27S Entre el empate infinito y la ingobernabilidad

Antonio Santamaría

Ilustración rota Albert Rivera

La jornada electoral del 27S arrojó un resultado endiablado de una extremada complejidad que abre un panorama de diversas e inciertas posibilidades que se exploran en este texto. 

El carácter plebiscitario de los comicios caló en el electorado como demuestra la elevada participación (77,44%) que batió todos los registros históricos en unas elecciones al Parlament de Catalunya. El incremento de la participación (+7,8%) se concentró principalmente en los distritos tradicionalmente abstencionistas de las ciudades y barrios de la periferia del Área Metropolitana de Barcelona y Tarragona. Mientras en Vic la participación aumentó el 3,72%, en Sant Adrià del Besos o Santa Coloma de Gramenet aumentó el 9,62 % y 9,23%, respectivamente; aun así la participación fue 6,8% superior en Vic que en Santa Coloma. De esta manera se rompió el tradicional abstencionismo dual y selectivo característico de las autonómicas catalanas donde en los distritos nacionalistas se verificaban elevados índices de participación mientras en los barrios del área metropolitana se concentraba una elevada abstención que no se repetía en las elecciones generales, en las que se votaba masivamente a favor de las fuerzas de izquierda, particularmente a los socialistas. Un factor clave para explicar las reiteradas victorias de CiU en las elecciones autonómicas en la etapa autonomista.

La movilización electoral en estos distritos provocó que la lista de Junts pel Sí obtuviera un resultado muy por debajo de sus expectativas, al perder nueve escaños respecto a los logrados por CiU y ERC en las autonómicas del 2012 y 4,7 puntos porcentuales menos.

De este modo se evaporaba el objetivo de dicha candidatura de obtener la mayoría absoluta en escaños y lograr la mayoría de votos a favor de la independencia sumando sus sufragios a los de la CUP.

La superposición del supuesto plebiscito con unas elecciones parlamentarias produjo un resultado endiablado. Aunque la suma de las fuerzas secesionistas (Junts pel Sí y CUP) lograba una holgada mayoría absoluta de 72 escaños, no lograba superar la barrera del 50% de los votos (47,8%). El líder independentista escocés Alex Salmond realizó una certera lectura de estos resultados que, a su juicio, abrían el camino para negociar con el Estado español la celebración de un referéndum de autodeterminación, pero impedían iniciar el proceso hacia la independencia. Sin embargo, esta advertencia ha sido desoída por los dirigentes de las dos candidaturas secesionistas, para quienes la mayoría parlamentaria resulta suficiente para continuar con la hoja de ruta separatista. Para la CUP no haber obtenido la mayoría de votos descarta la opción de realizar una Declaración Unilateral de Independencia (DUI) inmediata, pero no descarta continuar la desconexión con el Estado español, a través de un proceso constituyente.

Las dos Cataluñas

El análisis de los resultados electorales en las poblaciones de la Cataluña interior y metropolitana nos devuelve una imagen de una Cataluña partida en dos mitades. A modo de ejemplo, Vic y l’Hospitalet de Llobregat re­sultan el positivo y negativo de una fotografía; mientras en Vic se impone Junts pel Sí (66,7% de los votos), seguida de la CUP (8,6%), en l’Hospitalet lo hacen C’s (23,6%) y PSC (23%). Si en Vic las fuerzas independentistas obtienen el 75,3% de los sufragios, en l’Hos­pitalet sólo logran el 24,1%.

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Esta radical dualidad ha desa­tado intensos debates sobre la fractura social que el proceso in­dependentista estaría provocando en Cataluña. Si bien es cierto que los resultados electorales nos transmiten la estampa de una so­ciedad partida en dos, afortunadamente esta fractura –de mo­mento– no se percibe a nivel so­­c­ial. Sin embargo, se están acumulando todos los elementos pa­ra que se produzca. La extremada agresividad verbal sobre el tema que puede apreciarse en las redes sociales y los foros de debate de los medios de comunicación resulta un indicio de ello. Por otro lado, si las fuerzas secesionistas, como todo parece indicar, se empeñan en continuar con la hoja de ruta separatista a pesar de no contar con el apoyo mayoritario de la población, podría abrirse la espita para un enfrentamiento cí­vico de proporciones alarmantes. La gravedad de esta amenaza puede apreciarse en las numerosas invocaciones al papel del PSUC que, en el final de la dictadura, consiguió que la clase trabajadora se sumase a las reivindicaciones catalanistas, evitando el peligro de una fractura social e identitaria.

Sin embargo no existe en el panorama político, crecientemente polarizado, ninguna fuerza política con la capacidad de ejercer de puente entre las dos Cataluñas. El PSC, que durante el periodo autonomista jugó este papel, ha estallado, y el sector catalanista ha abandonado la formación para sumarse a Junts pel Sí. El fracaso de la coalición entre Podemos, ICV-EUiA (Catalunya Sí Que Es Pot) frente al éxito de Ciutadans también resulta un indicador de que la intensa polarización política e identitaria está bloqueando esta posible salida.

Las bases sociales del movimiento independentista son las clases medias atomizadas, despolitizadas y castigadas por la crisis que ven en la construcción del Estado propio la panacea para todos sus males. Además, el secesionismo da libre curso a pulsiones de superioridad étnica y social, pero también a la hispanofobia que se ha ido acumulando de modo latente du­rante el pujolismo y que la torpeza de la gestión del PP ha alimentado hasta extremos inquietantes.

El proyecto separatista ha propiciado un movimiento de unificación ideológica máximo de estas capas sociales en torno a entidades cívicas como la ANC y donde los medios de comunicación públicos de la Generalitat y los privados afines juegan un papel fundamental, pues a mayor atomización más importante es el papel de los medios. Este movimiento de unificación se ha traducido políticamente en la candidatura de Junts pel Sí, donde las diferencias políticas en el eje social se subsumen en un mensaje independentista simple y binario.

Por el contario, en el bloque no independentista no se ha producido este movimiento de unificación y las diferencias políticas en el eje social continúan operativas, lo cual impide la formación de un frente del no. A la atomización y desestructuración de la clase trabajadora catalana provocada por décadas de paro y subempleo, se añade la exclusión lingüístico-cultural iniciada en el pujolismo, que adoptó carta de naturaleza con la inmersión lingüística y que ahora se ha exasperado con el proceso soberanista. No obstante, el éxito de Ciutadans en los distritos obreros, donde tradicionalmente se imponían PSC e ICV-EUiA, indica que la presión secesionista puede provocar a me­dio plazo un movimiento de unificación semejante en clave españolista, con lo cual se darían todos los elementos para el enfrentamiento social.

¿Soberanismo antidemocrático?

La lista de Junts pel Sí planteó unos comicios en el límite de lo admisible en una sociedad democrática. No sólo por mezclar unas elec­ciones parlamentarias con un plebiscito en el que, contra toda lógica, sólo valdrían los escaños, beneficiándose de la sobrerrepresentación de los distritos nacionalistas de la Cataluña interior. Co­mo ha calculado el profesor Vicenç Navarro, con una ley electoral proporcional Junts per Sí habría obtenido 55 escaños y la CUP 12, a un diputado de la mayoría absoluta. Además, el candidato a la presidencia de la Generalitat, Artur Mas, figuraba en el número cuatro de la lista, tapado por un exdirigente de ICV, Raül Romeva, para evitar dar cuentas de una legislatura determinada por los recortes y la corrupción, confiriendo una pátina progresista a la candidatura unitaria. De hecho, las diferencias internas impidieron que Junts pel Sí pudiese presentar un programa, sino sólo doce puntos genéricos. De igual modo se convocaron las elecciones a principios de agosto, un mes políticamente inhábil, para evitar un debate en profundidad sobre las ventajas e inconvenientes de la secesión y la campaña se inició coincidiendo con la Diada Nacional, ampliamente cubierta por la televisión pública catalana para aprovechar al máximo la subida de la adrenalina patriótica.

Se trata, pues, de una calculada retorsión para lograr que una minoría de en torno al 35% o 40% del censo se transmutase –favorecida por la ley electoral– en una mayoría absoluta parlamentaria. De hecho, los votos a favor de las dos listas independentistas, 1,9 millones, casi coinciden con los 1,8 millones de votos obtenidos por la opción Sí-Sí en la consulta del 9N.

Este carácter escasamente democrático de los procedimientos del movimiento soberanista se elude insistiendo en la negativa del gobierno español en convocar un referéndum de autodeterminación (“derecho a decidir” en el lenguaje secesionista) y en la ausencia de ofertas para Cataluña desde el otro lado del Ebro. No obstante, cuando estas ofertas llegan son ninguneadas y despreciadas, como ocurre con las propuestas de reforma constitucional del PSOE o de Po­de­mos respecto a la apertura de un proceso constituyente, don­de se reconocería la plurinacionalidad del Estado y el referéndum de autodeterminación.

El estallido del sistema de partidos

La movilización independentista ha dinamitado el sistema de partidos de la Cataluña autonómica. La ruptura de la histórica federación entre Con­ver­gèn­cia i Unió –tras años de tensiones– expresa el punto de in­flexión y el carácter irreversible del giro soberanista de CDC, la formación hegemónica de la federación. El fracaso de Unió, que no ha logrado representación parlamentaria, podría explicarse por la tardanza con que decidió romper con Convergència, prácticamente en la víspera de los comicios, pero también por la ausencia de espacio político para la llamada Tercera Vía en un panorama tan sumamente polarizado.

La lista unitaria, donde Convergència ejerce un papel hegemónico, ha significado la práctica difuminación, por no decir desaparición, de Esquerra Republicana del escenario político. ERC, que encarnaba los valores del catalanismo de izquierdas frente al nacionalismo conservador convergente, había logrado el sorpasso a CiU en las elecciones europeas y un buen resultado en las municipales, lo cual parecía augurar que esta formación podía aspirar a ser el recambio hegemónico a Con­vergència en el bloque nacionalista. Desde el 9N se había negado enfáticamente a diluirse en la lista unitaria y proclamado su determinación de concurrir con sus siglas el 27S. No obstante, en el último momento se ple­gó al doble chantaje de Mas, que amenazó con no convocar las elecciones o hacerlo arropado por las entidades soberanistas ANC, Ómnium Cultural y las figuras del star system nacionalista. De ma­nera que volvió a ejercer el papel subalterno que ha jugado con respecto al catalanismo conservador desde la reinstauración de la democracia, con la única ex­cepción de la apuesta de Carod-Ro­vira por el tripartito. Si, como todo parece indicar, se reedita la fórmula de Junts pel Sí en las legislativas es­pañolas de di­ciembre, el futuro de ERC se presenta muy complicado.

El PSC, la segunda fuerza política de la Cataluña autonómica, ha ex­perimentado fuertes tensiones in­ternas que parecían abocarle a un papel re­sidual. Finalmente, la marcha de los sectores soberanistas ha permitido que los socialistas catalanes co­nec­tasen con las aspiraciones de sus bases sociales y electorales con un discurso sin ambigüedades en el eje nacional. Ello, unido a la excelente campaña de Miquel Iceta, ha posibilitado que evitasen la pronosticada debacle electoral y albergar esperanzas en una hipotética remontada, imprescindible pa­ra que el PSOE pue­da desbancar al PP de La Moncloa.

ICV-EUiA, que en la Cata­lu­ña autonómica jugó un papel subalterno semejante al de ERC pero respecto al PSC, apostó por concurrir con Po­de­mos tapando sus siglas en la lista de Catalunya Sí Que Es Pot. Ahora bien, mientras en el PSC los soberanistas han abandonado la formación, no ha ocu­rrido lo mismo en ICV-EUiA y además Raül Romeva, uno de sus líderes, ha encabezado la lista de Junts pel Sí. El resultado electoral ha bordeado el desastre, pues han perdido dos escaños respecto a los 13 obtenidos por la coalición ecosocialista en 2012. Ello a pesar de la intensa participación de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón en la campaña. De al­guna manera, a CSQP se han trasladado las ambigüedades de ICV-EUiA respecto a la cuestión nacional, tanto es así que su cabeza de lista, Lluís Rabell, a pesar de su insistencia en el “derecho a decidir” fue incapaz de responder a cual sería su opción en un referéndum de autodeterminación y no pudo ocultar su condición de criptoindependentista. Esta indefinición, en unos comicios sobredeterminados por la cuestión de la independencia, y con unas bases sociales mayoritariamente no secesionistas, han propiciado los pésimos resultados electorales que comprometen las opciones de Pablo Iglesias en las legislativas de diciembre.

El impresionante ascenso de Ciutadans, con 25 diputados y 735.419 votos (17,9%), es quizás el dato más relevante de la jornada electoral. Excepto Santa Coloma de Gramenet y Cornellà, donde quedó a escasa distancia del PSC, se impuso en todos los feudos socialistas del Área Metro­po­lita­na, cumpliendo con el pronóstico de Albert Rivera, quien había predicho que el cinturón rojo se pin­taría de naranja.

El resultado en Nou Barris, el distrito de la ciudad de Barce­lo­na con la renta más baja y tradicional feudo de la izquierda, es significativo. En las municipales de mayo Barcelona en Comú. Con Ada Colau al frente, se im­pu­so claramente con el 33,7% de los votos, seguida por el PSC (16,2%) y C’s (12,7%). Pero el 27S ganó C’s con el 22,7%, mientras CSQP solo obtuvo el 13,8%, casi veinte puntos menos que la lista de Ada Colau e incluso se vio superada por el PSC con el 18,4% de los votos. Así pues, si en las mu­nicipales se votó en clave so­cial y se impuso una alternativa nítidamente de izquierdas, en las autonómicas se hizo en clave na­cional, dejando el mensaje de que la clase trabajadora catalana se opone a la secesión y opta por una formación con una posición clara en este sentido que, además, entona un discurso vaga­men­te regeneracionista y nítidamente populista frente a PP y PSOE.

Del estallido del sistema de partidos pueden extraerse las siguientes conclusiones:

1) El giro soberanista del nacionalismo catalán ha achicado el espacio del catalanismo don­de anteriormente podían in­cluirse Unió, PSC e ICV-EUiA y ha incrementado la fuerza de un partido extramuros del catalanismo como C’s.

2) Las formaciones de iz­quierda han sido las principales perjudicadas por la polarización nacionalitaria, y han obtenido el peor resultado de la historia. En el 2012, si sumamos los re­sultados de ERC, PSC, ICV-EUiA y CUP lograron 1,5 millones de vo­tos y 57 escaños (41,5%); ahora si sumamos PSC, CSQP y CUP sa­can 1,2 millones de votos y 37 diputados (30,8%).

Las contradicciones de la CUP

El endiablado resultado electoral otorga a la CUP la llave de la gobernabilidad de Cataluña y del proceso soberanista. La base social de la izquierda independentista está formada fundamentalmente por la juventud de las clases medias catalano­par­lantes que la crisis ha dejado sin perspectivas y en vías de proletarización.

CThxEQCWcAAaQg5.jpg-largeLa CUP se halla atravesada por una contradicción insoluble. En el eje social plantea un programa anticapitalista radical que les aleja de las clases medias convergentes y que busca la im­plantación entre las clases trabajadoras del país. Sin em­bar­go, en el eje nacional, propug­na un independentismo igualmente radical que aboga por la creación de un Estado en el ámbito de los Països Catalans que les separa de la clase trabajadora de origen inmigrante que rechaza la secesión y que, como se ha visto el 27S, se ha decantado por C’s. Esta contradicción se traslada al interior de la formación en torno a dos sectores: el articulado en tor­no al antiguo Moviment de De­­fen­sa de la Terra (MDT), ahora Po­ble Lliure, donde opera el vector na­cionalista, y el sector Endavant donde domina la cuestión social.

Estos comicios han sacado a la CUP de cierta marginalidad política y les ha otorgado un papel decisivo en la política catalana, pero con un elevado riesgo de podría conducirles al estallido. En efecto, uno de los ejes de su campaña fue el reiterado compromiso de no investir a Artur Mas. Si hacen honor a este compromiso se enfrentarían con todo el peso del potente aparato mediático convergente que les acusaría de hacer el juego al españolismo, al provocar la convocatoria de nuevas elecciones y poner en peligro el proceso soberanista. Si, por el contrario, ceden a las exigencias de Junts pel Sí que, en ningún caso están dispuestos a renunciar al liderazgo de Mas, serían acusados de comportarse como los demás partidos y de plegarse, como ERC, al chantaje de Con­ver­­gència. En cualquiera de las dos opciones se pone en peligro la cohesión interna de la formación que podría estallar en dos pedazos, profundizando en el estallido del sistema de partidos catalán.

Para orillar estas contradicciones, en el momento de escribirse estas líneas parece abrirse camino la fórmula de facilitar una presidencia simbólica a Mas a cambio de que Junts pel Sí asu­ma parte del programa social de CUP. No obstante, un acuer­do de estas características presenta grandes dificultades, pues las fuerzas económicas y sociales que apoyan a Con­vergència difícilmente podrían asumir un programa social que cuestione el neoliberalismo de esta formación. Además, la CUP parece dispuesta a acabar con la prolongada espera del procés y poner en marcha de modo inmediato y sin marcha atrás el proceso de desconexión con Es­paña, lo cual puede desatar las contradicciones internas de Junts per Sí, particularmente entre el sector posibilista de Convergència y el maximalista de ERC.

Compás de espera

Las dificultades para alcanzar un acuerdo entre Junts pel Sí y CUP, unido a la proximidad de las legislativas españolas, apuntan a que la política catalana se instalará en un compás de espera hasta los comicios estatales, que podrían facilitar una vía de diálogo o enconar aún más el conflicto. El primer su­puesto pasaría por un ejecutivo de coalición o un pacto de legislatura entre PSOE o Podemos; en el segundo, un gobierno o un acuerdo de legislatura bajo la presidencia del PP o PSOE, pero con el concurso de Ciuta­dans. Esto sin descartar un re­sultado endiablado, donde una eventual reedición de Junts pel Sí a las cámaras españolas dis­pu­siera de la llave de goberna­bili­dad del Estado como en los tiem­pos de Jordi Pujol.

La contradictoria victoria de las fuerzas que han ganado las elecciones pero han perdido el plebiscito, se alza como un escollo difícil de sortear para emprender por la vía rápida la ruta hacia la secesión que, desde luego, no contaría con el reconocimiento de la comunidad internacional y que, como se ha prefigurado en estos comicios, podría cristalizar en una efectiva fractura social. Ahora bien, la única propuesta de Con­vergència y sus aliados en Junts pel Sí el 27S ha sido precisamente la consecución prácticamente inmediata, en 18 meses, de la independencia. Esto les aísla de cualquier aliado parlamentario excepto la CUP, lo cual dibuja un panorama de extremada inestabilidad, incluso en el caso de que la formación de la iz­quierda independentista decidiera ceder a la presión e invistiera a Mas.

Finalmente, no hemos de perder de vista otro supuesto. Acaso el objetivo de Convergència, que tras la etapa pujolista está abocada a la refundación, no sea conseguir el Estado propio, cuya extrema improbabilidad no puede ignorar, sino construir una nueva formación hegemónica de la política catalana donde se catalizarían las aspiraciones de las clases medias y donde el objetivo de la independencia proporcionaría aliento y munición política a una generación.