o de «extrema izquierda» según ideas preconcebidas o a conveniencia.
Ante lo cual, la pregunta se hace necesaria: ¿Hasta qué punto es erróneo explicar las tensiones geopolíticas del mundo contemporáneo desde esas coordenadas? ¿Acaso sería más útil interpretarlas a partir de la confrontación entre, por un lado, «globalismo» –o quizá sería más preciso decir «atlantismo made in dollar»– y, por otro lado, «patriotismo nacional» –que, para el caso de la Guerra en Ucrania, significaría la prevalencia de los «intereses nacionales rusos»: perímetro de seguridad, área de influencia, etc.–?
[23]
Ahora bien… ¿Hay un horizonte de soberanía nacional en la subordinación a la OTAN y/o a la integración en la Unión Europea? Uno siente lástima por esos valientes jóvenes, muchos de ellos con esvásticas y calaveras en la piel tatuadas… Creen luchar por una Ucrania libre y soberana, pero, en realidad, mueren para que su país se incorpore definitivamente a Occidente como proveedor de prostitutas y de bebés.
Así como la yihad ha sido instrumentalizada por el usamericanismo, el nacionalismo ucraniano estaba siendo usado por intereses atlantistas que nada tienen de patrióticos: las milicias nazis en Ucrania, armadas y financiadas desde el extranjero, son los muyahidines afganos de los años setenta. Pero antes del Euromaidán de 2014, ya usaron otras vías no violentas: la organización Femen, cuyo feminismo es una tapadera, nació en Kiev en 2008. Sea a través del Corán, de tetas o de metralletas… instrumentos de la oligarquía occidental.
[24]
En el libro Así se domina el mundo, Pedro Baños afirma lo siguiente: «La actual enemistad de los países occidentales –representados militarmente por la OTAN– con Moscú ha estado propiciada por Washington, en el doble afán de, por un lado, contener a los rusos en cuanto que potencia emergente rival y, por otro, de crear un enemigo a aliados y amigos –los países europeos– con la finalidad de que estos se subordinen, le pidan protección y de paso le compren armas».
En resumen, se trataría de contener a Rusia y de someter a Europa. Pero podríamos ir incluso más lejos con respecto a ese doble propósito y, además de lo ya afirmado, añadir un objetivo último: empantanar a Rusia a fin de propiciar su colapso. En otras palabras, una vez descompuesta la URSS, ¿el objetivo anhelado sería balcanizar Rusia?
[25]
Hablemos de «la creación del enemigo». ¿La OTAN se creó contra la Unión Soviética o se creó, en el fondo, contra Rusia? No se trata de una distinción fútil, pues en el primer caso existiría una primacía de la ideología, y de lo que se trataría es de destruir un sistema político-económico formulado a partir de una razón ideológica competidora. Mientras que, en el segundo caso, existiría un primado de la geopolítica, pues aquello que la potencia angloamericana no podría tolerar no es tanto el comunismo como sí un proyecto político autónomo que, extendiéndose sobre la gran masa continental euroasiática, dispondría de una ingente cantidad de recursos naturales.
Así pues, ¿la ideología se impone sobre la geopolítica o la geopolítica subyace a la ideología?
[26]
Mientras tanto, la Unión Europea también sale damnificada: su industria se resiente como consecuencia del encarecimiento de las fuentes energéticas suministradas, por lo que se debilita un competidor económico estadounidense. ¿Se trataba de un propósito inicialmente buscado por Washington?
Sea como fuere, la Guerra de Ucrania contribuiría, por un lado, a desgastar militarmente a un competidor directo (Rusia), y, por otro lado, a subordinar económicamente a otro potencial competidor (la Unión Europea). Recordemos las palabras de Victoria Nuland, quien en 2014 era Subsecretaria de Estado para Asuntos Europeos y Eurasiáticos de Estados Unidos: «Fuck the European Union».
[27]
Si queremos comprender las intenciones de los actores políticos debemos analizar sus intereses, pues nada del «mundo realmente existente» sabríamos si nos limitáramos a escuchar crédulamente sus declaraciones. A la pregunta «Cui prodest?» (lo que en romance significa «¿Quién se beneficia?»), la respuesta acertada suele ser «Cui prodest scelus, is fecit» («Aquel que saca provecho del crimen es quien lo ha cometido»).
¿Quién saboteó los gaseoductos Nord Stream?
[28]
En un texto titulado Expand NATO Now (The Washington Post, 1994), Henry Kissinger escribía: «Sin Europa, América se convertirá en una isla frente a las costas de Eurasia, condenada a una especie de política pura de equilibrio de poder que no refleja su genio nacional. […] Es por eso que Estados Unidos concluyó dos veces en este siglo [XX] que el dominio de Eurasia por una potencia hegemónica amenaza sus intereses vitales y ha ido a la guerra para impedirlo».
Dicho de otro modo: los Estados Unidos estarían aislados como una ínsula entre océanos si no pudieran influir en Eurasia. Para evitarlo, Washington aprovecha o incentiva conflictos en el supercontinente, y así, impidiendo que los países euroasiáticos cooperen de manera autosuficiente, propicia relaciones de dependencia de las que sale beneficiado.
[29]
Es posible que los lectores de estas líneas ya conozcan la distinción que Von Lohausen realizaba entre la figura del «agresor operativo» y la del «agresor estratégico». El primero sería aquel escolar que, cansado de las insistentes aunque disimuladas provocaciones del segundo, finalmente explota de ira y le profiere insultos o trata de propinarle un puñetazo. Puesto que la manifestación de la violencia atrae la atención de los demás, recibe un castigo por parte del profesor que en ese momento se encuentra en el aula.
Nuestra perspicacia radica en saber que el castigo o la desaprobación pública del acto cometido por el «agresor operativo» podría ser el resultado pretendido por el «agresor estratégico», quien arteramente estuvo acosando al primero con anterioridad.
[30]
De existir una «geopolítica del caos» ésta consistiría en desestabilizar y, a poder ser, desintegrar los países que son díscolos a la posición que se les asigna en la cadena de mando occidental. «Crear un, dos, tres Vietnam» es, en el exacto reverso que nos ofrece el mundo contemporáneo, «crear un, dos, tres Siria, Libia o Irak» en aquellos lugares que se resisten al vasallaje anglosajón.
Ser pacifista hoy es apoyar el fin de la OTAN. Una organización militar que, lejos de pretender una arquitectura de seguridad global, asume el cometido de desestabilizar países y/o regiones según mandato de Washington.