Parece que fue ayer, pero este mes de mayo se cumplen cinco años del estallido que se inició en Sol. Un estallido que se propagó velozmente por toda España, sacando a la calle a personas y familias que hasta entonces habían refugiado con pudor su indignación en sus propios domicilios, resignándose al voto o a la protesta de la abstención.
Fue, también, un estallido alegre. Aunque producto de la indignación, llevaba consigo la ilusión del Sí se puede, no solo el rechazo del No nos representan. Eslóganes que implicaban tanto acciones a emprender como una acerba crítica de la realidad real, y con frecuencia presididos por la ironía y el humor, como el ya famoso –y siempre actual– del No hay pan para tanto chorizo, o el divertido Somos perroflautas, pero con pedigrí. Eslóganes que compitieron en ingenio y que siguen siendo hoy tan válidos como ayer.
El estallido sentó mal a muchos: singularmente a los jerifaltes del PP, porque la rebeldía se instaló ante sus narices y los desbordó. También a los nacionalistas periféricos, que temían un desplazamiento del centro de gravedad de sus protestas y propuestas políticas (recuérdese el sincero y airado exabrupto del ex preboste de Esquerra Republicana, Carod Rovira, invitando a los acampados en Cataluña a que se fueran a mear a su país –se supone que a España, porque los que ocupaban las plazas ya no eran, para Carod, catalanes–, una frase que demuestra la soberbia y el desprecio étnico del personaje). Pero el contagio no se produjo solo en tierras españolas, tuvo impacto a nivel mundial, incluso en Wall Street, donde los Occupy tomaron las calles durante un tiempo. O, por citar un movimiento más reciente, ¿no está el espíritu del 15M presente de alguna forma en la Nuit Debout francesa? Por supuesto que sí.
Pero, ¿que quedó de aquel movimiento en nuestro país? ¿Se extinguió como sugieren algunos? ¿Ha sido devorado por el parlamentarismo y hay que invocarlo de nuevo?
Es evidente que el 15M tiene mucho que ver con el crecimiento de un movimiento que ya existía, pero que el 15M reforzó hasta llegar a ser uno de los más importantes y reconocidos del mundo: la PAH. Un movimiento al que incluso el Parlamento Europeo le concedió el Premio Ciudadano Europeo en 2013. Y lo mismo puede decirse de otros movimientos, como los surgidos en el marco de la sanidad o la educación. Pero en lo que el 15M ha resultado decisivo es en el surgimiento y rápida consolidación de Podemos.
Podemos es, en buena parte, hijo de ese 15M. Aunque, como todos los hijos, ha ido desarrollando una personalidad propia, con virtudes y defectos que no coinciden exactamente con los de su progenitor. Pero ni el rápido ascenso de Pablo Iglesias, ni que Ada Colau acabara de alcaldesa, hubiera resultado posible si no hubiera existido el precedente del 15M.
Ahora, cinco años después, estamos ante la perspectiva de nuevas elecciones. Cuando se escriben estas líneas estas todavía no se han convocado, y existe la posibilidad –remota, a mi entender– de que algún tahúr se saque una carta de la manga y las evite. Pero no parece demasiado probable.
Especulemos por tanto un poco: si se convocan elecciones y ha fraguado la unidad popular entre Podemos+Confluencias e IU (que a fecha de hoy, 14 de abril, no está hecha, pero se presiente), es más que probable que se produzca un hecho que va a cambiar de manera radical el panorama político de este país: el sorpasso al PSOE. Algo de lo que solo podemos intuir las consecuencias, pero que será de capital importancia.
Y lo será independientemente de quien gobierne. Tanto si lo hace Podemos con un PSOE subalterno, como si lo hace el PP –que seguramente es lo que pasará– con el apoyo pasivo o activo del PSOE (salvo que la suma de PP y C’s sea suficiente para formar gobierno, lo cual es tan catastrófico como improbable).
Seguramente este sorpasso a Rajoy le parecerá deseable, porque puede evitar que deba desalojar la Moncloa. Pero es un regalo envenenado: en primer lugar, restablecerá con claridad el eje derecha-izquierda, empujando al PSOE a su lugar natural, el centro, y despojándolo de la fraseología de izquierda con la que consigue retener a sus votantes. Ahí, las tesis de Errejón, tan inteligentes y oportunas en su momento, dejarán de tener consistencia.
En segundo lugar, la unidad popular, se llame como se llame, liderará –si es que no consigue el gobierno– la oposición. Y será una voz clara, rotunda, que hablará con verdad y que conectará con la ciudadanía de una forma que no hemos conocido en el pasado. Estoy seguro de ello.
Naturalmente, el futuro, incluso con sorpasso, no está pintado de colores. No será un paseo triunfal. Los poderes reales no se quedarán cruzados de brazos, y tratarán de impulsar el regreso a situaciones anteriores. Y eso sucederá tanto a nivel nacional como internacional. La UE conspirará para destruir a los que no son de “los suyos”. Y aflorarán los conflictos internos, sempiterna marca de fábrica de las izquierdas. Además de la aparición de problemas derivados de las tensiones territoriales y su reflejo en el seno de la unidad popular, un toro que habrá que lidiar con cariño pero que puede dar alguna que otra cornada.
Sea como sea, y volviendo al principio: el 15 M está todavía ahí. No como fue, pero aún palpita. Quizá le vendría bien alguna vitamina que recuperara a los desilusionados, que también los hay. A los desencantados que confiaban, impacientes, en un proceso que pusiera patas arriba lo existente. Pero sigue vivo, por lo menos en tantos y tantos que siguen esperando una democracia real y no demediada, que esperan acabar con el choriceo y que saben que, por primera vez en décadas, tal vez sí se pueda. Aunque no sea enseguida.
Pongámonos a ello.