Decrecer para sobrevivir. Entrevista a José Alberto Cuesta

Salvador López Arnal

Entrevista a José Alberto Cuesta | Decrecer para sobrevivir
Decrecer para sobrevivir es el título de un libro de impacto que acaba de publicar este profesor y ensayista (autor de Filosofía crítica y crítica ecosocial (Serbal, 2006) y de Ecocinismos (Buridán, 2011) en el que se nos alerta de la necesidad de afrontar la ya próxima desaparición de los recursos imprescindibles para sostener el actual modo de vida.

—Decrecer para sobrevivir. ¿Qué significa aquí decrecer? ¿Producir menos? ¿En todas las ramas de la producción y de servicios? ¿En todos los países?

—Decrecer significa que, una vez constatado que nuestro consumo y nuestras emisiones de residuos han superado la capacidad de carga del planeta, las poblaciones opulentas han de reducir su consumo para permitir una vida digna a las poblaciones empobrecidas y garantizar la sostenibilidad ambiental, y poner freno al calentamiento global. Significa producir y consumir menos, pero no en todos los lugares y en todos los sectores de la producción. Será necesaria una drástica reducción de la producción industrial, del transporte y del turismo. Pero habrá que tratar de mantener la producción de alimentos que con menor energía fósil requerirán de más trabajo humano, al igual que otros servicios menos intensivos en energía como la educación o los cuidados.

—¿No es una quimera hablar en estos términos cuando se sabe que el eje central de la economía capitalista, prácticamente la economía mundial, es el crecimiento y la acumulación (ilimitada) de capital? ¿No es un simple deseo muy alejado de la realidad real (si se me permite la expresión)?

—En efecto, el motor del capitalismo es el crecimiento económico y la acumulación de capital sustraído a la naturaleza y a la población más vulnerable. Pero, precisamente, esta aspiración al crecimiento continuo es inviable en el tiempo y está llegando a su fin, porque se ejecuta en un planeta limitado. Lo que es una quimera es el capitalismo, puesto que acaba chocando con unas leyes biofísicas imposibles de violar. Respecto a que si el decrecimiento organizado y voluntario es una quimera, reconozco que desde nuestro imaginario colectivo parece algo difícilmente realizable, pero reconozcamos también que lo improbable es posible, y lo improbable a veces sucede, con lo cual tiene alguna ventaja frente a lo imposible (el crecimiento continuo).

El desarrollo sostenible, más que un concepto transformador, se ha revelado como un concepto paralizador.

—Cuando habla de sobrevivir, ¿en qué o en quiénes piensa? ¿En los más desfavorecidos? ¿En las personas que siguen muriendo de hambre? ¿En toda la Humanidad?

—No pienso en la Humanidad como concepto genérico, ya que no creo que a corto plazo la supervivencia de la especie humana esté en peligro (sin subestimar los peligros de un calentamiento global desaforado o de una guerra nuclear). Me refiero a la supervivencia del mayor número de personas (ya nacidas o aún por nacer) en un contexto cercano de mengua de recursos materiales y energéticos. Considero que la fórmula para lograr un mayor número de supervivientes pasa por un reparto equitativo de la riqueza. Por otra parte este problema no es algo nuevo, ya conocemos las cifras de centenares de millones de hambrientos en el mundo, mientras que apenas medio centenar de personas, acumulan tanta riqueza como la media humanidad más pobre.

—¿No es “sobrevivir”, por otra parte, palabra muy gruesa y dramática? ¿Estamos en esas coordenadas trágicas o es un poco para llamar la atención para que todos tomemos nota y seamos conscientes de que las cosas tienen que cambiar un poco o un bastante para seguir adelante sin problemas?

—Sobrevivir para quien sufre el riesgo de morir es grueso y dramático, y es algo más que una palabra. La crisis ecológica es algo que nos va a afectar a todos. Como afirmaba Pasolini “todos estamos en peligro”. Que cada uno reflexione, que piense cómo va a afectar la escasez de petróleo a sus vidas, y si es mejor afrontarla en solitario, o buscando apoyo en los demás.

Entrevista a Jose Alberto Cuesta

Naucalpan, México. Estos asentamientos han multiplicando la distancia entre domicilio y trabajo. Foto de PABLO LÓPEZ LUZ para El País.

—Abre el libro con una cita de Nicholas Georgescu Roegen: “Nos encontramos en una época en la que lo obvio debe ser enfatizado porque ha sido ignorado largo tiempo”. La cita es de 1972, ¿seguimos en lo mismo? ¿Qué significa para usted la obra del economista y matemático rumano?

—En efecto, a tenor de los hechos, casi medio siglo después seguimos instalados en un sistema económico, político y cultural que cree que el crecimiento económico continuo es posible en una biosfera limitada.

Respecto a Georgescu Roegen no conozco su obra en profundidad, ya que no tengo una formación matemática suficiente, sino a través de una antología de sus textos, y por la divulgación de su pensamiento efectuada por Óscar Carpintero. Sin embargo, esas referencias me sirven para valorarle como el primer economista que integra la economía dentro de los límites que impone la segunda ley de la Termodinámica.

—Sus primeras palabras: “Este ensayo versa sobre una idea obvia: no se puede crecer indefinidamente en un medio físico limitado como nuestra biosfera”. Tal vez sea obvia, pero déjeme preguntarle por ella: ¿por qué no es posible un crecimiento indefinido y prudente que sea al mismo tiempo sostenible? La tecnociencia y nuestras prácticas prudentes pueden jugar aquí un papel central.

—Ese crecimiento prudente podía haber sido posible, pero también solo temporalmente, hace medio siglo, cuando aún no habíamos superado la capacidad de carga del planeta, pero hoy ya no lo es. De hecho en los años 70 la posición de Herman Daly, y el informe Los límites del crecimiento, abogaban por un crecimiento estacionario, es decir no crecer más, pero tampoco decrecer. Sin embargo Georgescu-Roegen ya señalaba que no era suficiente con un estado estacionario, sino que por imposición de la segunda ley de la termodinámica era necesario decrecer. Hoy, cuando ya necesitamos 1,7 planetas para mantener nuestro consumo y emitir nuestros residuos, no solo un crecimiento moderado es inviable, sino que también lo es el crecimiento estacionario. Los límites del crecimiento son límites de la huella ecológica y tarde o temprano tendremos que vivir con un solo planeta.

—Ampliando la perspectiva: de acuerdo, no es posible un crecimiento indefinido en la biosfera, pero nuestro planeta no es el único lugar donde podemos habitar. La Humanidad tiene capacidad para pensar en nuevos “horizontes de grandeza”. ¿Por qué no conquistar nuevos planetas, “nuevos lugares de residencia”? Hace años, un físico británico, Adrian Berry, apostaba por esta alternativa. Ahora mismo hay corporaciones, TESLA creo que es una de ellas, que tienen todo esto en mente entre sus planes de futuro (que ya es presente).

—El gran pecado en la cultura en la antigua Grecia era la hybris (desmesura o soberbia) que conducía a la desgracia, y creo que es la desmesura o esos “horizontes de grandeza” los que nos han conducido a la situación actual. Pongamos un ejemplo, el calentamiento global que puede hacer inhabitable nuestro planeta ha producido un aumento en la concentración de CO2 en la atmósfera de un 0,03% a un 0,04%, tardando para ello más de dos siglos quemando ingentes cantidades de combustibles fósiles. La atmósfera de Marte contiene un 95% de CO2, y hay gente que habla de cambiar el clima de Marte para colonizarlo. ¿De verdad alguien cree probable reducir la concentración de CO2 de Marte de un 95% a un 0,04 %? ¿O alguien cree que podremos pisar otros planetas fuera del sistema solar? Recuerdo que la estrella más cercana es Alfa Centauri, que está a cuatro años luz, y que lo máximo que hemos conseguido es pisar la Luna que está a poco más de un segundo luz.

Según la Agencia Internacional de la Energía en el año 2025 faltaría el equivalente a la producción de más de tres Arabias Saudíes para satisfacer la demanda mundial.

—Usa usted en repetidas ocasiones la expresión “crecimiento económico exponencial”. Habla de ella en el libro y lo ilustra con excelentes ejemplos. ¿Nos lo puede definir sucintamente?

—El crecimiento exponencial es la clave para comprender lo que está sucediendo. Es un crecimiento que se acumula sobre el crecimiento anterior, con lo cual se dispara en el tiempo. Si el grosor de un folio midiese un milímetro (en realidad mide la octava parte), si lo doblamos una vez mediría dos, pero cuando lo doblamos otra vez no mide tres, sino cuatro, y cuando lo doblamos otra no mide cuatro sino ocho. Las cifras se disparan vertiginosamente a medida que continuamos el proceso. Esto es lo que sucede con el incremento del consumo y del PIB con cifras del 3% anual para que el capitalismo funcione. Crecer al 3% anual, significa multiplicar nuestro consumo por dos en 24 años, por cuatro en 48, por 8 en 72. Piensen en consumo de agua, minerales, metales, disponibilidad de Tierra… ¿Puede alguien creer que esto sea posible?

—No parece usted muy partidario de la idea-concepto de desarrollo sostenible. Habla de ello en el cuarto capítulo del libro y en otros apartados. ¿Qué peligros ve en esa idea? Muchos dirigentes de izquierdas, muchos partidos de izquierda en absoluto reñidos con el ecologismo, suelen defenderla, suelen expresarse en estos términos para defender una economía al servicio de las personas y respetuosa del medio ambiente.

—La definición de desarrollo sostenible es impecable, ya que formula un modelo económico que satisface las necesidades del presente, sin comprometer la posibilidad de que las generaciones futuras puedan satisfacer sus necesidades. Sin embargo el problema llega cuando se equipara desarrollo con crecimiento económico. El desarrollo sostenible acaba convirtiéndose en un oxímoron, en una contradicción entre los términos, si crecemos no somos sostenibles y si queremos ser sostenibles debemos dejar de crecer. Al final se ha convertido en un lavado de cara verde del capitalismo. No hay que olvidar que se formula en 1987, en la agonía de la Unión Soviética, y se populariza en 1992 en la I Cumbre de la Tierra tras el fin de la URSS. Después de 30 años de desarrollo sostenible, los resultados ecológicos son desastrosos. El desarrollo sostenible, más que un concepto transformador, se ha revelado como un concepto paralizador.

Entrevista a Jose Alberto Cuesta

La densidad de Hong Kong se asocia a la eficacia, pero sacrifica el espacio y la intimidad. Foto de MICHAEL WOLF para CORDON PRESS.

—Se habla mucho en su libro de ecología. Pero, ¿qué es la ecología desde su punto de vista? ¿Una ciencia, una forma de vivir, un movimiento social que atraviesa casi todos los partidos, una filosofía esencial para nuestro existir?

—La ecología es una ciencia holística que tiene en cuenta las relaciones entre los seres vivos y su sustrato físico. La economía ortodoxa, sin embargo, tiene un objeto de estudio mucho más restrictivo y se centra únicamente en lo cuantificable económicamente, es muy pobre a la hora de analizar la realidad. El ecologismo es un movimiento político y social, basado en la ciencia ecológica, que reflexiona sobre nuestro modelo de sociedad, y sobre nuestros estilos de vida.

—Afirma usted en algún momento que desde 1980 “hemos gastado más de lo que generamos”. Pero, ¿cómo es posible? ¿No es una contradicción? ¿Cómo vamos a gastar aquello que aún no hemos generado?

—Existe un día llamado el día del overshoot o del sobrepasamiento. Es otra forma de medir la huella ecológica. Mide los recursos que genera el planeta en un año y cuánto tiempo tardamos en consumirlos. Cada año se va adelantando esa fecha y en 2018 se
alcanzó el 1 de agosto (En la Unión europea se ha alcanzado el 10 de mayo en 2019). No es que estemos gastando lo que no hemos generado. Es como si a una persona le pagan la nómina el día 1 del mes (lo que ha generado el mes pasado) y tarda 18 días en gastar ese sueldo. Lo puede hacer mientras tenga ahorros del pasado. Nuestros ahorros son los recursos que ha generado el planeta a lo largo de su historia, pero estos ahorros están menguando, y por eso nuestras economías recurren cada vez más al endeudamiento, para tratar de mantener ese nivel de consumo en el presente, a costa del futuro.

—Le cito: “Como puede apreciarse, en cada informe anual la AIE [Agencia Internacional de Energía] tiene que corregir las proyecciones del año anterior a la baja. ¿Cómo es esto posible? Por muy difícil que resulte creerlo, es debido a que la AIE no aplica el concepto de TRE [tasa de retorno energético]. Este es un ejemplo de cómo, si los resultados científicos no satisfacen las expectativas políticas, económicas, e incluso científicas, se cambian las premisas del estudio para obtener resultados falsos, pero complacientes y presentables”. Esto que cuenta, ¿es generalizable? ¿Qué tiene que ver una verdadera práctica científica con acomodar los resultados a lo “que conviene”, a lo que nos resulta más complaciente?

—No sé si es generalizable, pero el hecho es que el problema trata de ocultarse, y que la Agencia Internacional de la Energía sigue haciendo esas correcciones a la baja año a año. Acabé el libro en septiembre, pero desde entonces han sucedido cosas importantes. En noviembre de 2018 la Agencia Internacional de la Energía publicó su informe anual. Antonio Turiel señala cómo en una gráfica se advierte de que el pico de todos los petróleos (convencionales y no convencionales) puede haberse alcanzado a lo largo de 2017, y que en el año 2025 faltarían 34 millones de barriles diarios (un tercio de la extracción, y el equivalente a la producción de más de tres Arabias Saudíes) para satisfacer la demanda mundial. Esta es una gráfica recóndita dentro del texto en el que no se explica este hecho. Turiel interpreta que se incluye esta gráfica, porque dada la gravedad y la inminencia del problema, a la Agencia Internacional de la Energía, cuando llegue el momento, se le van a pedir responsabilidades, y la Agencia se guarda las espaldas incluyendo la gráfica en un lugar perdido y en una breve alusión dentro del informe, pero solo para curarse en salud y no para que sea un hecho conocido por la opinión pública.

—Se habla mucho del pico del petróleo, de los límites de su generación, explotación y distribución pero no se para producir y vender, como si no hubiera problema alguno. ¿Qué sentido económico tiene ese producir-consumir enloquecido?

—Desde casi cualquier punto de vista racional este sistema no tiene ningún sentido. Pongo un ejemplo. El Grupo de Energía y Dinámica de Sistemas, Ecologistas en Acción, y Entrepueblos de Valladolid han realizado una exposición de paneles titulada “Los límites del crecimiento” extraordinariamente didáctica para trabajar en los institutos de educación secundaria, y que recomiendo encarecidamente. En uno de los paneles se señala cómo la cantidad de patatas que Egipto exporta a Gran Bretaña es prácticamente igual a la cantidad de patatas que Gran Bretaña exporta a Egipto. Piense en el modelo de agricultura aquí en Europa. Se utilizan fertilizantes minerales para la tierra, para trabajarla con maquinaria que funciona con petróleo, y cuyos materiales han sido transportados desde varios continentes en descomunales barcos que se mueven con petróleo, para la elaboración de tractores o cosechadoras que han sido construidos en una fábrica que funciona con petróleo. Todo para producir cultivos destinados a la exportación en barcos movidos con petróleo, para recibir otros productos desde lugares muy remotos para ser consumidos en supermercados. El resultado es que esta agricultura industrial se convierte en una actividad deficitaria energéticamente. Para producir una caloría de alimentos se necesitan varias de combustibles fósiles. Para que se entienda y siguiendo a Pedro Prieto, a esto se le llama “hacer un pan con unas hostias”. ¿Qué sentido económico tiene? Pues únicamente los superbeneficios de una plutocracia que controla el mundo a costa de la explotación de los demás y de la Naturaleza.

Entrevista a Jose Alberto Cuesta

Jose Alberto Cuesta, durante la entrevista para El Viejo Topo

—Cuando habla usted de la “insuficiencia tecnológica”, ¿a qué se está refiriendo? La tecnología (que usted esquematiza así: Tecnología = Conocimiento + materiales + energía), ¿no puede echarnos una mano? ¿Debemos ser tecnófobos?

—Desde luego que la tecnología puede ayudarnos. Las mejoras tecnológicas, por ejemplo en la eficiencia, son una condición necesaria para paliar el problema de la extralimitación, pero no es una condición suficiente. En absoluto debemos ser tecnófobos, pero tampoco tecnólatras, creyendo que la tecnología es la solución a todos nuestros problemas. Hay que ser conscientes por una parte de que el desarrollo tecnológico, además de conocimiento científico requiere de una cantidad creciente de energía y materiales. Por otra parte debemos tener en cuenta que la tecnología, aunque puede formar parte de la solución, también ha sido parte del problema. Por último debemos considerar con qué fines utiliza el poder ese desarrollo tecnológico. Teniendo en cuenta todos estos factores
debemos incluir, además de los posibles avances técnicos, decisiones de índole moral y política.

—¿Las energías renovables son la solución a todos nuestros males? ¿Nos señala sus límites si los tuvieran?

—Las energías renovables van a ser el futuro de la Humanidad, con lo cual deberíamos estar contribuyendo a su desarrollo mucho más de lo que lo estamos haciendo. Sin embargo, es evidente que presentan una serie de limitaciones que hacen muy difícil una sustitución del volumen total de energía actual (mayoritariamente fósil, por otro equivalente en renovables). En primer lugar las renovables plantean el problema de su intermitencia, son flujos que en algunos momentos tenemos (sol, viento) y en otros no, mientras que los combustibles fósiles son stocks almacenables y disponibles en cualquier momento. En segundo lugar, si bien es cierto que esos flujos de sol, viento o agua son inagotables, los soportes físicos y la infraestructuras no son renovables, ya que dependen de materiales escasos y muy dispersos que también dependen del petróleo para su fabricación y transporte. Además las renovables producen básicamente electricidad, lo que significa apenas un 20% de nuestro consumo energético. El talón de Aquiles de las renovables es su aplicación a un volumen de transporte descomunal como el actual. Deberíamos estar utilizando parte del petróleo disponible para una transición energética hacia las renovables en lugar de transportar globalmente mercancías a lo largo del mundo para beneficiar a unos pocos.

—Cita varias veces a Günter Anders. ¿Qué le interesa más de este filósofo alemán, que fuera compañero de Hanna Arendt y que, como ella, tuvo que huir del fascismo?

—De Anders me interesa sobre todo su reflexión sobre la percepción de la población hacia la tecnología. Sus ensayos sobre “La obsolescencia del hombre” están escritos entre los años cincuenta y los setenta. En concreto me interesan tres cuestiones. Primero, cómo después de los horrores tecnológicos de la Segunda Guerra Mundial (Auschwitz, Hiroshima y Nagasaki) la población recuperó rápidamente su fe en el poder benéfico de la tecnología en apenas una década, cuando surgió la sociedad de consumo de masas. Por otra parte me interesa esa sensación de inferioridad que el ser humano experimenta respecto a sus máquinas (vergüenza prometeica). Por último, constata como esa supuesta superioridad de las máquinas sobre su creador nos han hecho cada vez más irresponsables. El ejemplo máximo es el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki apretando un botón. En definitiva, a la vez que hemos alcanzado las máximas cotas de desarrollo tecnológico, más nos hemos acostumbrado, con indiferencia, a la destrucción.

El talón de Aquiles de las renovables es su aplicación a un volumen de transporte descomunal como el actual.

—¿Somos demasiados en su opinión? ¿Crecimiento demográfico cero, como sostenía hace años el filósofo, también alemán, Wolfgang Harich? ¿No es una forma autoritaria, así lo dicen los críticos, de limitar la voluntad y libertad de las personas?

—La respuesta a la pregunta sobre si somos demasiados es relativa, ya que no depende únicamente de la cantidad de población, sino de su consumo y de su impacto ambiental. Por otra parte debemos considerar que nadie sobra. Sin embargo es evidente que el crecimiento demográfico de los dos últimos siglos no se puede mantener en el tiempo. La cuestión sobre si el control demográfico limita la libertad de las personas, es reformulable si tenemos en cuenta que el grueso del crecimiento demográfico mundial se concentra en los países empobrecidos, y este crecimiento se debe principalmente a la subordinación de las mujeres a los hombres. Creo que la mejor forma de reducir las tasas de fecundidad en los países subdesarrollados es facilitar el acceso a la educación para las niñas, y al empleo para las mujeres. Desde esta perspectiva el control de la población no limitaría la libertad de las personas, sino que la ampliaría. Sin embargo, los resultados para un crecimiento cero tardarían en llegar un par de generaciones por el fenómeno de la inercia demográfica, y no tenemos tanto tiempo para afrontar la crisis ecológica, con lo cual hemos de incidir en una reducción notable del consumo material en los países desarrollados.

—Habla usted de barbarie y peligro fascista. Empiezo por barbarie. ¿A qué barbarie hace referencia?

—Me refiero al temor de que una mengua en la disponibilidad de recursos, nos lleve a una apropiación mayor de éstos por parte de las élites, y a un mundo hobbesiano de lucha de todos contra todos.

—¿A qué peligro fascista alude? ¿Al crecimiento de la ultraderecha en Europa y en Estados Unidos por ejemplo?

—Evidentemente. El crecimiento de partidos de ultraderecha ha sido tremendo a lo largo de esta década, y es algo sumamente preocupante porque presenta bastantes paralelismos con lo que sucedió en los años 30. Los partidos que han gobernado en las últimas décadas en Occidente, socialdemócratas y democristianos, se están derrumbando en muchos lugares porque prometen la vuelta a una senda de crecimiento económico que no volverá, y que hoy solo se mantiene a través de un incremento mayor de la deuda. Parece que hay bastante gente que acepta una solución que excluya a parte de la población (inmigrantes, parados), sin pensar que nadie está a salvo de estas desgracias. Por eso es importante la construcción de alternativas basadas en un decrecmiento equitativo, y esta oportunidad la está perdiendo la nueva izquierda.

—¿Por qué es tan importante la noción de huella ecológica? ¿Podemos medirla con precisión?

—Es muy importante porque por primera vez en la Historia tenemos una herramienta para cuantificar nuestro impacto ambiental tanto a nivel global, como en otras escalas geográficas (nacional, regional), con lo cual también sirve como indicador de las desigualdades en el consumo a nivel internacional. Los límites del crecimiento económico son los límites del crecimiento de la huella ecológica, de tal modo que nos orienta hacia dónde hemos de dirigirnos: decrecer en las economías más opulentas para que otros puedan crecer y vivir todos dignamente. En cuanto a su medición, como señala Óscar Carpintero en su tesis, existen diferentes metodologías pero la diferencia entre ellas no es significativa a la hora de constatar el hecho de nuestra extralimitación.

—¿Es viable, en su opinión, algún tipo de capitalismo (pongamos uno más humano y más afable con el ser humano y la naturaleza) en el siglo XXI?

—Creo que no es posible, ya que el capitalismo es un sistema que necesita del crecimiento económico para poder funcionar, y este crecimiento necesita de un mayor consumo de materiales y de energía, algo que acaba chocando con los límites del planeta.

—Vuelvo a insistir en una categoría clave. Habla usted del decrecimiento como alternativa. ¿Qué decrecimiento es ese? ¿Cómo pueden conseguirse apoyos entre la población? Las gentes trabajadoras suelen razonar: si no hay crecimiento no hay inversión; si no hay inversión, no se crean nuevas fábricas o se amplían las existentes; por tanto, no se crean puestos de trabajo. Luego entonces, ¿de qué vivimos?

—Significa decrecer en el consumo de materiales y energía, especialmente en las actividades más lesivas para el medio y para la población, significa repartir la riqueza, el
empleo y los cuidados, y requiere una vida más lenta y sosegada que satisfaga las necesidades básicas de toda la población mundial. Para ello es necesaria una relocalización de la producción y el consumo. Es algo que la mayoría de la población rechaza porque requiere la renuncia a muchas de las comodidades y lujos a los que nos ha acostumbrado la civilización capitalista industrial en las últimas décadas. Sin embargo también aportaría ventajas que compensarían la pérdida de esa abundancia material, como una vida social más rica y basada en el apoyo mutuo entre las personas. Recuerde que somos seres hipersociales que necesitamos afecto, entendimiento, compañía, participación social… todo esto podría verse enriquecido en una sociedad decrecentista. En cuanto a la cuestión del empleo, efectivamente las clases trabajadoras suelen razonar como usted dice. Daniel Tanuro lo señaló en una conferencia diciendo que los trabajadores creen que su sustento necesita del crecimiento de quienes les contratan y les explotan. Siguiendo a La Boetie, este es un caso claro de “servidumbre voluntaria”, un fenómeno que el capitalismo ha sabido explotar al máximo, ya que gran parte de la población no puede imaginarse otra sociedad diferente a la capitalista. Quisiera señalar que una mengua de la energía que alimenta a las máquinas seguramente requerirá de un mayor trabajo humano. Lo que nos estamos jugando es cuáles serán las condiciones de ese nuevo trabajo. Creo también que estas nuevas condiciones de relocalización exigirán un repunte de las actividades del sector primario y un crecimiento del mundo rural. Hay que distinguir también entre trabajo y empleo. Si yo hiciera un árbol genealógico desde mi familia remontándome al inicio de la agricultura, aparte de mí, solo mis hermanos y mis padres han tenido un empleo remunerado, los y las demás fueron agricultores y agricultoras de subsistencia.

Para producir una caloría de alimentos se necesitan varias de combustibles fósiles.

—Mirado como movimiento social, ¿cuál es la situación del decrecentismo en España y en Europa?

—Es un movimiento que va extendiendo su influencia muy lentamente en comparación con lo que sería necesario. Por lo que sé la mayor fuerza del decrecimiento en España se localiza en Galicia a través de la asociación “Véspera de nada”. En Galicia hay un partido político decrecentista, el “Partido da Terra” pero su número de votos es escaso. En octubre se celebró en Ferrol el II encuentro hispano portugués sobre decrecimiento y éramos unas 200 personas, curiosamente el mismo día que Vox abarrotaba Vistalegre. La situación en Europa no la conozco demasiado. Creo que el país donde más peso tiene es en Francia a través de la divulgación de Serge Latouche entre otros. Hay experiencias interesantes en Europa a nivel local, como las “Ciudades en transición”, pero falta un mayor conocimiento del problema por parte de la población. Es difícil esta difusión frente a medios de comunicación muy poderosos que moldean la opinión pública en sentido contrario, y los partidos políticos de izquierdas e incluso algunos grupos ecologistas no quieren hablar de decrecimiento porque piensan que la población no lo va a entender. Sin embargo mi experiencia personal es que cuando se lo explicas a la gente sí lo entiende.

—¿El decrecentismo es enemigo de la ciencia?

—En absoluto. La necesidad del decrecimiento está totalmente respaldada por el conocimiento científico existente. Las matemáticas nos muestran que el crecimiento
continuo es inviable en un sistema limitado como la Biosfera, y nuestra extralimitación en la extracción de recursos y en la emisión de residuos la respaldan todos los estudios geológicos, biológicos y climáticos serios. Si tomamos como referencia todos los colapsos civilizatorios acaecidos a lo largo de la Historia encontraremos dos patrones comunes: todas esas civilizaciones colapsaron por una explotación abusiva de sus recursos, y por creencias erróneas. Hoy la creencia más extendida en el mundo es la del crecimiento económico continuo, y frente a esa creencia irracional se opone el decrecimiento, apoyándose en el conocimiento científico.

—¿Y qué ganancias nos podía reportar, como seres humanos, el decrecentismo?

—Si consideramos ganancia en un sentido positivo, subrayo lo que he apuntado antes. Una pérdida en abundancia material en las sociedades opulentas puede compensarse resolviendo algunos de los problemas de estas sociedades, frente a la soledad mayor riqueza social y compañía intergeneracional, frente al abandono del mundo rural una recuperación de este, frente a la alienación cultural mayor participación social, frente a problemas como la obesidad más actividad física y alimentos más saludables. Pero no hay que ver solo los beneficios desde una perspectiva occidental. Para los países empobrecidos significaría un mayor control de sus recursos, un aumento en su soberanía alimentaria, una mayor toma de decisiones de las mujeres sobre sus cuerpos y sus vidas, menos dependencia respecto a los poderes internacionales. Si consideramos como ganancia evitar algo negativo, compare estos aspectos positivos con un decrecimiento forzoso dirigido por las élites que para mantener el actual modelo eliminaría a la porción de población que no le es rentable. Como diría Maquiavelo: “La mejor manera de alcanzar el paraíso es conocer los caminos que conducen al infierno para evitarlos”.

Decrecer para sobrevivir