El sermón: De sobresalto en sobresalto

Miguel Riera

De sobresalto en sobresalto: así transcurrió el primer semestre del año. Un año de grandes cambios: El mazazo de Grecia, Ucrania, Siria, Iraq y el Califato islámico, el pacto con Irán, el inicio –esperemos– del fin del bloqueo en Cuba… También en España: el ascenso de Podemos y la casi desaparición de UpyD, además del retroceso de IU que revelan las encuestas (todo ello aún provisional, según los últimos sondeos Podemos va discretamente a la baja mientras IU se recupera algo y Ciudadanos se consolida); los cambios en gobiernos autonómicos y en alcaldías de ciudades tan importantes como Madrid y Barcelona (sin olvidar las mareas gallegas, entre otros terremotos); la puesta en cuestión aparentemente definitiva del bipartidismo; una cierta recupe- ración de la imagen de la monarquía, tan afectada por la irresponsabilidad del anterior monarca… ¡Y que- dan aún cuatro meses de infarto para acabar el año!

Porque ahora, en este septiembre, llega uno de los momentos más “calientes” de 2015: las elecciones catalanas.

Unas elecciones que unos declaran plebiscitarias y otros califican como de exclusivamente autonómicas, pero que, quiérase o no, serán leídas en clave plebiscitaria.

Hasta ahora, más allá de Cataluña este asunto no ha sido realmente tomado en serio. No me refiero al gobierno español –que por otra parte se ha limitado a presentar recursos al tribunal constitucional y a hacer algunas declaraciones, mayoritariamente desafortunadas– sino al resto de los españoles, la gente de a pie, que en general han visto el “procés” con escepticismo e incredulidad. Pasado el Ebro, prácticamen- te nadie cree seriamente que la independencia de Cataluña sea posible.

En Cataluña, en cambio, hay un buen puñado de gente que no sólo lo cree, sino que lucha con todas sus fuerzas para conseguirlo. Personas que han sabido organizarse, establecer una estrategia. Tienen un obje- tivo que creen legítimo, y pasión y fuerza para intentar alcanzarlo. No son mayoría (a tenor de los últimos resultados, el independentismo podría estar alrededor del 35% del censo electoral), pero tienen a su favor la constante presión mediática de sus medios (públicos y privados) y una baza que no quieren desaprovechar: que hoy quien gobierna en España es el PP,un partido que en Cataluña no se come un rosco, y que históricamente ha preferido dar carnaza fresca a los suyos en forma de una hostilidad intermitente hacia elementos identitarios de la catalanidad, adquiriendo un aura de anticatalanismo de la que nunca se de- sembarazará. Convergència y PP, dos organizaciones que representan intereses oligáquicos que a veces coinciden y a veces compiten, dos caras de la misma moneda, son ahora un matrimonio que ha presen- tado los papeles del divorcio. Un divorcio que no tiene marcha atrás.

Personalmente opino que la independencia es imposible. Es solo una opinión, por supuesto, que muchos catalanes no comparten. Lo creo así por razones geopolíticas y económicas, pero también porque la mayoría de los catalanes –todavía– no la quieren. Lo sabremos muy pronto.
Pero, por un momento, imaginemos que la conocida como lista “única”, “de país”, “del president” o “Junts pel sí” obtiene una mayoría parlamentaria (aunque muy probablemente no de votos). Según la “hoja de ruta” que la candidatura ha pactado, durante un periodo que tendrá como máximo 18 meses los nuevos gobierno y parlamento iniciarían la apertura de negociaciones al tiempo que se construyen las nuevas estructuras de Estado que permitirían manejarse como Estado soberano una vez alcanzada la indepen- dencia. Naturalmente, se redactaría una Constitución, que se sometería a referéndum, se proclamaría la independencia, y la desconexión con España habrá concluido tras ponerse en vigor la “Ley de transitoriedad” establecida al efecto.

Personalmente me deja perplejo comprobar que, en todo este proceso, al gobierno español solo se le da la categoría de convidado de piedra (papel al que ciertamente no ha hecho ascos hasta ahora). Aparte de la alusión a “una apertura de negociaciones”, el resto de España según la “hoja de ruta” tiene muy pocas velas que llevar al entierro de la autonomía catalana.

¿De verdad los responsables políticos de los principales partidos independentistas creen que el gobierno español permanecerá cruzado de brazos mientras se va configurando la independencia durante 18 largos meses? La estrategia del independentismo plantea una solución: si el gobierno español bloquea el proceso mediante decisiones políticas y jurídicas, se proclamará inmediatamente la independencia y se aprobará ipso facto la Ley de Transitoriedad. Así de fácil.
Con todos mis respetos al independentismo, cuya legitimidad no discuto: esto me parece poco serio. Y por supuesto irrealizable.

Sólo hay una forma de alcanzar la independencia de Cataluña: con una mayoría abrumadora de personas que la quieran, y negociando con el Estado español y las instituciones europeas. Y ni una cosa ni la otra tie- nen visos de realidad.

Mi hipótesis, personal aunque transferible, es otra. Como Artur Mas, aunque no es muy inteligente –o al menos a mí me parece que no lo es–, sin duda es un tipo listo, ha de saber que la independencia es impo- sible. Y, sin embargo, ha emprendido un camino por una vía de no retorno que acaba en un muro infran- queable. Hasta hace unos meses algunos, aquí y allá, podían pensar que la situación era reconducible. Pero no lo es. Tampoco creo que lo sea con un gobierno español distinto surgido de las elecciones de diciembre; las últimas cartas se han puesto ya sobre la mesa, como ha evidenciado la tardía fuga de Duran i Lleida de la coalición. No creo que el independentismo se dé por satisfecho con un modelo federal, o cualquier otro tipo de tercera vía, solo una nueva Constitución que reconociera el derecho de autodeterminación a las naciones que componen este estado plurinacional que se dice que es España podría hacer reconsiderar la situación (pero ojo, ¿alguien ha pensado que cada una de esas naciones es a su vez plurinacional, o como mínimo pluriidentitaria? En general, siempre se toma la parte por el todo, ignorando la complejidad real de la sociedad, es este caso la catalana).
De modo que… ¿qué pretende Artur Mas? Pues, en mi opinión, pasar a la historia. Inscribir su nombre en ella por ser el que más hizo por la independencia, el que luchó a brazo partido obteniendo resultados como nunca antes se habían obtenido, el que amplió la base de independentistas sinceros e independentistas de ocasión mucho más allá de lo que fue antes, el que se estrelló en el muro de la incomprensión, de la intolerancia. El hombre que se enfrentó a cualquier poder fáctico. Y, sabiendo que tarde o temprano el gobierno español, sea cual sea, actuará –no le queda otro remedio–, sabe que se convertirá en una víctima, que se habrá inmolado en el altar a los servicios a la patria. Su nombre resplandecerá en los libros de historia catalana del futuro, con independencia o sin ella.

Oriol Junqueras, con voz emocionada y lágrimas asomando a sus ojos (la emoción está a flor de piel en el catalanismo; es su principal fuente de contagio) decía a sus militantes que esperaba poder decirle a sus nietos, sentados sobre sus rodillas, que lo hicieron todo para ganar, y que finalmente ganaron. Pero, si no lo consiguen, pienso yo, y caen –metafóricamente, claro– en el combate, luchando hasta el final, se habrán convertido en héroes, en referentes para un futuro en el que volverá a renacer el espíritu aletargado de la patria soñada. Y eso es mucho.
Eso sí, gane quien gane, a los catalanes nos esperan tiempos de confusión y desgobierno. Gane quien gane en setiembre, gane quien gane en diciembre.
Y si no, al tiempo.