El clásico «Ben-Hur» vuelve a correr adaptado a los nuevos tiempos, una nueva versión extremadamente condensada del cuento que presenta el cambio entre el judaísmo y el cristianismo primando la estética contemporánea para llegar al público de hoy, una nueva versión que emplea los abusos cinematográficos actuales como motor y que nunca tiene posibilidades de adelantar a la versión mucho más ideologizada que condujo Charlton Heston.
Cuando uno piensa en «Ben-Hur» normalmente le viene a la mente la imagen de Charlton Heston en mitad de la mítica carrera de cuadrigas, el momento más impactante del clásico cinematográfico rodado en 1959. Difícilmente uno pensará en un general de la Guerra Civil estadounidense, en las influencias literarias que generó Alejandro Dumas, en un espectáculo de Broadway, en una película en blanco y negro o en las listas de aprobación del Vaticano. Sin embargo, «Ben-Hur» posee un papel destacado en todos estos campos pero esos minutos al galope en la arena romana convirtieron a la película en un mito, en una leyenda que eclipsó cualquier otra versión de «Ben-Hur» y cuya fama se vio ampliada al obtener 11 Óscars. Tras 1959 ha habido otras adaptaciones en el cine, una miniserie, versiones teatrales hasta con una carrera en vivo con caballos reales en el O2 Arena de Londres, pero ninguna ha conseguido equipararse con la versión de 1959. Por ello sorprende que el mismo estudio que produjo el clásico de William Wyler invirtiera unos 100 millones de dólares en rodar un remake que, sin necesidad de poseer ningún don profético, estaba destinado a ser inferior en comparación con uno de los mayores clásicos del séptimo arte.
Su director, el ruso Timur Bekmambetov especializado en cine de acción sin mucho trasfondo moral, al ser preguntado sobre su decisión de aceptar el encargo a rebufo del filme de Charlton Heston, afirmó que la historia de Ben-Hur es «eterna, así que cada nueva generación quiere volver a ella y adaptarla para el nuevo mundo. La versión de 1959 dura cuatro horas, y solo un pequeño número de personas puede realmente sentarse y verla entera. Es sobre gente diferente a nosotros. Es normal, porque la gente era diferente. Y el público también, así como el lenguaje cinematográfico presente en la película [de 1959]». Timur Bekmambetov también afirma su voluntad de reimaginar y reinterpretar la lectura de «Ben-Hur» partiendo de su fuente primera, para contar así no una historia de venganza sino primar el mensaje de compasión y redención contenido en la obra. Cinematográficamente la intención de Timur Bekmambetov es adaptar «Ben-hur» a los hábitos de consumo y a la estética contemporánea, partiendo de la idea que si el público ha cambiado y la época en que se recibe una obra también, el texto y la misma obra puede cambiar. Es una idea con múltiples ramificaciones. Aparte de los beneficios económicos que puede conllevar volver a plasmar un clásico, está en la raíz de muchos remakes, una práctica presente desde los tiempos del teatro griego al emplear un imaginario específico y mitos concretos en diferentes versiones.
La labor de condensación que hay en esta nueva versión cinematográfica de «Ben-Hur» no es menospreciable. En 1880, el general Lew Wallace y entonces gobernador de Nuevo México publicó «Ben-Hur: a Tale of Christ», una extensa novela histórica de aventuras de casi seiscientas páginas muy influenciada por «El conde de Montecristo» y los libros de Walter Scott. Fue un éxito rotundo, convirtiéndose en la novela más vendida del siglo XIX en Estados Unidos, por delante de «La cabaña del tío Tom», y solo superada como best-seller por la misma Biblia. Desplegando un lenguaje romántico y con una manifiesta vocación evangélica en su título, la historia del judío Ben-Hur que abre los ojos ante la irrupción de Jesús en el mundo contó con la bendición del Papa León XIII, la primera en la historia, y del presidente de EE.UU. del momento, James Garfield, quien le ofreció a Lew Wallace el cargo de ministro plenipotenciario en Turquía tras devorar la novela en pocos días. La representación del cambio entre el viejo dios y el nuevo, el paso del judaísmo al cristianismo a través de un hombre representativo de la sociedad, su trato del cristianismo como verdad, su prosa romántica y su herencia de las novelas románticas de aventuras obviamente calaron hondo en el público de la época.
«Ben-Hur» también protagonizó uno de los primeros casos de litigio por derechos de autor en el cine, cuando una primera versión de 1907 de 15 minutos fue demandada por los herederos de Lew Wallace por haberse rodado sin autorización. Ganaron. Con el respaldo de dos décadas de éxito continuado en Broadway en formato teatral, en los años 20 Metro-Goldwyn-Mayer pagó 600.000 dólares en cuestión de derechos para adaptarla al cine. Tras tres años de rodaje, una monumental producción, espectaculares efectos y empleando el novedoso Technicolor en algunas de las escenas, la película de cine mudo con mayor presupuesto de la historia vio la luz en 1925 con un metraje de 143 minutos, una extensión inusual. La frase promocional fue «La película que todo cristiano debe ver» y la película fue un éxito arrollador. «Ben-Hur» se había sabido trasladar a otro lenguaje, visual y mudo de palabras, y al público de otra era.
Y en 1959 Metro-Goldwyn-Mayer volvió a adaptar a «Ben-Hur». Viéndose obligada a superar la grandiosidad del clásico de 1925 con el que casi se arruina, por poco se declara en bancarrota con el presupuesto del remake de 1959. El éxito fue completo, tanto de público como de crítica, siendo unas rarezas las opiniones disidentes como la de Time Out que la calificó como «cuatro horas de clase en una escuela dominical». Logró la proeza de 11 Óscars, un récord solo deslucido por haber sido igualado por «Titanic» (1997) y la tercera parte de «El señor de los anillos» (2003). Llena de leyendas urbanas, como que el entonces ayudante de dirección en la película, Sergio Leone, fue quien rodó la espectacular carrera de cuadrigas o que Audrey Hepburn aparece como extra, «Ben-Hur» es considerada como una de las mejores películas de la historia incluso por el propio Vaticano, quien en una lista publicada en 1995 la incluye como una de las 15 mejores en el apartado de valores religiosos. En su época y durante décadas, la película habló al público.
Cuando se pregunta a la gente por la película, pocos recuerdan específicamente las largas escenas iniciales y finales de la película, el nacimiento de Cristo y su muerte en el Monte Calvario. Son las que culminan el profundo sesgo ideológico de la película con el que leer su mensaje y que, en el clásico de 1959, forma narrativamente el paréntesis de apertura y cierre de lo que en realidad es un clásico cuento de venganza. Tal vez sea por eso que en 2016Timur Bekmambetov, pensando en el público contemporáneo y queriendo restar peso ideológico, decide empezar por el momento más icónico de «Ben-Hur», la carrera de cuadrigas, y narrar toda la película como un flashback de la vida de Ben-Hur. La película tiene múltiples carencias pero, para adaptarla a los nuevos tiempos, presenta una enorme labor de escritura para deshilachar la historia de la novela y quedarse con un condensado y mínimo armazón estructural que soporte la narración, hasta el punto que es la versión más corta y, lógicamente, con menos matices. Su apuesta es menos grandilocuente que las versiones cinematográficas anteriores y su estilo más visceral y próximo al péplum reciente de «Gladiator» y «300», un acercamiento que sigue la frase promocional de la película: «El primero en llegar, el último en morir». No cuenta con un actor carismático como Heston y aquí el principal, Jack Huston, se encuentra muchas veces superado por Toby Kebbell quien interpreta a su rival Messala. La película sí irrumpe con algún momento espectacular, como la batalla naval, y busca su grandilocuencia siguiendo los signos de los tiempos ya que, si la versión de 1959 abusaba del cartón piedra, ésta abusa de efectos digitales.
Este «Ben-Hur» sigue contando con una profunda carga cristiana, incluso Jesús habla y predica a diferencia de la versión con Charlton Heston, aunque el peso religioso se encuentra más enmascarado dentro de una historia de dos hermanos enfrentados. Por el final milagroso y conversor, Timur Bekmambetov intenta pasar de puntillas y quedarse principalmente con el cuento de redención humana, pero es imposible separar en «Ben-Hur» el aparato divino del humano, el relato de un hombre del de Cristo. Ambos están ligados desde los inicios, desde el título de Lew Wallace. El director se ha esforzado en seguir su idea de hacer una película para el público de hoy y ha confeccionado un blockbuster insustancial de verano, lleno de ritmo aunque fallido, siguiendo los signos de los tiempos. Este cuento de Cristo nacido realmente en otra época abre una cuestión sobre la responsabilidad del público. En esta adaptación de «Ben-Hur» para esta era se ha seguido la fórmula actual del remake y del blockbuster, con un resultado que presenta demasiadas carencias. Lo que este «Ben-Hur» afirma es que, a pesar de que la ejecución haya sido insatisfactoria, no ha habido un fallo de concepción por parte de Timur Bekmambetov de lo que espera un espectador contemporáneo. Cabe plantearse si el fallo no es nuestro, el público, que con nuestra asistencia premiamos cierto tipo de cine. En algunos casos el abuso de la fórmula basada en la estética rápida y vacua resulta excesivo y la película no funciona, desafortunadamente ello no implica que la fórmula que consumimos no siga teniendo éxito.
Ficha técnica:
Dirección: Timur Bekmambetov.
Intérpretes: Jack Huston, Toby Kebbell, Morgan Freeman y Rodrigo Santoro.
Año: 2016.
Duración: 125 min.
Idioma original: Inglés.