La información que los medios españoles ofrecen sobre lo que está sucediendo en Yemen es escasa. Y confusa. Da la impresión que se pretende enmascarar una revuelta contra un presidente impopular con la idea de que el conflicto se libra entre Irán y Occidente –y sus aliados. Nada más lejos de la verdad.
Cuando termino de escribir este articulo la familia Saud lleva bombardeando Yemen interrumpidamente durante casi tres semanas. Se trata de una brutal reacción a una derrota política. Ryad no puede digerir la existencia de un gobierno –su instauración en febrero le golpeó como un inesperado terremoto– que no acepta convertir al Yemen en un protectorado suyo dentro del orden neocolonial que quiere para la región Estados Unidos. La familia Saud intenta por todos los medios que el nuevo gobierno revolucionario no logre consolidarse; sería una derrota de proporciones históricas. Es contra ese fantasma de la resistencia que recorre la región, y que corroe el viejo orden de un Imperio en decadencia, contra quien la monarquía saudí, desesperada, lanza sus bombas. Pero no es fácil golpear a fantasmas.
A finales de enero Abdul-Malik al Huzi, un joven rebelde de 33 años, ordenó a sus hombres rodear la casa del Presidente yemení Abed Rabbo Mansour Hadi, logrando ponerlo bajo arresto domiciliario sin apenas usar la fuerza. Nadie lo defendió. Acababa una crisis política que había durado meses. Hadi se había resistido a firmar un acuerdo político de unidad nacional como le proponían otras fuerzas políticas.
Hacía meses que Abdul-Malik al Huzi, un alumno de una escuela religiosa que dejó los estudios para pelear contra el Presidente Saleh y ganó reputación como un eficiente y duro comandante, se había convertido en el hombre fuerte en Sanaa, pero se resistía a concentrar todo el poder en sus manos. Conociendo la diversidad tribal y religiosa del Yemen quería un gobierno representativo que evitara la división del país y una guerra civil. Hadi se resistía al acuerdo y amenazaba patéticamente con dimitir –como acabó haciendo– si Abdul-Malik al Huzi no sacaba sus hombres tribales de la capital. La detención de Hadi acabó con un régimen que cayó como una fruta madura.
Tras la renuncia de Hadi los rebeldes disolvieron el parlamento –establecieron uno nuevo interino con 551 miembros de todas las tendencias políticas– y formaron un gobierno revolucionario de transición mientras se celebraban nuevas elecciones. Los días siguientes Sanaa conoció una calma que no había visto desde el inicio de la Primavera Árabe. Parecía que la pesadilla había quedado atrás. “Pronto podrás venir de visita” me dijo un amigo cuando telefoneé para indagar por la situación. Yo había vivido durante cuatro años en la capital yemení y necesitaba saber lo que estaba pasando.
Regreso de Hadi
A finales de febrero Hadi apareció en Aden, la segunda ciudad de Yemen, antigua capital de Yemen de Sur, donde creía estar seguro. Al parecer había escapado. Hadi había sido en su juventud un cuadro militar de Yemen del Sur, el estado que se proclamó independiente y socialista en 1967 cuando las colonias inglesas del sur del Yemen se liberaron mediante la lucha armada del dominio colonial inglés. Cursó estudios militares en Egipto y Rusia pero no le fueron bien las cosas en Aden. En 1986 huyó a Sanaa con su jefe Ali Nasser, el Presidente de Yemen del Sur derrocado por camaradas del Partido Socialista en una guerra fratricida. En Sanaa se cobijó bajo el manto del Presidente Saleh, quien le nombró vicepresidente en 1994. Fue el pago a la ayuda recibida para aplastar a las fuerzas secesionistas del sur que querían romper la unidad alcanzada en 1990. En 2015, en su refugio de Aden, en lo que parece ser una vida de huidas, Hadi desconoció su renuncia previa y proclamó que seguía siendo el Presidente de Yemen. Poco duró su bravura. A mitad de marzo huyó de nuevo a la desesperada, dejando a su suerte a sus seguidores, cuando fuerzas militares leales al gobierno revolucionario cercaron el lugar en el que se encontraba. Sin ninguna base de apoyo en Yemen, esta vez buscó refugio en Ryad. Días después, el 26 de marzo, comenzaban los bombardeos saudíes. En los siguientes días la Cruz Roja denunció la muerte de más de 500 civiles. Mientras. la BBC desde Aden reportaba del fracaso de los bombardeos para parar la ofensiva militar de los huzíes y sus aliados. Una semana después de iniciarse los bombardeos habían tomado la capital de Shabwa y arrinconaban a los partidarios de Hadi en una esquina de Aden mientras tomaban el aeropuerto y el puerto.
¿Cómo unos minoritarios rebeldes de las montañas pudieron tomar el poder?
En septiembre pasado, ante la sorpresa del mundo, los huzíes habían entrado en Sanaa expandiendo su control hacia el centro y oeste del país. Era una victoria inimaginable diez años atrás, cuando en el verano del 2004 hombres tribales de las montañas de Saada, una zona fronteriza con Arabia Saudí, tomaron las armas para defender a Hussein al-Huzi un antiguo parlamentario zaydíe que el Presidente Saleh, a petición de la embajada de los Estados Unidos, había mandado detener. La embajada estaba preocupada porque Hussein al-Huzi estaba ganando apoyo –el embajador norteamericano había tenido que salir corriendo de Saada apedreado tras visitar la gran mezquita– entre los hombres tribales del norte enfurecidos por la guerra de Irak. Además los huzíes no ocultaban sus buenas relaciones históricas con Hezbolá, una organización calificada como terrorista por Washington. Los retratos de su líder Hassan Nasrallah estaban en las despachos de los líderes locales, como yo mismo pude apreciar en una visita a Sagein poco antes de que comenzara la guerra.
¿Por qué la familia Saud bombardea brutal e ilegalmente al Yemen y no puede parar el avance de los huzís?
El malestar había ido creciendo desde que el Presidente Saleh había cedido a las presiones del Presidente Clinton tras el ataque de al-Qaeda al destructor Cole en Aden en el año 2000. Saleh permitió la entrada al país a agentes de la CIA, el FBI y elementos del Pentágono. Algo que hasta esa fecha había sido inimaginable. Yemen había apoyado a Saddam Hussein en la primera guerra del Golfo y se oponía a la presencia militar de Estados Unidos en Arabia. Tras los ataques de Bin Laden a las Torres Gemelas de Nueva York, el Presidente Bush fue todavía más lejos con la excusa de que Bin Laden había sido ayudado desde Yemen. Amenazó con bombardear el país si Saleh no se alineaba con Washington en sus guerras en Oriente Medio y permitía barra libre a sus agentes en suelo yemení. Hussein al-Huzi rechazó la injerencia externa, que vio como una humillación. Las encuestas mostraban que el 95% de los yemenitas se oponían al acuerdo entre Saleh y Bush. Una indignación popular que fue creciendo con el Presidente Obama a medida que los asesores norteamericanos siguieron llegando y los drones volaban en los cielos yemenitas cada vez más veces mientras sus bombas asesinaban junto a decenas de militantes de al-Qaeda a cientos de civiles, entre ellos gran cantidad de mujeres y niños.
¿Quiénes son los huzíes?
Los huzíes son un movimiento político-religioso genuinamente yemenita. Pertenecen a los zaydíes, una secta shiíta mayoritaria en las tribus del norte del Yemen, pero no todos los zaydíes y tribus son huzíes. Históricamente los yemenitas del norte se han dedicado a la política y los del sur, mayoritariamente sunnitas, al comercio. Los zaydíes son minoría, pero eso nunca ha sido algo importante en un país en que todos rezan juntos en las mismas mezquitas. Alrededor del 40% de los 25 millones de yemenitas son zaydíes. El resto son mayoritariamente sunnitas, pero de una rama tolerante, diferente del salafismo intransigente saudí. El arraigo del zaydismo entre las tribus del norte no es algo reciente. Durante mil años estas tribus gobernaron Yemen siguiendo sus enseñanzas. Y lo hicieron muchos siglos antes de que lo hiciera el sihiísmo en Irán. Por eso no tiene sentido hablar de los huzíes como un “partido iraní”. Muhammad ibn Idris al-Shafí, un imam nacido en Gaza en el año 767, fue quien lo introdujo, estableciendo el imamnato (la monarquía yemenita) entre las tribus del norte. Fueron estas tribus las que resistieron al colonialismo turco y después a las tropas egipcias mandadas por Nasser. Estas tribus tienen a gala que Yemen del norte nuca ha sido colonizado. Su poder acabó con la revolución nacionalista de 1962 cuando el imam, y con él el zaydismo, renunció al derecho a gobernar estableciéndose la República. Los huzíes mantienen esta renuncia y defienden una República para el Yemen. Era esta tradición política milenaria de resistencia a poderes extraños lo que alimentaba la rebeldía contra la subordinación del Yemen a los intereses de Estados Unidos en las montañas de Saada y lo que preocupaba a Estados Unidos. Lo huzíes levantaban sus armas para defender a la nación yemení, identificada con su propia cultura tribal y religiosa, que creían estaba en peligro.
Una subida de la gasolina del gobierno de Hadi, aconsejado por el Banco Mundial, convirtió el desengaño en rabia.
Hasta que Sanaa no siguió el ejemplo de otras capitales sumándose a la Primavera Árabe los huzíes habían sido contenidos en el norte. No había sido una tarea fácil. El gobierno había tenido que pelear con ellos en seis guerras intermitentes. En la primera de ellas Hussein al-Huzi había muerto, pero primero su padre Badr al-Din al Huzi, muerto también durante la guerra y después su hermano menor Abdul-Malik al Huzi, el actual líder, continuaron la resistencia. Fueron guerras complicadas y difíciles porque los huzíes no son un ejército regular, son hombres tribales en armas apoyados en su resistencia por la población. El periodista Abdulkarim al Jaiwani, un activista de derechos humanos premiado por Amnistía Internacional, torturado por el gobierno de Saleh por informar libremente, portavoz de los huzíes en las negociaciones nacionales que siguieron a la Revolución de los Jóvenes, asesinado el pasado 18 de marzo, una semana antes que la familia Saud empezara sus bombardeos contra Yemen, cubrió las guerras. Sus relatos son crónicas brutales de un conflicto en la que el gobierno ataca sin miramientos a la población civil. El Presidente Saleh puso al frente de las tropas del gobierno al general Ali Moshen, un salafista aliado, el número dos del régimen, responsable de los yihadistas yemeníes en Afganistán cuando Bin Laden era un aliado de Estados Unidos, conocido en las embajadas europeas, con razón, por sus buenas relaciones con al-Qaeda. Los salafistas odian a los zaydíes y han sido usados por Ryad en Saada para penetrar en las comunidades, como los Estados Unidos usaron las sectas cristianas en América Latina. De hecho Badr al-Din al Huzi, el padre de Hussein y Abdul-Malik, un teólogo religioso zaydí, había establecido alrededor de 1985 un grupo, Juventud Creyente, para revitalizar la identidad zaydi y parar la penetración salafista en Saada financiada por los saudíes. Fue este grupo la base del movimiento huzíe que acabó arrastrando a la mayoría de los zaydíes a su lado.
La primavera yemení
A principios del 2011 la Revolución de la Juventud, como se conoció a la Primavera Árabe en Yemen –el 75% de la población del Yemen tiene menos de 30 años–, cambió el panorama político. Los hombres tribales del norte se sumaron al movimiento primero en Saada y después bajaron de las montañas a acampar en las calles de la capital junto a los estudiantes universitarios; participaron en una rebelión pacifica contra un régimen que veían como lo veían los estudiantes: corrupto y autoritario. Estos hombres tribales “sustituyeron” a una clase media, inexistente o muy incipiente en Yemen, que había sido el motor de las revoluciones en Túnez o Egipto. Podían ser analfabetos o apenas saber leer o escribir pero tenían bien asimilada la historia, la cultura y la memoria de resistencia de Yemen. Su llegada fue un impulso importante al movimiento. Aunque no todos los hombres tribales que se sumaron a la revolución eran huzíes –luego se sumarían tribus del sur y otras ligadas a la poderosa familia al-Ahmar– fue la primera vez que la población de Sanaa entraba en contacto directo con los rebeldes de Saada y lo hacían en el mismo lado de las barricadas.
La Revolución consiguió a medias sus objetivos. Consiguió la renuncia de Saleh – la firmó en Ryad en noviembre del 2011, no en Sanaa– pero el régimen continuó. Saleh había sufrido un intento de asesinato. Él acusó al multimillonario y jeque Hamid al-Ahmar, muy ligado a Ryad e hijo de un aliado fallecido de Saleh. Hadi, un político desconocido y sin peso, el vicepresidente inocuo de hacía mas de 20 años, fue elegido Presidente transitorio. Para muchos observadores fue una imposición saudí y estadounidense. Podían manejar fácilmente a un hombre de paja; además la continuidad evitaba una guerra civil al garantizar la inmunidad al Presidente Saleh. Después Hadi sería ratificado en un “referendum”, era el único candidato en las listas de lo que occidente reconoció como elecciones democráticas.
Por primera vez desde la primera guerra de Afganistán, Arabia Saudí, Estados Unidos y al-Qaida están combatiendo en el mismo lado.
La mayoría de los yemeníes que había apoyado la Revolución se sintieron traicionados con el recambio de Hadi. Hadi recibió el apoyo de Ali Moshen, el número dos del régimen, quien se había unido a la Revolución de la Juventud durante los últimos días, cuando estaba claro que el barco naufragaba. No fue la única columna de Saleh que cambió de bando. También lo hizo el multimillonario Hamid al-Ahmar, el jefe de la confederación tribal mas poderosa de Yemen, acusado por Saleh de intentar asesinarlo. Odiado por vivir una vida de privilegios y saqueo de propiedades y robo de tierras ajenas, aparte de cobrar su nómina de Ryad. La gente pronto empezó a ver el cambio como más de lo mismo, pero sin Saleh. Lo primero que hizo Hadi fue reconocer sus compromisos con Estados Unidos. Empezó a aprobar los vuelos mortales de los drones de manera mucho más fácil que lo había hecho Saleh. Nunca había habido tantos y tan seguidos. enfureciendo todavía más a los hombres tribales. Obama habló de Hadi como “el comienzo de un prometedor capítulo” mientras los estudiantes volvían a clase y los hombres tribales a sus montañas, desengañados con lo alcanzado pero con un ojo puesto en el diálogo nacional establecido para sacar a Yemen de su crisis.
Saleh nunca aceptó su derrota. La toma de Sanaa por los huzíes hubiera sido muchísimo más difícil si las tropas todavía leales al Presidente Saleh hubiesen mantenido batalla contra ellos en las proximidades de la capital. Apartado del poder, todavía mantenía el control de las unidades militares más modernas y mejor equipadas del estado yemení, y posiblemente seguía siendo la persona mejor informada de todo el Yemen. Optó por no intervenir. El Presidente Hadi había fracasado en su intento de poner a la Guardia Republicana bajo su control cuando sustituyó al hijo de Saleh como su comandante. En el poder durante 33 años, Saleh había organizado el Estado postrevolucionario nombrando a hijos y sobrinos a la cabeza de los cuerpos claves de la seguridad pública. En cierto sentido Saleh era el Estado. Saleh se había valido del poder tribal de la familia al-Ahmar pero nunca renunció a ser más poderoso que ninguno de los jeques. Para seguir siendo un caballo en la carrera del poder había llegado a un acuerdo tácito con Abdul-Malik al Huzi, zaydi como él. Saleh siempre ha tenido fama de carecer de estrategia y de adaptarse brillantemente a las situaciones. Puede estar pensando que ocurra en Yemen lo de Egipto. El regreso de allegados del antiguo presidente al poder. Las tropas que él controla están siendo vitales en la batalla de Aden, quizá porque quiere que su gran legado histórico, la unidad del Yemen, permanezca.
Los huzíes, de regreso en las montañas de Saada tras el fin de la Revolución de la Juventud, aprovecharon la debilidad del gobierno –el gobernador de Saada huyó con la renuncia de Saleh– para expandir su dominio a otras provincias norteñas, llegando a Amran, a las puertas de Sanaa. Por fin las antiguas tropas de Ali Moshen –fue sustituido a la vez que los hijos y sobrinos de Saleh al mando de la Brigada que mandaba– estaban en retirada. En las ciudades el desengaño fue convirtiéndose en descontento con un gobierno que como hemos dicho mostraba los mismos vicios que el anterior. Una subida de la gasolina del gobierno de Hadi, aconsejado por el Banco Mundial, convirtió el desengaño en rabia. Durante semanas hubo disturbios y volvió a haber enfrentamientos armados en las calles de Sanaa y otras ciudades oponiéndose a la subida de precios. Fue el momento que aprovecho Abdul-Malik al Huzi para mover sus tropas hacia la capital. Fue una victoria dulce, después de diez años, poder destruir la Primera Brigada Blindada de su enemigo, el general salafista Ali Moshen. En las calles de la capital los recibieron como una esperanza. Podía ser el fin de la anarquía que vivía el país, recuperando la dignidad para el Yemen. Los huzíes prometieron luchar contra la corrupción y mejorar las condiciones de vida de una nación empobrecida por la violencia y el nepotismo. Podía ser el comienzo del fin de la crisis que tanto estaba durando.
¿Tendrán éxito los bombardeos?
Ryad y Washington no estaban dispuestos a aceptar su derrota. Un gobierno independiente significaba otro nuevo revés en una situación en que su archienemigo iraní no hacía más que fortalecerse en Iraq, Siria o el Líbano. El ataque aéreo saudí que comenzó a finales de marzo fue preparado con un aviso de barbarie. Unos días antes trescientos feligreses murieron a consecuencia de explosiones producidas por ataques suicidas dentro de las mezquitas zaydíes de Al-Badr y Al-Hashooh en Sanaa. El ataque fue reivindicado por ISIS, hasta entonces inexistente en Yemen. Cuando los bombardeos comenzaron al-Qaida puso precio a la cabeza de Abdul-Malik al Huzi. Por primera vez desde la primera guerra de Afganistán, Arabia Saudí, Estados Unidos y al-Qaida estaban combatiendo en el mismo lado. Los drones contra al-Qaida pararon. Una aprueba más de que al-Qaida es una serpiente con varias cabezas, alguna de ellas de dudosa propiedad.
La Unión Europea, que hasta hace poco participaba en guerras supuestamente por razones humanitarias, guarda ahora silencio.
Es difícil saber si los bombardeos han cumplido sus objetivos militares por la sencilla razón que se desconocen, no han sido anunciados por los generales saudíes. Las bombas pueden haber destruido equipo militar, depósitos de misiles y cuarteles, pero a un costo social muy elevado. Sin objetivos militares precisos, los bombardeos parecen más un castigo, una especie de terrorismo de estado al estilo de los ataques suicidas de al-Qaida contra la población, con explosiones indiscriminadas, que un ataque militar racional dentro de lo limitado que una guerra tiene de racional. Se han destruido fábricas de alimentos, viviendas y otras infraestructuras. El ataque, de prolongarse, puede crear una catástrofe humanitaria. Yemen es el país más pobre del mundo árabe, que además necesita importar comida para alimentarse. El 40% de su población es analfabeta y el 50% esta mal nutrido. Un boicot naval como el que mantiene Ryad podría producir una hambruna. Faltan doctores, medicinas y equipos médicos. En tres semanas de bombardeos han muerto más de 600 civiles, entre ellos mujeres y niños, pero el avance militar huzi no se ha detenido. La Unión Europea, que hasta hace poco participaba en guerras supuestamente por razones humanitarias, guarda ahora silencio ante este injusto y brutal ataque a la población civil. Se arrastra a los pies de Ryad para venderle armas, mientras las empresas de comunicación informan lo menos posible de lo que ocurre. España, que es miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, guarda un silencio cómplice. Conocemos los negocios espurios del régimen monárquico español con la familia Saud.
El objetivo político del ataque, la restauración de Hadi como Presidente, está más lejos que cuando empezaron los ataques aéreos. Un jeque de un pueblo cercano a Sanaa en el que murieron 11 miembros de una misma familia, incluidos cinco niños a consecuencia de las bombas saudíes, dijo a la BBC: “Es mejor que no regrese Hadi”. Lo interesante del caso es que antes de la crisis apoyaba a Hadi. Lo mismo ocurre entre sus partidarios en Aden, donde con las metralletas en las manos acusan a Hadi de haber acelerado el conflicto con el norte para inmediatamente después abandonarlos a su suerte. En áreas de Aden llevan días sin agua ni electricidad. En todo el Yemen partidarios de Hadi, entre ellos militantes del Islah (Hermandad Musulmana en Yemen), que defienden los bombardeos de Ryad, son arrestados sin que haya la menor protesta popular. Los hombres de familias de Sanaa o Taíz evacuan a sus mujeres y niños hacia sus pueblos de origen, esperando acontecimientos. El poco apoyo que le quedaba a Hadi se desvanece con cada bomba, lanzada desde el aire, que explota.
Cada día que pasa el ataque a Yemen parece ser un macabro juego del Principe Mohammed bin Salman, el nuevo ministro de defensa saudí, sobrepasado por los acontecimientos, que sin ningún mérito ha sido nombrado por su padre, el nuevo Rey Salman, en el cargo. El Principe, de 30 años reaccionó como un niño caprichoso e inexperimentado a las malas noticias de Sanaa. Pensó que podía sacar partido de la crisis para ganar legitimidad dentro de la propia familia Saud –ha habido un cuestionamiento de su nombramiento– declarando la guerra a Yemen, pero se equivoca. La población es mayoritariamente rural y está muy diseminada en pequeñas aldeas. No es solamente a un ejercito regular al que se enfrentaría en caso de que sus blindados atraviesen la frontera, sino a hombres tribales organizados y armados, experimentados después de 10 años de guerra. Pakistán, que los saudíes presentaban como un aliado, se ha desvinculado de la aventura. El príncipe bin Salman pensaba que por 1.500 millones de dólares, el dinero que Ryad da a Islamabad, lucharían en lugar de ellos. Irán ha llamado al cese de los bombardeos. Los huzíes están políticamente cercanos a Teherán y han mandado mensajes a Rusia y China. Si deciden invadir no será un paseo.