De la felicidad

De la felicidad Leibniz
La sabiduría no es otra cosa que la ciencia de la felicidad, que nos enseña a alcanzar la felicidad.

La felicidad es el estado de alegría permanente. Quien es feliz no siente, por cierto, su alegría en todo momento, pues a ratos cesa su reflexión, y suele también dirigir sus pensa­mientos a asuntos pendientes. Pero basta con que esté en estado de sentir la alegría cuantas veces quiera pensar en ella, y que de ello ínterin nazca un carácter alegre de su ser y su hacer.

La alegría presente no hace feliz si no tiene permanencia, y más bien es infeliz quien por una breve alegría cae en una larga aflicción.

Hereje cortesano

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La alegría es un placer que el alma siente en sí misma. El placer es la sensación de una perfección o excelencia en nosotros o en otra cosa; pues también es agradable la perfección de cosas que nos son ajenas, como la inteligencia, la valentía y especialmente la belleza en otro ser humano, y también de un animal, y hasta de una criatura inanimada, pintura u obra de arte.

Pues la imagen de tal perfección ajena, impresa en noso­tros, hace que también algo de ella se implante y suscite en nosotros; y no cabe duda de que quien trata mucho con perso­nas y cosas excelentes se vuelve más excelente por ello.

Y aunque a veces las perfecciones ajenas nos desagradan, como por ejemplo, la inteligencia o la valentía de un adversa­rio, la belleza de un rival o el lustre de una virtud ajena que nos eclipsa o avergüenza, esto no proviene empero de la perfec­ción en sí misma, sino que se debe a la circunstancia que nos la hace importuna, con lo cual la dulzura de la sensación inicial de una perfección ajena es superada y destruida por el efecto y la amargura de la reflexión.

De la felicidad LeibnizNo siempre se advierte en qué consiste la perfección de las cosas agradables, ni a qué perfección en nosotros contribuyen, pero ella es sentida por nuestra mente, aunque no por nuestro entendimiento. Decimos comúnmente: hay un no sé qué que me gusta en la cosa; lo llamamos simpatía; pero quienes investi­gan las causas de las cosas suelen descubrir la razón y com­prenden que tras ello hay algo que, aunque inadvertidamente, de veras nos beneficia.

La música ofrece un hermoso ejemplo de esto. Todo lo que suena contiene en sí una oscilación o vaivén, como se ve en las cuerdas, y así lo que suena de golpes invisibles; si éstos ocurren no confusa, sino ordenadamente, y concuerdan, pero con ciertas variaciones, son agradables, así como se observa también una cierta variación en las sílabas largas y cortas y la concordancia de las rimas de los versos, que contienen, por así decir, una mú­sica callada, y cuando están bien medidos agradan también sin canto. Los golpes sobre el tambor, el ritmo y la cadencia en la danza y otros movimientos análogos, según regla y medida, derivan su encanto del orden, pues todo orden es propicio a la mente, y un orden armonioso, aunque invisible, está presente también en los golpes o movimientos provocados con arte, de cuerdas, pífanos y campanas, y del mismo aire, que aquellos po­nen en armonioso movimiento, que luego a través del oído pro­duce en nosotros un eco concordante, al que se ajusta también el movimiento de nuestros espíritus animales. De ahí que la música sea tan apropiada para mover los ánimos, aunque por lo común este fin principal ni se observa ni se busca lo suficiente.

Y no cabe duda de que también al tocar y oler y saborear, la dulzura consiste en un determinado, aunque invisible, orden y perfección, o también en una facilidad dispuesta por la natu­raleza para estimularnos a nosotros y a los animales a aquello que por lo demás necesitamos; de modo que el uso recto de todas las cosas agradables realmente nos beneficia, aunque por abuso e intemperancia a menudo puede resultar de ellas un daño mu­cho mayor.

Llamo perfección a todo enaltecimiento del ser; pues así como la enfermedad es en cierto modo una degradación y una caída desde la salud, así la perfección es algo que se alza por sobre la salud; la salud misma empero se halla en el medio y en equilibrio y sienta las bases de la perfección.

Y así como la enfermedad proviene de una acción vulnera­da, como bien han observado los entendidos en medicina, así por otra parte la perfección se muestra en la fuerza para actuar, ya que todo ser consiste en una cierta fuerza, y a mayor fuerza, más elevado y libre es el ser.

Además, en toda fuerza, cuanto mayor es, más se manifies­ta en ella todo por uno y en uno, en cuanto uno gobierna a muchos fuera de él y los prefigura en sí mismo. Ahora bien, la unidad en la multiplicidad no es otra cosa que la armonía, y como uno concuerda más con esto que con aquello, emana de allí el orden, del que proviene toda hermosura, y la hermosura despierta amor.

De la felicidad Leibniz
Vemos así, pues, cómo felicidad, placer, amor, perfección, ser, fuerza, libertad, armonía, orden y hermosura están mutua­mente ligados, cosa que pocos aprecian como es debido.

Entonces, cuando el alma siente en sí misma una gran concordancia, orden, libertad, fuerza o perfección, y en consecuen­cia siente placer por ello, esto causa una alegría, según se des­prende de todas estas y las anteriores explicaciones.

Tal alegría es permanente y no puede engañar, ni causar una aflicción futura si proviene de un conocimiento y está acom­pañada de una luz de la que nace en la voluntad una inclinación al bien, o sea. la virtud.

Pero cuando el placer y la alegría son tales que satisfacen a los sentidos pero no al entendimiento, pueden conducir tan fácilmente a la infelicidad como a la felicidad, así como un plato sabroso puede ser malsano.

Y por esto el deleite de los sentidos debe usarse conforme a las reglas de la razón, como un manjar, medicina o tónico. Pero el placer que el alma siente en sí misma, conforme al en­tendimiento es una alegría presente que puede conservarnos alegres también en el porvenir.

De ello se sigue, entonces, que nada contribuye más a la felicidad que el esclarecimiento de la inteligencia y la ejercitación de la voluntad para que obre siempre conforme al entendi­miento, y que tal esclarecimiento debe buscarse especialmente en el conocimiento de aquellas cosas que pueden llevar a nuestro entendimiento cada vez más lejos hacia una luz superior; por cuanto de ello surge un progreso perpetuo en la sabiduría y la virtud, y también por ende en perfección y en alegría, cuya uti­lidad perdura en el alma también más allá de esta vida.

Haría falta una disertación especial para explicar qué clase de cosas son esas cuyo conocimiento causa tan feliz progreso; por ahora cabe observar que nadie puede ascender a un alto nivel de felicidad tan fácilmente como las personas de catego­ría; sin embargo, como Cristo mismo nos ha dicho, para na­die es tan difícil como para ellas alcanzarlo de hecho. La causa de esto es que aunque pueden hacer mucho bien, rara vez aplican a ello sus pensamientos.

Pues como tienen siempre oportunidad de gozar de delicias sensuales, se acostumbran a buscar su alegría sobre todo en el deleite que proviene del cuerpo, y cuando se elevan por encima de esto buscan más ser alabados y honrados por otros, que una verdadera satisfacción consigo mismos. De ahí que, cuando las enfermedades terminan con el deleite del cuerpo y las des­gracias disipan la gloria, el autoengaño cesa y se hallan desdi­chados.

Desde jóvenes han seguido el impulso de las causas exter­nas, debido al placer que les procuraba, sobre todo por cuanto al comienzo es algo difícil resistir a esta corriente; y así han perdido buena parte de la libertad del ánimo.

De la felicidad LeibnizPor esto es una gran cosa que una persona de categoría esté satisfecha consigo también en la enfermedad, el infortunio o el descrédito; especialmente si se puede dar por contenta no sólo por necesidad, porque ve que tiene que ser así —consuelo equivalente al de tomar un somnífero para no sentir más do­lor— sino porque despierta en ella una gran alegría, que supera esos dolores y desgracias. Esta alegría, que el hombre puede siempre forjarse, si su mente está bien dispuesta, consiste en sentir un placer en sí mismo y en sus facultades mentales cuando se percibe dentro de sí una fuerte inclinación y aptitud para el bien y la verdad, especialmente merced a la sólida infor­mación que nos reporta un entendimiento esclarecido, de modo que experimentamos la fuente principal, cursos y meta final de todas las cosas, y la excelencia increíble de la suprema natura­leza que todo lo comprende en sí, y así nos vemos elevados por sobre los ignorantes, y es como si pudiéramos contemplar desde las estrellas las cosas terrenales bajo nuestros pies; sobre todo por cuanto finalmente aprendemos de ello que tenemos causa para alegrarnos en grado sumo por todo lo que ya ha ocurrido y aún ha de ocurrir, aunque debemos procurar sin embargo, en cuanto de nosotros dependa, que lo que aún no ha ocurrido se disponga lo mejor posible. Pues esta es una de las leyes eternas de la naturaleza: que gozaremos de la perfección de las cosas y del placer que nace de ellas, en la medida de nuestro conocimiento, de nuestra buena inclinación y del aporte que ofrezcamos.

Cuando una persona de categoría logra esto, de manera que aun en medio de toda la abundancia y los honores halla sin embargo su mayor satisfacción en las operaciones de su entendimiento y de su virtud, la estimo doblemente eminente: ante sí misma, debido a su felicidad y verdadera alegría; pero también ante otros, por cuanto esta persona, gracias a su poder y autoridad, podrá comunicar y ciertamente comunicará la luz y la virtud a muchos otros, ya que esta comunicación se re­flejará sobre ella; y quienes comparten un fin así pueden ayu­darse mutuamente e irradiar nueva luz en la investigación de la verdad, el conocimiento de la naturaleza, el incremento de la potencia humana y el fomento del bien común.

La gran felicidad de las personas de categoría que además son esclarecidas se manifiesta en que pueden hacer por su di­cha tanto como si tuviesen mil manos y mil vidas, o como si viviesen mil veces más tiempo del que viven; pues nuestra vida ha de estimarse como verdadera vida en la medida en que ha­gamos el bien, y por eso quien hace mucho bien en breve tiempo es igual a quien vive mil veces más. Y esto ocurre en el caso de quienes pueden hacer que miles y miles de manos cooperen con ellos, gracias a lo cual se puede realizar en pocos años, para suprema gloria v satisfacción suyas, un bien mayor que el que de otro modo pudiera llevarse a cabo en muchos siglos.

La hermosura de la naturaleza es tan grande y su contem­plación posee tal dulzura, y también la luz y el buen deseo que de ellas nace tan magnífica utilidad ya en esta vida, que quien la ha probado mira en menos a todas las otras deli­cias. Si añadimos que el alma no perece, sino que cada perfec­ción que encierra tiene que subsistir y dar su fruto, acabamos de comprender que la verdadera felicidad, nacida de la sabidu­ría y de la virtud, es enteramente sobreabundante e inmensa, más allá de todo lo que uno pudiera figurarse.

Fuente: G.W. Leibniz. Escritos filosóficos. VII. Escritos alemanes sobre la sabiduría. Editados por Ezequiel de Olaso. Editorial Charcas, Buenos Aires, 1982.

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