La impresionante manifestación de París en repulsa por la matanza de Charlie Hebdo, que ha puesto la atención mundial en el fanatismo islamista, nos avisa también de que las viejas trincheras donde, desde hace tanto tiempo, se combate por la libertad, no pueden abandonarse. Pero no son esas redes siniestras del extremismo religioso las únicas que deben preocuparnos. Al margen del ridículo de los gobernantes que viajaron a París para hacerse una fotografía, aislados de la multitud (dicen que por cuestiones de seguridad), muchos de los dignatarios presentes repugnan a la sensibilidad democrática: desde el húngaro Orban, hasta el criminal de guerra Netanyahu, o el jefe del gobierno golpista ucranio, Poroshenko, por citar a los más siniestros, y la mayoría han cerrado los ojos ante el resurgimiento de brotes xenófobos y fascistas en algunos países europeos.
No es casual que el yihadismo atentara contra Charlie Hebdo, un medio progresista, lleno de militantes de izquierda (que colaboraban también con L’Humanité). Ese yihadismo fanático, tan cercano al fascismo, no ha surgido de la nada: hace más de medio siglo, Estados Unidos financió y ayudó a los círculos más extremistas de los Hermanos Musulmanes para combatir el viejo socialismo árabe, del que apenas queda recuerdo, y, después, organizó con Arabia y Pakistán las tenebrosas redes que culminaron en los muyahidines de Ben Laden que asolaron Afganistán para derrocar a un gobierno progresista aliado de Moscú, y que actuaron más tarde en Chechenia y en el Cáucaso. Esas redes de mercenarios y asesinos se transformaron después en las turbias organizaciones que son manipuladas y se confunden con algunos servicios secretos (desde la CIA al Mossad, pasando por el ISI pakistaní, el Istakhbarat árabe; o el QSS qatarí que entrena fanáticos religiosos en Doha para enviarlos a Siria) y con organizaciones de mercenarios en todo Oriente Medio, siempre a disposición de las más oscuras operaciones de Washington, aunque, a veces, Estados Unidos pierda el control de algunos grupos.
La manifestación de París defendía la libertad, pero ni Netanyahu, matarife del pueblo palestino, ni Poroshenko, que bombardea cada día a la población civil en Ucrania, tienen nada que ver con ella, ni Washington y Bruselas pueden esconder su hipocresía y cinismo. Porque lo cierto es que la Unión Europea y Estados Unidos, que nos señalan el fanatismo islamista, lo utilizan al mismo tiempo para limitar las libertades ciudadanas y para sus fines exteriores (en Siria, en Libia, en el Cáucaso, en el Xinjiang chino, y en otros lugares), y cierran los ojos ante peligrosas manifestaciones fascistas en Europa: sólo hay que recordar los desfiles de los veteranos de las Waffen-SS nazis en Estonia y Lituania (miembros de la Unión Europea), y los aquelarres y matanzas fascistas en Ucrania, como la de Odessa, ante las que ni Washington ni Bruselas han manifestado la menor inquietud, o el descarado apoyo norteamericano y europeo al golpe de Estado en Ucrania.
En esta hora ansiosa y llena de peligros, la izquierda debe empuñar con decisión la bandera del laicismo y la democracia, de la libertad, la solidaridad y el internacionalismo fraterno, de la lucha contra toda manifestación fascista, hermana de la islamofobia y el antisemitismo: la intolerancia, la xenofobia y el fascismo van a menudo de la mano de la guerra. Por eso, con Charlie Hebdo en el recuerdo, tenemos que gritar Remember Odessa, Stop Fascism.