Entrevista a Salvador López Arnal
¿Habrá alguien en la izquierda de este país que no haya leido nada escrito por Salvador López Arnal? Parece imposible… Continuamos aquí la serie de entrevistas iniciadas en el número anterior con los hacedores de esta revista.
—En el número anterior yo le preguntaba a otro antiguo colaborador, Higinio Polo, si recordaba cómo y cuándo había iniciado su colaboración con esta revista. Te lo pregunto también a ti.
—Si mi memoria no me falla, fue una iniciativa tuya por sugerencia de Francisco Fernández Buey. Me pediste una antología de Manuel Sacristán sobre lo que entonces yo mismo aún llamaba “la cuestión nacional”, centrada especialmente en España. Hablo de 1996 o 1997.
La segunda colaboración fue una reseña de un libro, excelente, sobre el bilingüismo en Cataluña. Desde entonces y hasta hoy mismo he ido participando en varias secciones de la revista.
No te oculto que aquella posibilidad que me ofreciste fue una sorpresa y todo un honor para mí. Fui lector del Topo desde muy joven, desde 1976, y recuerdo las Jornadas del Pueblo Español de Barcelona como uno de los momentos de felicidad, hablando políticamente, más importantes e inolvidables de mi vida.
—¡Ah, Las jornadas! Se vendieron 30.000 entradas si no recuerdo mal; hubo numerosos debates, proyección de películas, actuaciones musicales… En aquellos tiempos llegamos a imprimir 50.000 ejemplares, aunque durante mucho tiempo estuvimos estabilizados en 35.000. Ahora imprimimos 3.600, y cuando lo digo por ahí hay gente que piensa que exagero, que imprimimos menos; así de mal está el sector. ¿Qué hemos hecho mal para que tantos lectores se desconecten?
—No creo que hayáis o hayamos (déjame incluirme) hecho las cosas mal o muy mal para que muchos o bastantes lectores se hayan desconectado. Los tiempos han cambiado y no siempre para bien, no siempre para ampliar nuestro apetito de lectura e información crítica. Durante años el Topo tal vez haya aparecido ante muchos ojos como una revista demasiado politizada, demasiado dura, demasiado difícil, muy de “otros tiempos”.
Por lo demás, los hábitos de lectura y los medios que consultan las nuevas (y las viejas) generaciones son muy diferentes. ¿Para qué voy a leer-adquirir el Topo si tengo cinco millones de artículos interesantes en la red? 3.600 no es, pensando fríamente, un mal número. Incluso es un pequeño éxito.
Lo cual no quiere decir que no podamos hacer un Topo mejor, más sugerente, más teniendo en cuenta los gustos o las formas de lectura actuales, sabiendo a qué atenernos en nuestras circunstancias. Yo mismo soy uno de los principales culpables de lo que voy a señalar a continuación pero acaso todos nosotros, sin excepción, deberíamos comprometernos a hacer aportaciones más breves, de cuatro o cinco páginas. Un máximo de máximos.
—Discrepo absolutamente. Pero no quiero interrumpirte… prosigue, por favor.
—¿Discrepas de mi autocrítica, de mi propósito de enmienda? Pues tocado y hundido. Te prometo que lo digo en serio.
—No, discrepo en que haya que reducir obligatoriamente el tamaño de los artículos a cuatro o cinco folios. Para eso ya está internet. Pero esa es una discusión para otro momento. Así que vuelvo a la pregunta: ¿qué ha pasado?
—¿Qué ha pasado, qué explica ese paso del 50 al 3,6? Pues han pasado muchas, muchas cosas, como sabes. Durante años pasó que las revista político-culturales como el Topo no estuvieron muy de moda, los puntos de interés estaban ubicados en otras coordenadas, muy distintas, algunas de ellas alejadas del mundo cultural (y el punto de vista político) que representaba y representa la revista. El desencanto y sus efectos posteriores, si queremos decirlo así, aunque también es cierto que el número de “revistas alternativas” en los primeros años de la transición fue enorme, excesivo quizás.
Está también el hecho de que el Topo dejó de publicarse durante unos años. Hubo gente que no llegó a conectarse de nuevo. Por razones que no sabría explicar.
Tal vez no hayamos llegado a las nuevas generaciones jóvenes. Mi experiencia vale muy poco, pero mis estudiantes de preuniversitario no han sabido, en general, de la revista hasta que me oyeron hablar de ella. Aún más: llevo años sin ver a uno de mis estudiantes con un Topo en sus manos o en la mochila.
Otro elemento importante (recordemos el aforismo de Brecht: primero el estómago, luego la moral), es la pérdida de poder adquisitivo de muchas familias y, elemento más decisivo, la derrota cultural que, en mi opinión, y no descubro ningún nuevo Mediterráneo, han tenido y sufrido las clases trabajadoras españolas. A lo anterior puede sumarse el auge del nacionalismo en Cataluña y uno de sus efectos: los focos de atención de un amplio sector de la ciudadanía están en otras publicaciones. Para el mundo secesionista, casi sin excepciones, el Topo debe ser parte de la vanguardia reaccionaria del frente españolista.
Asunto importante también es la irrupción de Internet y de los móviles. Muchos, muchísimos jóvenes, leen a través de Internet y de las redes sociales. Hay basura aquí, como se dice a veces. Pero no todo es basura, por supuesto. Hay muchas páginas, algunas de ellas buenas e incluso excelentes, donde poder formarse (e informarse) política, cultural y filosóficamente.
Y, por supuesto, están los límites de tiempo, de vida, para el ocio y la formación. Si uno tiene que levantarse a las 6 de la mañana (o antes) y llega a casa a las 19, después de tropecientas horas de curro, y tiene que ponerse a hacer las tareas domésticas, no tiene tiempo para muchas lecturas. Ni tampoco ganas.
—Entonces, ¿debemos cerrar la tienda y dedicarnos a otras cosas?
—No, nada de eso. Nada de cerrar tiendas, nada de dedicarnos a otras cosas. Está muy bien esta tienda (que está lejos de ser una tienda). Tal vez las formaciones de izquierda, los sindicatos si estuvieran por la labor, las organizaciones sociales críticas (que no son todas) podrían echar una mano. No digo subvencionando, pero sí informando a sus activistas y simpatizantes de que el Topo existe, que tiene energía y que está dispuesto a cavar, a seguir cavando, cien años más.
Deberíamos incidir más en el mundo universitario y en los jóvenes de ciclos formativos de grado superior, los futuros trabajadores cualificados. Si me preguntas cómo, me temo que mi respuesta se parecerá mucho al silencio, pero estaría bien ir penetrando poco a poco en esos colectivos. Deberíamos presentarnos de nuevo en sociedad. Son impresiones, poco más, y algo desorganizadas.
—Bien, dejémonos de lamentos y regresemos al pasado. He leído que militaste en el PC (m-l). Nada menos. ¿Cómo aterrizaste en ese partido?
—Cuando empecé a estudiar Matemáticas, Exactas decíamos entonces, en la Universidad de Barcelona. Te hablo de 1972, durante el segundo curso. Había militado un poco, si a aquello se le puede llamar militar, en las Plataformas Anticapitalistas de mi barrio, el Besòs, pero casi sin enterarme. No tenía apenas formación política y las discusiones politizadas-organizativas me aburrían mucho.
En la facultad conocí a un compañero, algo mayor que yo, que me regaló el Manifiesto Comunista, Los principios de la matemática de Russell y me habló del PCE (m-l), donde había militado, como un grupo serio, combativo, “comunista de verdad”, nada reformista. Y ahí me metí. De hecho, poco después otros camaradas se fueron del partido y me quedé, sin pretenderlo ni buscarlo y porque no quedó otro remedio, como uno de los responsables del PCE (m-l) en la universidad barcelonesa. Un auténtico disparate. ¡Menudo cuadro o dirigente era yo!
Eramos muy pocos y algunos compañeros fueron detenidos, torturados y encarcelados. Yo tuve suerte a pesar de que incumplí mil normas básicas de clandestinidad.
Creo que no hicimos muchas barbaridades; algunas sí. Pero prefiero no contarlas; me da vergüenza, mucha vergüenza
—¿Hasta cuándo estuviste militando?
—Hasta que emprendieron lo que llamaban “lucha armada”, a principios de 1975. Yo no era capaz de acometer las acciones que me sugerían; enfrentarme, atentar, pistola en mano, contra policías. Por lo demás, mi experiencia con la dirección del partido en París, en algunas reuniones a las que me convocaron, no fue muy positiva. Vivían o hacían ver que vivían en otro mundo, al menos desde mi punto de vista. No tenían o no querían tener buena información sobre la situación de la clase obrera española y sobre su voluntad y posibilidades de lucha revolucionaria (y eso que entre ellos, lo he sabido luego, estaba una de las mejores cabezas lógicas que ha tenido este país). Parecían creer que la toma del poder era cuestión de días y de voluntad de lucha, de nada más. Tal vez pensaban que era una forma de dar ánimos.
Aprovecho para recordar a un militante del PCE (m-l) que fue salvajemente torturado esos años, en septiembre de 1973, Cipriano Martos, murió en la comisaría de Reus (Roger Mateos acaba de publicar un excelente libro sobre Martos y sobre aquellos años). Y, por supuesto, recuerdo también a los tres luchadores antifascistas del partido asesinados el 27 de septiembre de 1975: José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz (también Txiki y Otaegi, los olvido). Yo hubiera podido ser uno de ellos.
—Y después, ¿hubo algún otro compromiso partidista?
—Sí, varios. Me da corte porque parece que vaya a hacer la lista de la compra, pero ahí va. Primero en el MCE (luego MC y más tarde MCC si no recuerdo mal), durante varios años, hasta el referéndum antiotánico. Buena gente, muy combativa y honesta (recuerdo muy bien a los compañeros del comité de soldados de Zaragoza), con algún exceso en algunos temas (entre paréntesis: no conocí personalmente entonces al que fuera nuestro secretario general, Eugenio del Río, lo he conocido hace poco, incluso hemos hecho un libro de conversaciones . Poca gente tan afable, tan cariñosa y tan respetuosa como él).
Milité muy poco tiempo en la ORT. Y luego, más tarde, hacia finales de los 80, en IC, en Santa Coloma de Gramenet, donde he trabajado 35 años en un instituto de secundaria y en la UNED. Me separé de IC y pasé a formar parte de EUiA (nada que ver con la actual EUiA) desde su fundación. Fue un honor militar en la misma formación política que Paco Fernández Buey, que también lo era de uno de mis héroes, un obrero de la construcción salvajemente torturado en 1975, Paco Téllez. He sido profesor de dos de sus hijos. Visto desde ahora, tal vez fue un error la separación, la escisión, la formación de EUiA
—¿Sigues en EUiA?
—Sigo cotizando algo en EUiA, pero no voy a las reuniones desde hace mucho tiempo. Parte de lo que me llega, los comentarios de algunos compañeros (no de todos) sobre el tema-monotema, me hace pensar que hago bien. Prefiero conservar los viejos recuerdos.
Sindicalmente he estado en la OSO, el sindicato del PCE (m-l), en CCOO (durante un porrón de años, no aguanté la época de Fidalgo y Paredes) y en CoBAS. Me fui de este último sindicato, donde encontré a grandes compañeros/as por su línea secesionista, más o menos disfrazada, las estrelladas incluidas.
Lo poco que hago ahora políticamente lo hago en el colectivo ASEC/ASIC, la Asamblea Social de la Izquierda de Cataluña. Pocos compañeros, pero gente honesta, muy informada y sabia, con ganas de aprender, con experiencia política, con amistades heridas y rotas y muy contrarios a la cultura e ideología nacional-secesionista. Nuestro coordinador, como sabes, es un filósofo, maestro y amigo mío, que también colabora con el Topo, Miguel Candel.
—Has citado el separatismo y a Paco Fernández Buey, y volveremos sobre ellos, pero antes déjame que cite un nombre al que has dedicado muchas, muchas horas: Manuel Sacristán. ¿Lo trataste?
—No fui uno de sus discípulos. De hecho, hablé con él dos veces en mi vida, tal vez tres. Una, en 1981, al salir de una clase de Metodología de las Ciencias Sociales, la asignatura que impartía en Económicas. Ese día tuve la osadía de comentarle –quería hablar con él fuera como fuera– que no había tenido en cuenta la lógica intuicionista al explicar el principio del tercio excluso y tratar el tema del infinito. Me avergüenza el recordarlo… ¡porque sí sabía y sabía mucho mejor que yo de qué iba aquello de la lógica dialógica y los conjuntos transfinitos! No se lo tomó a mal, incluso me agradeció el comentario.
La otra vez que recuerdo fue en enero de 1984, en el autobús, cuando él volvía de la Facultad. Le acompañaba María Ángeles Lizón. No me atreví a saludarle. Fue él quien se dirigió a mí muy amablemente. Ya se le veía enfermo.
Le conocí a distancia, eso sí, mucho años antes, en 1973, cuando impartió una conferencia sobre la Universidad y la división social del trabajo en una sala de los comedores universitarios de Pedralbes. No entendí casi nada de lo que dijo. Mi formación marxista era nula. Pero, eso sí, me conmovió en lo más hondo su capacidad didáctica… y su paciencia. ¡Estuvo casi tres horas, respondiendo al final, con muy poco público, extrañísimas preguntas para mí sobre la autenticidad o no de unas cartas autocríticas de no sé qué dirigente político soviético!
Desde aquel momento le leí todo lo que pude (sin entenderle apenas) y le escuché siempre que me fue posible. Sin matricularme, estuve yendo muchos años a sus clases de Metodología.
Como sabes, desde 1994, con la ayuda de Paco y de otros amigos y compañeros, he ido trabajando y editando su obra. Ahora mismo, estoy escribiendo un libro sobre su correspondencia con Francisco Fernández Santos y sus aproximaciones a Lenin. El título provisional: En tiempos de fraternidad y resistencia antifascista.
Yo no he conocido a ningún lógico ni a ningún filósofo de la ciencia como él y he tenido tres o cuatro grandes profesores de lógica y metodología. Desde un punto de vista político, él y Paco Fernández Buey son mis maestros. ¿Puedo explicar una anécdota que no está relacionada con asuntos políticos?
—Puedes, claro.
—Las clases de Metodología de las que te he hablado las organizaba Sacristán en base a preguntas o a dudas de los estudiantes. Nos hacía leer determinadas partes de un libro (cosa que no siempre podía hacer yo) y la clase la organizaba a partir de nuestras preguntas, de comprensión o de crítica. Un estudiante de Económicas, sin apenas formación lógica, le preguntó por el teorema de incompletud de Gödel. El manual del curso era de una autora francesa y los franceses, también las francesas, son muy dados a citar a Gödel sin venir siempre a cuento. Lacan y Debray son ejemplos conocidos de ello. Pensé entonces: “le han cogido, no podrá explicarlo”. Yo lo estaba estudiando entonces en la Facultad de Filosofía, en las clases (excelentes) de Ramon Jansana. Pues bien, pudo, y tanto que pudo. Lo esencial del teorema, filosóficamente hablando, lo explicó en diez minutos. ¡Era asombroso!
Nos prohibía coger apuntes; no se podía escuchar, intervenir y tomar apuntes a la vez, nos comentó. Yo no hacía caso, tampoco lo hice ese día, por lo que aún conservo las notas de aquella explicación gödeliana.
—Has recopilado, editado, una gran cantidad de textos de Sacristán. ¿Cómo llegaste a ellos?
—Con la ayuda de varios compañeros (Joan Benach, Pere de la Fuente, Paco Fernández Buey, Sara Estrada, Juan-Ramón Capella, también Miguel Manzanera, el autor de la primera tesis doctoral sobre su obra) y por la información que me facilitó en su día, hace ya años, Vera Sacristán sobre los materiales depositados primero en la biblioteca general de la UB y, actualmente, en la Biblioteca de la Facultad de Economía y Empresa de la UB, donde han hecho, por lo que me cuentan, un excelente trabajo de ordenación y conservación.
—A esa labor de divulgación de la obra de Sacristán han contribuido también otros… ¿Tú tienes intención de rescatar algo más?
—Sí, está el inmenso e impresionante trabajo de Xavier Juncosa, el director de los documentales “Integral Sacristán” (que no se hubieran podido hacer sin el trabajo no menos importante de Joan Benach). José Sarrión ha hecho una tesis doctoral sobre la noción de ciencia en Sacristán. También están los artículos y trabajos de José Luis Moreno Pestaña y la tesis de María Francisca Fernández Cáceres. Hay que citar especialmente a Albert Domingo que ha editado y anotado dos libros de Sacristán: El orden y el tiempo, y Lecturas de filosofía moderna y contemporánea. No cabe olvidar a Juan-Ramón Capella, cuyos trabajos han sido esenciales para todos nosotros. Ni a Jacobo Muñoz, Toni Domènech, Paco Fernández Buey o Jorge Riechmann… Ni a tantos otros; olvido nombres, no puedo citar a todos. Los compañeros me disculparán.
Tengo intención de editar, si es posible, algunos textos más: conferencias sobre política de la ciencia, uno de sus temas centrales en sus últimos años; sus clases de metodología de las ciencias sociales transcritas (las de 1983-84 por Joan Benach); prólogos inéditos; sus restantes conferencias, las más tradicionalmente filosóficas,; sus diversos materiales para editoriales.
Mi opinión, en todo caso, pensando en nuevos lectores, es que ahora convendría algo así como un “Sacristán esencial”, algo parecido a lo que ha hecho Renzo Llorente, en inglés, para la editorial Brill, centrado en su caso en la arista marxista de su obra: The marxism of Manuel Sacristán. From Communism to the New Social Movements. Un trabajo magnífico, excelente, absolutamente recomendable. Lo mismo, o algo parecido, tocando las diversas teclas de la obra de Sacristán sería mi sugerencia.
—La verdad, no sé de dónde sacas tiempo y energía para escribir y publicar tanto. En el Topo, en Rebelión, distintos libros sobre distintos temas… Últimamente, además de todo eso, estás trabajando a fondo la obra de Paco Fernández Buey…
—Estoy jubilado querido Miguel. No hago como otros, y no miro a nadie en concreto, que no se jubilan nunca. El jubileo es una conquista obrera que ha costado sudor, esfuerzo, organización, sangre y muchas lágrimas (y muchas alegrías también). Me aprovecho de todo ello sin olvidarme de donde viene. ¡Es la primera vez en mi vida, desde los 13 años, que puedo estudiar y escribir sin tener que trabajar! Mi Icaria.
Lo de Paco Fernández Buey es un deber. Si yo me recompongo, como dijo una vez Sacristán, ¿a mí quien me ha hecho? Pues personas como mis padres o mi hermana, trabajadores que he conocido a lo largo de mi vida, mi compañera Mercedes (y su madre: yo tengo devoción por mi suegra y sus hijos), el recuerdo mi abuelo asesinado (José Arnal, no Josep Arnau como figura erróneamente en el Memorial dels Immolats), algunos poetas (Machado, Cernuda, Hernández, Gil de Biedma, Hikmet, Eluard, Papasseit…) y amigos, antes maestros, como Miguel Candel o Paco.
Yo a Paco le debo muchas cosas. Muchas. Aparte de sus clases inolvidables (¡y sus conferencias!), es la persona que mejor me ha tratado en lo que podemos llamar “mundo intelectual”. Me ha apoyado en momentos esenciales, en muchos momentos. Es imposible olvidarlo.
Lo que espero es que este trabajo de edición que estamos haciendo Jordi Mir Garcia y yo (con la ayuda en la sombra de Iñaki Vázquez Álvarez) esté “a la altura de las circunstancias”. Voy casi cada semana a la Biblioteca de la UPF, donde se guarda una parte de sus escritos, papeles de trabajo, clases, resúmenes, correspondencia, y es impresionante la cantidad de cosas que Paco llegó hacer. Parece imposible pero su capacidad de trabajo y de concentración, desde joven, era transfinita. Como mínimo.
—Has ultimado con Jordi Mir la edición de un volumen con textos de Paco Fernández y de Sacristán, que se publicará próximamente en esta casa editorial. ¿Puedes adelantar aquí cuál es su contenido?
—Con mucho gusto. Es una selección bastante amplia de escritos de ambos, algunos de ellos inéditos, en torno a movimientos sociales alternativos, movimientos sociales en algunos de los cuales ellos mismos participaron. Por ejemplo, en el movimiento obrero, en el Comité Antinuclear de Cataluña, o en el movimiento universitario, durante el fascismo y posteriormente., En total son 34 textos, diez de Sacristán (dos son bastante extensos) y veinticuatro de Paco Fernández Buey (en general más breves). El primero, de Sacristán, es de 1969; el último, de Paco, de 2011. Hemos incluido la transcripción de una intervención radiofónica suya sobre el 15M, pocos días después de la irrupción del movimiento, y una conferencia del que fuera su maestro y amigo sobre “Algunas actitudes ideológicas contemporáneas ante la ciencia”.
Cerramos con una carta que Sacristán envió a Paco desde México, en agosto de 1983. Tal vez pueda valer como resumen. Mi consejo a los lectores: ¡no se lo pierdan!
—Tocaremos ahora un asunto espinoso. Cada sábado publicas una larga “Sabatina” en Rebelión. Con mucha frecuencia, desde que está el “procés” en marcha, dedicas buena parte de la sección a criticar duramente tanto al independentismo como movimiento como a sus principales protagonistas. Sin embargo, buena parte de la izquierda de la que formas parte arece situarse en el ámbito de una supuesta equidistancia. O al menos en actitud “comprensiva”. Me pregunto qué opinas de todo ello.
—Intentaré responderte con brevedad pero no es fácil. Yo formaba parte de esa izquierda a la que aludes (incluyendo la sindical), tanto la catalana como la del conjunto de España, pero cada día me siento más alejado de sus tesis y, digamos, argumentos. Incluso, para ser sincero, de mí mismo y mis reflexiones y posiciones de hace unos años. Por ejemplo, mi anterior defensa, cerrada y poco documentada, del derecho de autodeterminación, que no creo ahora aplicable en el caso de una sociedad como la catalana, que goza de libertades sin que ningún otro país o pueblo ejerza sobre ella bota opresora alguna. Sumo a lo anterior mi incapacidad para llamar a las cosas por su nombre: Cataluña para hablar de Cataluña; España para hablar de España (término prohibido durante décadas en la izquierda), o Francia para hablar de Francia.
Una parte sustantiva de esa supuesta izquierda, sobre todo la catalana, es ante todo, en mi opinión, identitaria. Se siente muy pero que muy catalana, en el fondo nacionalista, aunque no lo diga o lo diga solo a veces.
Basta pensar en algunas cuestiones simbólicas y en sus prácticas. ¿Por qué lleva años esa izquierda participando en los actos del 11S? ¿Alguien tiene alguna duda del significado secesionista de estas manifestaciones en los últimos años? ¿Qué hace el lazo amarillo en la fachada del Ayuntamiento de Barcelona? ¿Hacer competencia al otro gran lazo de la fachada de enfrente, de una Generalitat ahora presidida por Joaquim Torra, un presidente demediado puesto a dedo por el huido Puigdemont, un presidente ultranacionalista que, quedándome muy corto, es un supremacista e hispanofóbico de tres pares de narices, que ha insultado a más de la mitad de la ciudadanía de Cataluña? “Bestias con rostro humano” es una de sus tesis antropológicas centrales. Algunos de sus consejeros han llamado, a gente trabajadora como mis padres, “colonizadores lingüísticos”. Todo muy bonito, humano y fraternal.
—Quizás sea la forma en que esa izquierda intenta tender puentes…
—¿Puentes, qué puentes? No creo que sea posible tender puentes en estos momentos con gentes que quieren transitar solo un sendero: el que les conduzca fuera de una España que ellos consideran zafia, fascistoide y cutre. Sin matices. Lo dijo en términos parecidos Torra, el 25 de junio, en la presentación de un libro suyo.
Además de no compartir las posiciones de esa izquierda de la que hablamos, no entiendo sus dudas y vacilaciones (que son pocas, porque, en la práctica, suelen hacer casi siempre lo que marca el secesionismo; por ejemplo, el 9N o el 1-O). Su lenguaje, además, es calcado del nacionalismo: Estado español, jamás España, echando a la cuneta toda la historia republicana, antifranquista y democrática; “conflicto nacional”, uno de los inventos del nacionalismo; “dret a decidir”, una formulación de laboratorio que hicieron suya desde el primer momento; “president” para hablar del gran manipulador, ricachón y defraudador Pujol; defensa (irracionalista y patriótica, como si fuera un axioma sagrado de la Santa Cataluña) de una inmersión que no es tal inmersión para la mitad de la población (para mi hijo, por ejemplo, hablamos en casa en catalán) y para gente rica y guapa (hijos de Piqué y Mas, por ejemplo, que van o fueron a colegios donde no se practica inmersión alguna), etc. Me es imposible comprender, y me subleva e indigna, que hayamos dejado la hegemonía del movimiento de respuesta crítica y de oposición al nacional-secesionismo en manos de Ciudadanos, que se ha ganado su posición por algunos méritos propios pero, sobre todo, por el inmenso vacío que han dejado las fuerzas de izquierda de .Cat (y no solo de .Cat). Por si fuera necesario destacarlo: yo no tengo simpatía política alguna con esta formación neoliberal cada día más ubicada en la derecha, pero tampoco por bailar al son de la música del nacional-secesionismo al que se le suelen disculpar todas sus barbaridades.
¿Qué respuesta dio la izquierda en las calles cuando un xenófobo (y clasista) como Torra fue elegido presidente de la Generalitat? ¿Qué hubiéramos hecho, cómo hubiéramos intervenido si un ultranacionalista español hubiera sido elegido presidente del gobierno de España? La izquierda de Cataluña ha influido –y está influyendo– para mal en el resto de la izquierda española y ésta, acomplejada, pensando en términos del “todos juntos” del antifranquismo (la situación no tiene nada que ver), no se ha atrevido a plantar cara. Contra el PP todo ha valido, incluso la subordinación a los planes secesionistas neoliberales. Decir, como ha dicho Pablo Iglesias tras visitar a Torra (yo no lo hubiera visitado después de su discurso del 23 de junio), que, le cito, “Los valores republicanos son la mejor garantía de que España y Cataluña sigan caminando juntas” es hablar casi como hablan ellos, y no darse cuenta (o aparentar no darse cuenta) de que los valores republicanos asociados a la tradición de la I y II Repúblicas españolas no tienen nada que ver con los valores insolidarios, crematísticos y etnicistas asociados a esa falsa República de gentes de clase hegemónica y clase media muy bien remunerada que jugaron y juegan al póker de farol, mientras destilan, cuando hablan para los suyos, discursos y prácticas que separan a las gentes trabajadoras y rompen en mil pedazos proyectos de fraternidad. ¿Qué tiene que ver con la emancipación de las gentes la construcción de un nuevo muro-Estado? Nada, absolutamente nada. Y esa, lo digan o no, ¡además lo dicen!, es su finalidad esencial. Rompernos, dividirnos por etnias inventadas, por nacionalidades construidas falsamente.
—¿Acusas pues a las izquierdas catalanas de hacerle el juego al nacionalismo?
—No acuso a nadie. No va eso conmigo. Doy mi opinión y muestro mi desolación. La construcción de país, el fer país de Pujol, un “hacer país” en clave nacionalista, no un país fraternal de todos para con todos, es una finalidad nacionalista que ha sido compartida por sectores importantes de la autodenominada izquierda catalana. Si uno mira a los actuales regidores de Barcelona en comú puede darse cuenta fácilmente de los éxitos (estragos para nosotros) de la ideología nacional-secesionista.
Un sector importante del PSC y de ICV-EUiA ha pensado también en esos términos o en términos similares. Yo he escuchado a dirigentes de ICV hacer elogios de Pujol (¡qué importante que ha sido para nuestro país!) en la Comisión política de Santa Coloma de Gramenet. ¡En el comité de dirección política de una formación de izquierdas internacionalista de una ciudad obrera! Basta recordar, es algo más que una anécdota, el llanto-emoción mostrado por Juan Josep Nuet cuando escuchaba en una concentración a una de las representantes más intransigentes de ese mundo nacionalista, Carme Forcadell. No me extraña que dirigentes nacionalistas de ERC (riéndose, desternillándose más bien) y de la exCDC le felicitaran por su comportamiento. Roma se siente feliz y contenta con los asimilados.
—¿Entonces?
—Me he extendido más de la cuenta y no tengo soluciones ni varitas mágicas para encontrarlas. Acabo con lo que me produce más dolor: no he esperado nunca nada del mundo nacionalista pero me han decepcionado mucho antiguos compañeros, antiguos amigos, que han tomado posiciones que nunca me hubiera imaginado. Yo no sé qué tiene de liberador la construcción de un muro-Estado que nos separe del resto de las clases trabajadoras españolas. Yo me siento más próximo de amigos y compañeros madrileños, sevillanos, castellanos o gallegos que de Millet, Mas, Junqueras o Anna Gabriel, que escribe prólogos a libros de David Fernàndez con el encabezamiento: “A los españoles” (aparte de contar lo que cuentan y cómo lo cuentan sobre el atentado a Jiménez Losantos en un libro reciente suyo sobre August Gil Matamala). No es ningún horror pertenecer (sin patriotismo excluyente y chillón, sin excesos y sin que sea nuestro principal rasgo; nuestras características y valores son otros: equidad, justicia, libertad, fraternidad, socialismo), pertenecer, decía, al país de Antonio Machado, García Lorca, Rosa Chacel, Luis Cernuda, Joan-Salvat Papasseit, Mª Teresa León, Teresa Pàmies y Manuel Sacristán. Como me sentiría bien perteneciendo al país de Brecht, Engels, Jenny y Marx, o al de Vasco Gonçalves y Zeca Afonso, por ejemplo. Sin orgullo especial, sin pensar que somos mejores que otros, más cultos, más eficaces, más alemanes-daneses del Mediterráneo o de la Meseta.
—Además de entrevistas, en El Viejo Topo aparecen muchas críticas de libros con tu firma. Teniendo en cuenta que en el año pasado se cumplieron cien años de la revolución rusa, y en este doscientos del nacimiento de Marx, ¿puedes recomendarnos dos o tres libros de lectura inexcusable en torno a ambos acontecimientos?
—Sobre Marx: Mary Gabriel, Amor y Capital (una biografía extraordinaria y muy feminista en mi opinión); Francisco Fernández Buey, Marx a contracorriente (sin olvidarme de su Marx (sin ismos)); Clara Ramas San Miguel, Fetiche y mistificación capitalistas; Ariel Petrucelli, Ciencia y utopía. En Marx y en la tradición marxista, y, para citar a otro clásico, Manuel Sacristán, Sobre dialéctica. Los dos primeros y el último han sido editados por El Viejo Topo, como sabes. Un libro en el que también se aprende mucho sobre Marx, marxismo y muchas otras temáticas, también del Topo, es Praxis política y estado republicano. Crítica del republicanismo liberal de Joaquín Miras. Joaquín, un buen y gran amigo y maestro, es un profundo conocedor de la obra de Hegel y Marx. Mis prejuicios sobre la obra del primero me los ha ido disolviendo poco a poco.
Sobre la revolución soviética: 1917 de Francisco Fernández Buey; El siglo soviético de Moshe Lewin; Chevengur de Platonov y, aunque no sea propiamente sobre la revolución, un libro de hace unos años que me enseñó mucho: Loren R. Graham, Ciencia y filosofía en la Unión Soviética. También este de Graham: El fantasma del ingeniero ejecutado. Por qué fracasó la industrialización soviética. Está traducido, este último, por un antiguo amigo, por Antonio Desmonts. No es sobre el 17 pero arroja luz sobre la revolución soviética: La gran transición de Rafael Poch de Feliu. Un libro que tiene sus años pero que se mantiene la mar de bien.
En 2017 se cumplieron también los 150 años de la publicación de la primera edición de Das Kapital. El libro de Sacristán, Escritos sobre El Capital y textos afines, también publicado por el Topo, sigue teniendo interés. Hay muchas cosas por supuesto.
Y ya que estamos en recomendaciones no puede dejar de citar un libro –¡de metafísica, de la buena metafísica!– que acaba de publicar Montesinos: Ser y no ser. Critica de la razón narcisista, de Miguel Candel. ¡Que los lectores no se lo pierdan, que tomen nota!
—Bueno, pedía solo dos o tres… Para ir acabando: ¿qué te sobra y qué echas a faltar en esta revista?
—Sobre lo que sobra: la excesiva extensión de algunos artículos; ya hemos hablado antes de ello; repensar algunas secciones… Sobre lo que echo a faltar: divulgación de más ciencia empírica o formal, más atención a las prácticas de la industria criminal del amianto y algo más de poesía y de política, sociología y filosofía de la ciencia (sin excluir la analítica).
Pero la perfección es imposible, es cosas de dioses o entes afines, y ya sabemos, con Wilder, que nadie es perfecto. Y sobre todo: sobre gustos, hay disputas, y así debe ser.
—Y para acabar del todo: ¿Quieres añadir algo más?
—Sí, lo que quería decir desde el principio: es un honor que me hayas entrevistado. Mi máximo agradecimiento por tantos años de fraternal amistad. A ti, a Elisa, a vuestros hijos, a los colaboradores/as de la revista o del TopoExpress y a todos los trabajadores y trabajadoras de la revista, tanto los de ahora como los de estos últimos años. Mejor imposible. Gracias
¡Y que el Topo dure cien años más! Como mínimo.
—He estado tentado de suprimir esta última ruborizante respuesta, pero la dejo porque me da pie a despedir la entrevista con el agradecimiento hacia ti y hacia todos los que en realidad, estáis haciendo esta revista. Digo la verdad: todo el mérito es vuestro. Absolutamente vuestro