La oposición al franquismo por parte del movimiento comunista ha sido el eje principal a partir del cual se ha desarrollado su labor investigativa. Doctor en Historia, autor de numerosos trabajos y colaborador en diversas publicaciones, Carlos Fernández Rodríguez acaba de publicar Los otros camaradas. El PCE en los orígenes del franquismo (1939-1945).
La oposición al franquismo por parte del movimiento comunista ha sido el eje principal a partir del cual se ha desarrollado su labor investigativa. Doctor en Historia, autor de numerosos trabajos y colaborador en diversas publicaciones, Carlos Fernández Rodríguez acaba de publicar Los otros camaradas. El PCE en los orígenes del franquismo (1939-1945).
—Mi enhorabuena por tu libro. ¡Con sus mil ochenta y dos páginas y sus mil historias, a cuál más interesante, se me van a quedar muchas preguntas en el tintero! Permíteme empezar por el título: ¿Por qué “Los otros camaradas”? ¿Quiénes son esos “otros camaradas”?
—El libro Los otros camaradas es un proyecto de más de veinte años de duración. En la historiografía sobre la historia del Partido Comunista de España se ha dedicado muchas páginas a estudiar a sus dirigentes y cuadros intermedios de los diferentes Burós Políticos y Comités Centrales. Los “otros camaradas” son los miles de comunistas clandestinos que en su gran mayoría se quedaron en el país para reorganizar y protagonizar la principal lucha contra el franquismo, incluso antes de terminar la Guerra Civil. Aunque se trate extensamente de aquellos dirigentes, he querido dar importancia a aquellos militantes anónimos y combatientes, enrolados en los diferentes comités locales, provinciales y regionales del PCE en todo el país, durante la primera y más dura clandestinidad. Como indico en el prólogo del libro, son centenares de pequeñas historias entrelazadas y de relatos humanizados de una cultura militante clandestina extendida a lo largo de sus vidas y sus acciones.
—Sobre el subtítulo: “El PCE en los orígenes del franquismo (1939-1945)”. ¿Por qué hasta 1945? ¿Por el final de la II Guerra Mundial?
—La investigación produjo una gran cantidad de información, no solo de fondos documentales, sino también de historia oral. Un libro tan extenso debía tener un punto y seguido. La idea es hacer un segundo volumen que pudiera terminar con la década de los años cuarenta del siglo pasado. El libro finaliza en los primeros meses de 1945, y va dando apuntes de lo que pasaría con el final de la II Guerra Mundial: la separación de los dos bloques enfrentados en Europa, una coyuntura internacional que influyó en las políticas y directrices del Partido Comunista. La llegada de Santiago Carrillo y sus hombres también produjo un punto de inflexión en la organización clandestina.
—¿A quién va dirigido especialmente tu libro? ¿A historiadores, a especialistas en la lucha antifranquista, al público en general?
—Es un libro que puede ir destinado o dirigido al público en general, de interesados en la Historia de España y más concretamente en la oposición a la dictadura, en la dura represión del régimen franquista y en la lucha y en la vida de la militancia comunista española. Dentro de ese público en general, está claro que los posibles compradores pueden ser historiadores, investigadores y aficionados a este tipo de lecturas. También se extiende a cientos de personas cuyos familiares son los protagonistas del libro. Muchas de esas personas ignoraban la participación de sus familiares en la lucha antifranquista en el seno del PCE, y tengo el orgullo de haber hecho gran amistad con algunas.
—Como decía, más de mil páginas, más de 20 fuentes documentales novedosas y archivos, fuentes hemerográficas, muchos testimonios orales, extensa bibliografía… ¿Cuántos años de trabajo le ha llevado estudiar, pensar y escribir la obra?
—La investigación se inició en el primer año de Doctorado en 1999, y dio lugar a la publicación de mi primer libro: “Madrid Clandestino”. En un primer momento empecé a investigar una temática especial de la lucha antifranquista como lo era una guerrilla urbana madrileña que hubo en la capital dentro de la Agrupación Guerrillera del Centro. Posteriormente, y al ver la gran cantidad de documentación novedosa depositada en muchos archivos, amplié la investigación al PCE.
—El subtítulo habla del PCE. ¿Incorporas también la historia en aquellos años del PSUC que, en principio, era un partido distinto, ambos aceptados por la Internacional?
—La historia trata y versa sobre el Partido Comunista de España, pero a lo largo de la obra se analizan las relaciones, divisiones y disputas con otras organizaciones políticas de izquierdas (socialistas, anarquistas, republicanos, catalanistas, etc.). El PCE y el Partido Socialista Unificado de Cataluña, como bien indicas, eran partidos políticos aceptados por la Internacional Comunista, con el caso especial del segundo de querer una organización independiente que no estuviera bajo el mando del primero. Desde México, Vicente Uribe hablaba de la personalidad propia de la organización comunista catalana y del problema de su control por parte del PCE. Desde la Guerra Civil ambos partidos arrastraban relaciones complicadas, con militantes que optaron por estar subordinados a las directrices del PCE y otros que no estuvieron dispuestos a tener una dirección superior que no tuviera que ver con los postulados de los comunistas catalanes. La disputa no se produjo solamente a nivel del interior del país, sino también, principalmente, en el exilio francés.
—En el “resumen a modo de presentación” que abre el libro se señala: “El autor analiza su estructura –la del PCE– y sus organizaciones centrándose en la militancia de base y sus disensiones internas por el control de Partido, acusaciones y herejes y desviacionistas, así como la caída de los diferentes equipos provocada, en muchos casos, por las delaciones y los confidentes policiales”. ¿Por qué esa perspectiva de análisis? ¿Por qué has centrado tu investigación en la militancia de base, en los caídos y en las delaciones?
—Como indiqué con anterioridad, la militancia de base es la protagonista de la obra. Dentro de las diferentes reestructuraciones y reorganizaciones que tuvo el PCE clandestino desde el inicio del régimen dictatorial franquista, la oposición comunista era la fuerza política más combativa y luchadora contra la dictadura y su represiva acción. La cultura militante comunista se extendió entre aquellos luchadores comprometidos con la identidad colectiva de su P. como llamaban al PCE. Muchos de aquellos cuadros antifranquistas que no pudieron exiliarse sabían que algo había que hacer; por ello buscaron a los camaradas que no habían sido detenidos y se organizaron para ayudar a los presos y a sus familias. A lo largo de todo el país en cada uno de los comités organizados clandestinamente combatieron, de una u otra forma y dentro de sus posibilidades, contra las imposiciones dictatoriales. De ahí la importancia de sacar del anonimato a miles de hombres y mujeres que fueron represaliados por la dictadura y olvidados por parte de la Historia y la historiografía. En este sentido es importante el apéndice documental que viene adjunto a un código QR en el libro con centenares de pequeñas biografías de aquellos comunistas. Debido a sus acciones y luchas produjeron divisiones internas entre las diferentes políticas llevadas a cabo y sus principales dirigentes, siendo detalladas a lo largo de la publicación las detenciones (con casos de delaciones y confidentes que estaban al servicio de la policía represiva franquista en la Brigada Político Social), juicios y posteriores condenas sufridas.
La oposición comunista era la fuerza política más combativa contra la dictadura.
—Lo señalas en la introducción cuando hablas de las fuentes orales. ¿Por qué son tan importantes para ti esas fuentes? La memoria, decía Borges, no suele acuñar bien su memoria y menos cuando uno recuerda o intenta recordar lo sucedido hace tanto, tanto tiempo.
—También comentaba Ronald Fraser en su gran libro “Recuérdalo tú y recuérdaselo a otros” que la historia oral constituía un intento de revelar el ambiente intangible de los acontecimientos, y que lo que indicaban los entrevistados que vivieron aquellos acontecimientos era su verdad y lo que querían reflejar y pensaban de lo que fueron sus vidas, constituyendo en sí un hecho histórico. La utilización de las fuentes orales para la reconstrucción del pasado ha dado lugar, durante muchos años, a debates entre los defensores y detractores de su uso dentro del ámbito académico. Puedo entender que la utilización del método en la historia oral plantee una serie de problemas y críticas, pero el uso de los testimonios orales se utiliza como complemento de la historiografía apoyada en fuentes escritas, aportando evidencias y certezas. Dichos testimonios contrastan o por el contrario rechazan hipótesis que las fuentes primarias documentales expresan. Los historiadores tenemos la obligación, en la medida que podamos, de comparar los testimonios con las fuentes documentales. Son recuerdos de la realidad vivida por los protagonistas, sus vidas, emociones, sentimientos, etc., unificando a esas personas con la historia. Hay que demostrar la veracidad de los datos obtenidos en la metodología a aplicar en la investigación con las herramientas disponibles para ello. La preparación de las entrevistas y el método a utilizar ya requiere de un tiempo y planificación: documentación, lectura, preparación de un guion, un cuestionario abierto, etc. En ocasiones también se puede dudar de la objetividad y de la veracidad de las propias fuentes escritas utilizadas para la reconstrucción de hechos históricos, como por ejemplo en documentos elaborados por el Equipo de Pasos una vez que un militante pasaba a Francia, salvando su vida y escapando de la represalia franquista. De igual manera, se puede dudar de los informes realizados por la policía con las declaraciones obtenidas de los detenidos o, en otras ocasiones, por confidentes, ya fuese por distorsiones de la realidad o por errores en la transcripción de una fecha o de un nombre. El hecho en sí es demostrar, dentro de la mayor objetividad y procedimiento científico, que la realidad de los testimonios recogidos en las entrevistas puede ser contrastada con el mayor rigor posible y con la utilización de las herramientas para ello.
Miles de hombres y mujeres fueron represaliados por la dictadura y olvidados por la Historia.
—No recordaba que el título de Fraser hiciera referencia al gran poema de Cernuda. Abres tu libro con un capítulo dedicado a la “rebelión” de Casado. ¿Fue una traición, una verdadera traición a la República? ¿Negrín era una marioneta en manos de los comunistas?
—La “rebelión” o traición de Casado a la II República tuvo unas connotaciones superiores. Fue una conjura, un golpe de Estado y una conspiración militar (por la complicidad de militares profesionales republicanos a la causa rebelde) y civil (por el apoyo de ciertos sectores anarquistas, socialistas y republicanos al golpe de Segismundo Casado). Ha habido autores que calificaron a Juan Negrín como una marioneta al servicio de los comunistas, pero esta afirmación no tiene sentido y las investigaciones basadas en el final de la Guerra Civil lo han demostrado. Negrín quería conseguir la ayuda y adhesión de Gran Bretaña y Francia a la causa republicana y, para ello, tenían que dejar de lado su Comité de No Intervención, que el conflicto bélico español se internacionalizara (algo que con posterioridad Franco utilizó a su favor en la II Guerra Mundial). Los comunistas, que habían demostrado ser la principal fuerza combativa dentro de las filas republicanas, defendían a toda costa el discurso de “resistir es vencer” y no claudicar ante el enemigo. En esas directrices marcadas, propias de una política de guerra, fueron apoyados por el presidente del Gobierno, Juan Negrín. Éste entendía que la resistencia de la II República era lo mejor para la población en un posible tratado de paz final con el que evitar la represión sangrienta y arbitraria que al final tuvo lugar una vez terminada la Guerra Civil. No tiene sentido indicar que los comunistas realizaron maniobras y operaciones para controlar el poder en beneficio de la Unión Soviética. En ese marcado ambiente anticomunista es donde se conjuró el golpe. Desde 1938, militares profesionales combatiendo en las filas republicanas se pusieron en contacto con los servicios secretos rebeldes y con la Quinta Columna, pensando que podrían reintegrarse en un futuro en sus filas. La denominada “guerra civil” en la propia Guerra Civil originó más de dos mil muertos entre los republicanos, las cárceles llenas de comunistas que fueron fusilados con posterioridad por los franquistas y una división entre las fuerzas del Frente Popular que debilitó y lastró la futura oposición a la dictadura.
—Describes muchos ejemplos de militantes desde los primeros días del franquismo, incluso antes. Se lo jugaban todo: torturas salvajes, atropellos a sus familiares, condiciones inhumanas, condenas de muerte, fusilamiento… ¿De qué pasta estaban hechas esas personas?
—Piensa que muchos de ellos habían sufrido muchas calamidades a lo largo de su vida: guerra civil, detenciones, años de cárcel, exilio, etc. Los que no se exiliaron, a pesar de haber perdido la guerra, decidieron que la lucha continuaría. Fueron personas combatientes y comprometidas con sus ideales y principios, que hicieron esfuerzos individuales y colectivos dentro de su espacio vital. Eran hombres y mujeres del pueblo, gente de abajo, humildes que, desde pequeños, vieron y vivieron las desigualdades sociales y económicas. Imbuidos por los movimientos políticos e históricos que les tocó vivir, formaron parte de una masa popular comprometida políticamente contra ordenes autoritarios. Todo esto les generó esa manera de ser combativa, esa impetuosidad y abnegación en la lucha.
Formaron parte de una masa popular comprometida políticamente.
—Déjame citarte algunos nombres. ¿Nos podrías indicar lo que más te impresiona de su ejemplo, de su hacer, de su vida? Empiezo por Juana Doña.
—Juana Doña es un ejemplo de vida y de lucha, una de las grandes protagonistas del papel femenino desarrollado en el seno del PCE. Así lo resumí en mi libro La lucha es tu vida. Relato de nueve mujeres combatientes republicanas: “Militante y dirigente comunista fue una mujer adelantada a su tiempo. Defensora de libertades, de causas democráticas y justas, estando comprometida a lo largo de su vida con sus ideales y sus principios. Enemiga acérrima del olvido […] que mantuvo a este país silenciado durante muchos años, bajo una represión bárbara de la que Juana tampoco se libró con sus torturas y los dieciocho años de prisión. Mujer reivindicativa donde las hubiera, heroica luchadora contra las injusticias y las imposiciones dictatoriales y autoritarias. Activista incansable, tenaz y perseverante en los cometidos planeados. Una de las dirigentes comunistas españolas con mayor preparación política e ideológica, cuya personalidad y carácter fuerte, a veces le produjeron enemistades entre sus compañeros. Fiel amante y militante de su Partido Comunista de España, le llevó a que la denominaran ‘la segunda dama del comunismo españolʼ, por detrás de Dolores Ibárruri”.
—Sigo con Matilde Landa.
—Matilde Landa es un caso aislado dentro de la participación femenina en el PCE. De familia acaudalada y con una formación cultural librepensadora y cercana a la Institución Libre de Enseñanza, llegó a estar en la Residencia de Señoritas. Una mujer muy inteligente, capaz y con una gran dosis de trabajo, compromiso y solidaridad hacia los demás, por ello su participación en el Socorro Rojo Internacional y en trabajos de organización de hospitales y de evacuación de la población durante la Guerra Civil. También fue peculiar su situación cuando fue detenida, ya que no fue torturada físicamente sino psicológicamente. La policía represiva franquista fue realmente brutal contra los militantes republicanos; pero, al observar en Matilde Landa una mujer muy culta e inteligente, consideró que las torturas físicas no servirían para obtener declaraciones. Por ello utilizaron la represión psicológica, mostrándole la descomunal paliza que le hicieron a un compañero de luchas e indicándole que su familia podría correr la misma suerte. Otro tipo de presión y coacción a la que fue sometida, posteriormente, en la prisión de Palma de Mallorca por parte de las mujeres de Acción Católica para que se convirtiera al catolicismo. En esa tesitura es que decidió suicidarse en septiembre de 1942.
—Heriberto Quiñones: ¿ha sido justo el PCE con Quiñones?
—La figura de Heriberto Quiñones siempre ha sido muy contradictoria y discutible, no sólo por su desconocido origen, sino también como agente de la Internacional Comunista y como máximo responsable de la Delegación Interior del PCE durante más de nueve meses. La actuación del PCE ante la figura de Quiñones y su línea política fue injusta y desproporcionada. Lo que está claro que tenemos que extrapolarnos al momento histórico de esa primera posguerra represiva: una lucha antifranquista clandestina, la división en el PCE, en varios países y con distintos Burós Políticos, y la mala información de lo que realmente estaba sucediendo en el interior del país y en el seno de organización comunista española. Quiñones fue atacado, y un ambiente antiquiñonista estuvo presente en aquellos años con todo el que hubiera estado ayudando y luchando con él. Denuncias de traidor, agente británico, hereje, chivato y sectario procedían desde diferentes ámbitos oficiales del partido desde el interior y exterior de España, incluso bastantes años después de que fusilaran a Quiñones en una silla de ruedas a consecuencia de las bárbaras torturas sufridas. En el día a día de la lucha antifranquista las mujeres y los hombres comunistas cometieron imprudencias y errores, pero, como a Quiñones, no se les puede reprochar su valentía y decisión de dirigir al Partido en la clandestinidad. Tampoco se le puede recriminar su compromiso, su lucha contra la dictadura represiva y la identidad comunista. Aunque en 1986 el PCE rehabilitó a Quiñones, Jesús Monzón y otros dirigentes, creo que aún no se ha dado la importancia que tuvieron dentro de la organización comunista clandestina.
—Lo mismo te pregunto sobre Jesús Monzón, acabas de citarlo.
—El caso de Jesús Monzón Reparaz tiene elementos parecidos a los de Quiñones, pero algunos diferentes. Una vez terminada la Guerra Civil, Monzón salió de España junto con los principales dirigentes del PCE. Monzón provenía de una familia burguesa y acomodada de Pamplona, y estuvo inmerso en los movimientos comunistas producidos en Navarra y en el País Vasco. También fue el protagonista de la dirección de la organización comunista española en territorio francés hasta su posterior entrada en España, lo que le costó críticas posteriores por parte de la siguiente dirección liderada por Santiago Carrillo. El estalinismo estaba presente, y las denuncias de herejes y agentes infiltrados era algo evidente dentro de los partidos políticos comunistas. Los militantes acusados de espías en el seno de dichas organizaciones eran comunes y corrientes en aquellos años. Monzón y sus seguidores no se libraron de esas acusaciones: aquellos militantes que estuvieron combatiendo y luchando en Francia contra los nazis y en España contra el régimen franquista en el interior del PCE, después de que fueran detenidos muchos de ellos, serían calumniados e inculpados de monzonistas, como había ocurrido cinco años antes con Quiñones. La diferencia estriba en que Monzón logró que su segura condena a muerte se conmutara por una pena de treinta años, tras conseguir ayuda e influencia, entre otros, del obispo de Pamplona. Este hecho incluso llegó a multiplicar las acusaciones sobre su persona y la política llevada a cabo.
Los militantes acusados de espías eran comunes en aquellos años.
—Hay una línea política que recorre las páginas de tu libro: la Unión Nacional. ¿Fue una política inteligente, ajustada a las circunstancias y a la, digamos, correlación de fuerzas? ¿No hay alguna similitud con la política de Reconciliación Nacional que defendería el PCE años después?
—La política de Unión Nacional promulgada por Quiñones, y emitida en su Anticipo de Orientación Política, solicitaba una República Popular con la legalidad de la constitución republicana de 1931 y la formación de un Gobierno republicano en el exilio liderado por Juan Negrín. En ese sistema podrían participar todos aquellos que estuvieran en contra de la España franquista, incluidos monárquicos, católicos, derechistas y falangistas descontentos de Franco. También solicitaba la no intervención de España en la II Guerra Mundial, la libertad de los presos políticos y sociales, el regreso de los españoles exiliados, el restablecimiento de los Estatutos Vasco y Catalán y otra serie de medidas sociales y económicas. Los comités de Unión Nacional se extendieron por toda la geografía española, y la estructura que Quiñones confeccionó fue la que mejor funcionó clandestinamente durante aquellos años.
La política de Unión Nacional adaptada por Monzón con su Junta Suprema de Unión Nacional (ayudado con la publicación del periódico “Reconquista de España”) proponía una unificación de las fuerzas democráticas para restablecer la legalidad republicana en un gobierno de unidad nacional, incluidas personas de derechas cansadas de Franco. Una vez derrocado el franquismo, se procedería a unas elecciones democráticamente libres sin especificar la instauración de una República. Con el establecimiento de una agrupación de fuerzas democráticas –independientemente del sistema de Estado a implantar, que se debatiría con posterioridad– podrían presionar a las fuerzas aliadas para que el caso español fuera tenido en cuenta a nivel internacional.
En la práctica, la Unión Nacional fue un organismo que mayormente englobaba a comunistas, y su inviabilidad resultaba patente dada la correlación de fuerzas existente en el interior y en el exterior, una vez que, terminada la Segunda Guerra Mundial, se formaron los dos bloques de fuerzas antagónicos.
La política de Reconciliación Nacional se expuso en la declaración del Comité Central del PCE en junio de 1956. La oposición antifranquista se extendía entre los movimientos estudiantiles, sectores liberales, demócratas cristianos, monárquicos y fuerzas sociales que estaban en contra de los postulados del Movimiento Nacional. Aquel escrito no quería que hubiera ni vencedores ni vencidos: pensaban que podrían terminar con la dictadura sin procesos violentos en el caso de incorporar miembros descontentos del propio régimen. El movimiento obrero se unía al estudiantil, y a otras fuerzas sociales que políticamente estaban más cercanas al régimen, para luchar por las libertades y la democracia sin tener que empezar otra Guerra Civil.
Aquello que ambas políticas pueden tener de semejanza, con una diferencia de años de más de una década, es ese acercamiento a sectores políticos y sociales distintos a los obreros y de izquierda.
—¿Qué relaciones mantuvieron a lo largo de estos años el PCE del interior y los PCE del exterior? ¿Cooperación, tensión, lucha por el poder, subordinación? ¿Qué palabras describen mejor lo sucedido?
—Las relaciones entre las direcciones del PCE en el exterior y el interior fueron complicadas y pasaron por diferentes fases a lo largo de aquellos años. Uno de los primeros contactos establecidos entre comunistas del Norte de España con algunos camaradas de Francia se produjo entre finales de 1939 y primeros de 1940 con el establecimiento de un paso de fronteras entre ambos países. El primer contacto entre la Delegación Nacional del interior y el Buró Político en México con Vicente Uribe a la cabeza se produjo a través de unos barcos que llegaban primero a Lisboa y con posterioridad al norte peninsular procedentes de EE.UU. Las relaciones siempre fueron difíciles, y todo ello motivado por el intento de controlar la situación y el poder de la organización comunista española en el interior. A pesar de haber salido del país, los máximos organismos dirigentes del PCE en Moscú, en Francia y en Latinoamérica (México, Cuba y Argentina) querían recuperar el poder y la dirección del Partido en España. Esto generó muchas luchas internas, disputas y tensiones por dicho control en cada una de las Delegaciones y las direcciones de militantes que no se exiliaron. El mismo problema se produjo entre los comunistas que entraron desde Francia, con Monzón a la cabeza, para sustituir a la dirección de Carrera y, posteriormente, cuando los enviados de Carrillo sustituyeron a Monzón y a sus compañeros en los máximos organismos del PCE en el interior.
—Las guerrillas armadas organizadas por el PCE durante estos años, ¿fueron una locura, un acto de desesperación política? ¿Fruto de la confianza en que la derrota del fascismo en Europa iba a comportar apoyos internacionales para derrotar a Franco?
—La decisión de llevar a cabo una política armada contra la dictadura franquista dentro del movimiento guerrillero –a lo largo de casi toda la geografía española e incluso en algunas ciudades– no se puede tildar de locura ni de decisión política desesperada. Se comprobó durante la Guerra Civil que acciones guerrilleras en la retaguardia rebelde se efectuaban con gran éxito.
Los primeros grupos de guerrilleros comunistas organizados (también hubo guerrilleros socialistas y anarquistas) se unieron a partidas de huidos, que eran soldados republicanos que no quisieron entregarse a las fuerzas del orden franquistas y permanecieron durante tres y cuatro años en las montañas sobreviviendo como pudieron.
El desarrollo favorable para los aliados de la contienda bélica mundial, y la presencia de republicanos españoles en la resistencia francesa contra los nazis, favoreció la articulación del movimiento guerrillero español en diferentes Agrupaciones Guerrilleras con el propósito de que la población conociera la presencia de luchadores en favor de las libertades y, de este modo, extender la política de Unión Nacional. La operación principal –conocida por Reconquista de España en el Valle de Arán y desarrollada en octubre de 1944 con la presencia de miles de guerrilleros– consistía en la conquista de un pequeño territorio en España para instalar un Gobierno provisional.
Como indicaba con anterioridad, hay que contextualizar el momento histórico con el propósito estadounidense de acabar con los países fascistas, la exaltación de los guerrilleros españoles en el sur de Francia tras la derrota de los nazis, las noticias exageradas enviadas desde el interior de España esperanzado a los guerrilleros de que la población española y parte de sectores del régimen les apoyaría, etc.
Claro que hubo errores y equivocaciones políticas y estratégicas en las decisiones tomadas a posteriori (el desconocimiento de la realidad española con respecto al levantamiento popular, la idea de que las potencias aliadas, una vez terminaran con los países totalitarios, ayudarían a los republicanos a derrocar a Franco, etc.). El pueblo español estaba cansado de la Guerra Civil y el sistema represivo franquista obstruyó las posibilidades de los movimientos de oposición al régimen. Pero en aquellos momentos quedaba claro que la idea de muchos de los comunistas y republicanos españoles era que el fin del franquismo podría producirse una vez que el fascismo fuese derrotado en Europa, y no al contrario como al final sucedió: la división en dos bloques de fuerzas políticas propició que los aliados terminaran por ayudar a Franco.
La idea de muchos comunistas y republicanos era que el fin del franquismo podría producirse una vez que el fascismo fuese derrotado en Europa.
—En las páginas finales, antes de las conclusiones, señalas: “El momento crítico para el franquismo había pasado tras la derrota de Alemania nazi, el final de la Segunda Guerra Mundial y el fin del aislamiento internacional. Un giro en las políticas llevadas a cabo en el PCE tuvo lugar con el final de la oposición armada dando paso a una lucha de masas y a la introducción en los sindicatos verticales franquistas a finales de la década de los cuarenta y principios de los cincuenta del siglo pasado. Pero todo esto pertenecerá y será protagonista, en el caso de que puede darse, en un segundo volumen sobre la historia del PCE, desde 1945 hasta ese cambio de táctica con las modificaciones en las formas de lucha y de organización clandestina”. ¿Podrá darse? ¿Estás en esta investigación, en la preparación y redacción del segundo volumen? ¿Hasta qué momento piensas llegar?
—La idea es realizar un segundo volumen de mediados de 1945 hasta el final de la década de los años cuarenta del siglo XX, con el cambio de política seguida por el PCE, abandonando la vía armada con el movimiento guerrillero para introducirse lentamente en la estructura de los Sindicatos Verticales y seguir la lucha clandestina desde el movimiento obrero. Después de tantos años de investigación he podido recopilar gran cantidad de documentación, y en un corto o medio plazo el plan es redactar un segundo volumen donde se analice el PCE clandestino a lo largo de toda esa década.
—Me quedan mil preguntas, pero no abuso más. ¿Algo esencial? ¿Algo que quieras añadir?
—Sigo destacando la importancia que tiene en el libro la militancia de base, lo cual he querido plasmar en su introducción. Todas aquellas esperanzas y sueños de muchos militantes comunistas quedaron en el olvido por parte de la historia, e iba siendo hora de darles el reconocimiento merecido. Aquella memoria silenciada de combatientes contra imposiciones dictatoriales, que fueron reprimidos desde muchos puntos de vista (psicológico, físico, ideológico, económico, cultural, etc.), tenía que ser contada: sus experiencias vitales y demandas políticas y sociales. Pienso que ha sido premeditado el silencio institucional de historias como las recogidas en el libro. Pero esas acciones y luchas deben ser conocidas por las nuevas generaciones. Por lo que, en los colegios e institutos se debería enseñar, desde un plan de estudios riguroso, todo lo ocurrido en la Guerra Civil y en la dictadura franquista.