“Todo lo que es superfluo se vuelve feo con el tiempo”, dijo Alvar Aalto, el arquitecto funcionalista orgánico que rechazaba el ascendiente de Le Corbusier o de Wright en su obra, y, en cambio, consideraba que las mayores influencias en su arquitectura venían de sus padres, de su infancia y de los lugares donde creció y se hizo adulto. Aalto, era hijo de un topógrafo y una funcionaria de Correos, hablaba sueco, y nació en el Imperio ruso. Cuando inició sus estudios de arquitectura en Helsinki, Finlandia era todavía territorio del imperio zarista, aunque la revolución bolchevique cambiaría las cosas. Era un hombre que estimaba a escritores como Anatole France y Ludwig Holberg, y quería capturar la estética, en una armonía con la vida arraigada en la soledad finesa, y repartía la luz y anudaba las necesidades humanas para crear una arquitectura multisensorial, donde los materiales ayudaban a dar satisfacción al habitante, al ser humano, en un minucioso espacio en cuya definición fue decisivo el trabajo de Moholy-Nagy con los materiales y la luz. Si hoy los arquitectos-estrella crean grandes edificios y conjuntos, semejantes a los grandes palacios y mansiones de siglos anteriores, Aalto insistía en los proyectos para viviendas.
Nació en un país que había pasado de ser sueco a ser ruso a principios del siglo XIX, siempre a la sombra de Rusia, como anuncia la estación de Finlandia de San Petersburgo-Leningrado, presidida por Lenin. Su noción de arquitectura consideraba la construcción como un servicio público, y dicen que no se dejó arrastrar nunca por el dinero, en una época dura en que la pobreza acosaba también a esa Finlandia nórdica y discreta. El racionalismo rechazaba los bloques de viviendas cerrados, repudiaba las manzanas y abría la ciudad, y Aalto, preocupado por los efectos del racionalismo arquitectónico que homogeneizaba a viviendas y ocupantes, huía del bloque anónimo e industrial, que aplasta al ser humano y lo abandona en la oscuridad de los países fríos. Sin ceder a la uniformidad en la que habían caído otros arquitectos, construyendo interiores que eran todos iguales, donde podían ignorarse las instrucciones de uso para la vida y donde no podían arrancarse las fachadas, como muchas décadas después nos sugeriría Perec, Aalto quiere que sus viviendas compartan la naturaleza, el sol, el aire, y para ello diseña terrazas, jardines, exteriores que articulan y hacen más grata la vida. En un bloque de Bremen, de veintidós plantas, Aalto diseña una sala comunitaria en cada planta, y, en la cima del edificio, un club social y una terraza cubierta.
Ese era Alvar Aalto, que había tenido una educación sentimental que no podía huir de los siniestros nacionalismos que encenderían Europa. En 1918, con veinte años, Aalto había militado en el ejército blanco durante la guerra civil finlandesa que, en los primeros meses de 1918, enfrentó a las milicias de la Guardia Roja con las tropas burguesas de la Guardia Blanca, que, apoyadas por Alemania con miles de soldados, y por oficiales suecos, consiguieron tomar Helsinki y ganar la guerra. El bando rojo estaba compuesto por los socialdemócratas (que habían recibido el apoyo de Lenin, mientras Trotski negociaba en Brest-Litovsk), y fue perseguido con saña tras la derrota.
En 1921, con veintitrés años, Aalto sale arquitecto de la Universidad Politécnica de Helsinki, donde todavía imperaba el nacionalismo romántico. Cuando el joven Aalto abre su despacho de arquitectura, el más relevante arquitecto finlandés de la época, Eliel Saarinen, se va a vivir a Estados Unidos, y la recepción del Movimiento Moderno en Finlandia es en los años treinta, poco después del primer CIAM de La Sarraz conducido por Le Corbusier y por Giedion, que sería amigo de Aalto: esa nueva mirada sobre el espacio y la vida se impondrá a una sencilla arquitectura popular que bebía de la historia finlandesa. También en la vecina Suecia (tan influyente siempre, como Rusia, en Finlandia), las ideas del Movimiento Moderno llegan con los funcionalistas Sven Gottfrid Markelius, Uno Åhrén y Paul Gunnar Hedqvist.
En 1924, Aalto viaja a Italia con su mujer, Aino Marsio, y la influencia de la cultura italiana se convertirá en uno los elementos clave de su trabajo como arquitecto; el renacimiento es una de las matrices para las iglesias y capillas que construye a finales de los años veinte, como puede verse en las iglesias de Jämsä y de Muurame. Con treinta años, mantiene con su mujer un despacho de arquitectura, y Aalto viaja por Francia y Holanda, interesado en ver obras de Le Corbusier, J. J. P. Oud, Willem Marinus Dudok, André Lurçat, y, al año siguiente, conoce a Sigfried Giedion, a quien visitará con frecuencia en Zurich; se relaciona con Gropius, Moholy-Nagy, y, más tarde, con Léger. Se interesa por el cine, y crea, en 1934, la primera asociación cinematográfica finlandesa, Projektio. El sanatorio para tuberculosos de Paimio, acabado en 1933, le supone el reconocimiento internacional. Aalto no era nada religioso, pero dedicó mucho tiempo a construir iglesias, y, en cambio, aunque quiso hacer hospitales, participando en concursos para su construcción, no consiguió hacer ninguno desde el sanatorio de Paimio. Pocos planes de reordenación urbanística de Aalto se construyeron: su interés por el medio ambiente encarecía la construcción, y creaba problemas económicos; además, tenía gran interés por los espacios cívicos, y es probable que su aportación más relevante sea en los edificios destinados a usos culturales; no en vano la cultura era una cuestión central para él; por eso, los museos eran sus trabajos favoritos: son relevantes el proyecto que hizo para el concurso convocado para el Museo de Bellas Artes de Tallinn, y el plan para el Museo de Arte Moderno de Shiraz.
En 1932, Aalto gana un concurso y crea una serie de cuencos, platos y jarrones que tienen formas onduladas, y que se fabricaban con un vidrio prensado cuya producción era barata, y se adentra cada vez más en el diseño de muebles y objetos. En 1935, el matrimonio Aalto crea la empresa Artek, para la distribución internacional de los muebles que planean, con la pretensión de unir el arte y la técnica (de ahí, artek) en la producción industrial de objetos para la vida cotidiana que, además, fuesen hermosos y con valor artístico. En 1937, realiza su primer proyecto fuera de Finlandia: el pabellón finés para la Exposición Universal de París; allí conoce a Picasso, Brancusi, Calder. En 1938 había sido protagonista en el MoMA, cuando el museo neoyorquino prepara la primera exposición sobre su arquitectura. Hace entonces su primer viaje americano, que repetirá en 1939. Aalto hizo también el Pabellón para la Exposición Universal de Nueva York de 1939, que consistía en un gran cubo blanco, con un interior de madera donde se mostraba la vida finlandesa y donde se proyectaba una película, Suomi Colling, (La llamada de Finlandia), de Heikki Aho y Björn Soldan. El equilibrio y la armonía finlandesa en la confusa jungla neoyorquina.
En ese segundo viaje americano, Aalto conoce la nueva Bauhaus de Chicago, de Moholy-Nagy, y, ya en los años cincuenta, visita en Río de Janeiro a Óscar Niemeyer. Es un exponente del Movimiento Moderno, y le interesan los relieves orgánicos de Arp, la acción entre la luz, el volumen y el movimiento en las obras de Calder, y cree que la arquitectura puede expresar y dirigir la síntesis de las distintas disciplinas artísticas, ser el instrumento para crear la armonía entre el amasijo de los preceptos que gobernaban aisladamente la vida, siguiendo la idea propuesta por Léger. Es ya un arquitecto famoso, un diseñador imprescindible, sus edificios son gesamtkunstwerke, una obra de arte total, como quiso Wagner; cuenta con amistades relevantes y sabe utilizar la relevancia que otorga la prensa.
El estallido de la guerra entre Finlandia, con fuertes lazos con Alemania, y la URSS, en noviembre de 1939, abre un período de enfrentamiento militar que dura hasta marzo de 1940, y que lleva a Aalto a incorporarse como teniente, realizando tareas militares de propaganda. Durante la Segunda Guerra Mundial, Aalto fue oficial de relaciones públicas en el ejército finés. De nuevo, Finlandia, junto a la Alemania nazi, entra en guerra con la URSS, tres días después de que Hitler lance la “operación Barbarroja”, que se prolongará hasta 1944, recibiendo ayuda de la Alemania nazi, mientras los tanques y la aviación finlandesa llevaban la svástica en su carrocería. La prensa finesa apoyaba la campaña nazi, y, así, vemos a Aalto en 1943 con Arno Breker, Aarne Ervi, Esko Sukonen y Jussi Paatela, en Berlín. Había acudido invitado por Albert Speer. Para la mirada de nuestra época, que sabe que los nazis perdieron la guerra, era una visita comprometida, pero no debe olvidarse que Finlandia era aliada de Hitler. En ese viaje, Aalto se entrevista con Brecker, Speer y Ernst Neufert. No es el primero, ni mucho menos: esa primavera, también viajan a Berlín, artistas franceses como Maurice de Vlaminck, André Derain, Cornelis Van Dongen, y Charles Despiau, pero esos años y ese gesto son una sombra sucia sobre Aalto. No tenía simpatías por el fascismo, pero ese viaje fue un grave error, porque visitar el corazón de la bestia nazi cuando ya había asesinado a millones de personas proyecta una mancha imborrable.
Tras la guerra, Aalto realiza proyectos para Francia, Italia, Suiza, Estados Unidos, y, sobre todo, Alemania. Entre 1945 y 1946, fue también profesor en el MIT, y aprovecha para visitar a Wright en Milwaukee. Estados Unidos había sacado provecho de la guerra en Europa: a caballo de los años cuarenta, se han establecido en Estados Unidos numerosos artistas y arquitectos innovadores: Mies van der Rohe está en Chicago, donde Moholy-Nagy había fundado la New Bauhaus en 1937; Herbert Bayer y los pintores Amédée Ozenfant y Piet Mondrian, en Nueva York; Walter Gropius y Marcel Breuer están en Harvard, y Erich Mendelsohn en San Francisco. Pero Aalto era demasiado finlandés, y vuelve a su país, aunque la obra de Wright le influye, y adereza los postulados del Movimiento Moderno con rasgos organicistas de Wright. En 1967, realizará su último viaje a Estados Unidos. Diez años atrás, en 1957, el rey Faisal de Iraq había invitado a varios arquitectos, entre ellos Wright y Aalto, para que construyesen en Bagdad, donde tenía que levantarse el Museo de Bellas Artes. En un año, Aalto acaba los planos del Museo, pero un golpe de Estado destrona a Faisal, y el proyecto no se llevó a cabo. Tampoco el proyecto para Shiraz en Irán.
En Espacio, tiempo y arquitectura, publicado en 1949, Giedion sitúa a Aalto al nivel de Wright, Gropius, Mies van der Rohe y Le Corbusier, como uno de los impulsores del Movimiento Moderno. En 1959, es un hombre célebre y reconocido: a la fiesta que, para honrarlo, se celebra en la Maison Carré, en Bazoches-sur-Guyonne, acuden Cocteau, Calder, Braque, Arp, Le Corbusier, Giedion. Esa casa, que acababa de inaugurarse, se la había construido cerca de París al galerista parisino Louis Carrée, a quien Aalto había conocido tres años atrás en la Bienal de Venecia. Diseña también los muebles, lámparas, la biblioteca, y piensa en un jardín descendente en forma de terrazas como si fuera un espacio de representación. En 1962, visita la URSS: lo vemos en Moscú, en 1962, con A. Sajarov, V. Boutousov, I. Yaralov. Y en Ispahan y Persépolis, en esa Persia legendaria. Su influencia fue muy notable: en un país rural como Finlandia, Aalto trabajó para la industria maderera, defendió la creación de núcleos de residencia que articulasen la vida y evitasen la despoblación del campo y la emigración hacia las ciudades más importantes, y para ello creó conjuntos culturales y administrativos, como el de la sede para la Cooperativa Agrícola Finlandesa, en Turku, donde albergó, en un edificio, el teatro municipal, un hotel, tiendas y un restaurante. Hizo una arquitectura donde mezclaba elementos de la tradición finesa con algunos rasgos de la arquitectura universal: la plaza urbana y los edificios públicos eran muy importantes para Aalto, en la tradición de las piazzas italianas que articulaban la vida ciudadana, aunque no perdía de vista las necesidades modernas que imponía el aumento del tráfico en las calles, y trabajaba también en la planificación urbana.
En España, que visitó en 1951 (Barcelona, Madrid, Palma, Granada), su llegada fue el detonante para la creación del Grupo R (que se reconocía en el GATCPAC y el CIAM y reunía a arquitectos como Antoni de Moragas, Josep Antoni Coderch, Joaquim Gili, Josep Maria Sostres, Manuel Valls, Oriol Bohigas, Josep Martorell), y para el Manifiesto de la Alhambra, que quería recuperar las propuestas del Movimiento Moderno. En sus conversaciones, Aalto reconoce algunas influencias españolas, como la de Miró en el techo de la biblioteca de Víborg, que, según él, tenía una forma sinuosa como en un cuadro de Miró. Esa biblioteca rusa, compuesta por dos estructuras cúbicas, está iluminada por grandes tragaluces, y ha sido recientemente restaurada.
Aalto combina exterior e interior, mezcla lo moderno con lo viejo, utiliza la madera, el cobre, la piedra; diseña sillas y muebles de abedul, y sus sillas de madera laminada son un hito; utiliza líneas ondulantes en su arquitectura que recuerdan a los lagos fineses, tan numerosos en el país, pues no en vano cree que las formas de la naturaleza son una de sus fuentes de inspiración. Interesado en la pintura, admiraba los paisajes de Pekka Halonen y su representación artística del paso del tiempo y de las estaciones. Cautivado por el cine, fundó el primer cineclub finés, sin olvidar la fotografía, el teatro: inspirándose en Piscator y Moholy-Nagy, elaboró la escenografía para S.O.S, obra contra el nacionalismo, de Hagar Olsson, una autora que escribía en sueco.
El trabajo de Aalto se expresa en casi quinientos proyectos, aunque no todos se realizaron. La ambición por la obra de arte total, gesamtkunstwerke, recorre su trayectoria: en la residencia de estudiantes del MIT, la Baker House, en Boston, de 1948; en el proyecto para el nuevo centro urbano de Helsinki, de 1959-1964, donde intenta crear un lago en el corazón de la ciudad, aunque sólo podrá construir un par de edificios, entre ellos, el Palacio de Congresos y conciertos, con mármol de Carrara (idea adquirida en un viaje a Italia) y techos de cobre; en el edificio cultural para Leverkusen, de 1962; en el centro de la ciudad de Rovaniemi, de 1963-1965; en el conjunto de viviendas para once mil vecinos en Pavía, Italia, de 1966, que tampoco llegará a construirse; en la Casa de Cultura de Helsinki, de 1955-58; en el centro cultural de Siena, de 1966, construido en medio de una fortaleza barroca, aspecto que recuerda el mismo procedimiento de Mijaíl Vasilievich Posojin para el palacio de congresos en el corazón del Kremlin moscovita, aunque en este caso todo era de mayores dimensiones; en el sanatorio antituberculoso de Paimio, de 1928, donde construyó el edificio y los muebles y acabados interiores, para crear una “atmósfera única”, funcionalista; en la Biblioteca de Víborg, de 1927, construida en 1930-1935, que fue destruida en la guerra ruso-finlandesa, y reconstruida en 2013. También, en el aserradero de Varkaus, de 1945-46, una de las industrias más importantes de Finlandia. Hizo, además, iglesias y cementerios; edificios de alquiler como el del barrio de Hansa, en Berlín, de 1955-1957; o la torre de viviendas de Bremen, de 1958, construida en 1959-1962. Su lámpara “granada de mano”, de 1950-1969, sencilla, resuelta con dos cilindros, el “jarrón Savoy”, hecho en vidrio para un restaurante de Helsinki que tenía ese nombre, son relevantes muestras del diseño finlandés y europeo del siglo XX. Para muchos, las obras más notables de Aalto son su propia casa, el ayuntamiento de Säynätsalo, y la Maison Carrée. La villa Mairea, en Noormarkku, fue un encargo de Harry Gullichsen, un empresario maderero para quien Aalto había diseñado viviendas obreras y fábricas; y para quien pensó una casa y una sauna unidas por una pérgola, utilizando una parte del interior para la colección que había reunido Maire, la mujer de Harry Gullichsen, que contaba con obras de Léger, Picasso, Calder y Arp, artistas todos ellos muy estimados por el propio Aalto.
Además del edificio, del diseño de los muebles, las lámparas, las manijas, Aalto incorpora la percepción del espacio, los sonidos y la luz, incluso las sensaciones producidas por una mano que palpa los materiales, en un todo armónico que quiere preservar la individualidad. Su idea de utilizar piezas industriales baratas, útiles para producir muebles diversos, desde mesas hasta sillas o taburetes, hizo posible su aplicación a la construcción y la aparición de modelos de casas prefabricadas que resolvieron muchas necesidades tras la destrucción de la guerra, en un trabajo donde se daban la mano el diseño y el humanismo. Era un hombre sencillo, a quien le gustaba la tradición, un arquitecto apasionado por la Antigüedad clásica y el Renacimiento italiano, aunque esa inclinación no le llevó a conjugar los estilos históricos. Individualista, partidario de la solidaridad, la figura de Kropotkin fue muy importante para él, sobre todo en su juventud, durante su formación. Creía en la justicia social, en la razón, y juzgaba que su función como arquitecto no era la construcción de obras que exaltasen su propia figura, sino una forma de participar en el cambio social, siempre con el objetivo de dignificar la vida de los ciudadanos; inclinaciones humanistas que le llevaban a pensar que la riqueza debía ser distribuida, como si postulase una sociedad sin clases. Por eso, otorgaba gran importancia a las viviendas, pero también a industrias y fábricas, donde transcurría buena parte de la existencia de la gente común, tal vez sin reparar demasiado en que ese era el espacio de la explotación pero también de la ruptura de la soledad por medio de la dignidad del trabajo obrero y de las manos que construían la vida y soñaban el futuro.
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