Bye bye, Gran Bretaña. Nota de urgencia.

Viñeta David Cameron
Democráticamente, los británicos han decidido abandonar la UE. No hay por tanto nada que objetar. Ni siquiera que Cameron iniciara un viaje incierto y quizás innecesario, que a fin de cuentas le ha costado la cabeza. Poco importa ya, el pueblo británico ha decidido según las normas establecidas, y eso debe respetarse.

Naturalmente, habrá víctimas: las primeras, los trabajadores comunitarios en el Reino Unido y los residentes británicos en los países de la UE. Pero los grandes intereses económicos, más allá de la brutal caída inicial de las bolsas y de otros movimientos tectónicos, hallarán seguramente en los dos años que se anuncian como plazo para negociar la salida, la forma de minimizar los daños. Las consecuencias económicas, que las habrá, podrían ser –a medio plazo– menores de lo que ahora puede parecer, sobre todo si existe una estabilidad política tanto en la Gran Bretaña como en la UE.

Sin embargo, no pueden dejar de considerarse las posibles consecuencias políticas. Para empezar, en Escocia. Es más que probable que durante esos dos años los escoceses partidarios de crear un estado independiente redoblen sus esfuerzos y, en un marco económico seguramente deteriorado, ganen un nuevo referéndum y soliciten la reincorporación de su país a la UE. También, aunque con más dificultades, es posible que en Irlanda del Norte resuciten las voces que plantean la ruptura y, quizás, la reunificación con la República de Irlanda.

Para los gibraltareños la salida de la UE se convierte también en un problema serio, y es posible que se planteen soluciones hasta ahora mismo impensables, que conlleven una revisión de la soberanía en esa plaza. En resumen: puede darse inicio al desguace de la Gran Bretaña.

Obviamente, todo ello comportará una inestabilidad política que podría repercutir en la economía.

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Pero los efectos políticos del Brexit no se quedarán ahí: los movimientos xenófobos, que están creciendo en el seno de la UE, se verán ahora reforzados, y su crecimiento se intuye ya firme y poderoso en casi todos los países. Desde luego en el Este, donde los herederos del fascismo y el nazismo están jugando un papel, pero también en Alemania y Francia.

Crecerá aún más el euroescepticismo, y, de manera indirecta, se verán alentados los que pretenden otra Europa, no sometida a la hegemonía alemana, y los que consideran que el euro está en la base de la crisis económica que atraviesa a todos los países europeos.

Ciertamente también se abre una oportunidad para que la UE emprenda reformas democráticas de calado, avanzando hacia la Europa que se nos vendió en su día y que ha resultado ser otra. Pero el talante, el comportamiento y los precedentes de los actuales líderes europeos hacen que desconfiemos de ello.

La amenaza del crecimiento de la extrema derecha no es visible, al menos por ahora, en España. Tendrá influencia, sin embargo, en el proceso emprendido por el independentismo catalán. En efecto, uno de los argumentos más sólidos que han empleado los defensores de mantenerse dentro de España ha sido advertir que la independencia de Cataluña comportaría su salida inmediata de la UE, algo que parece aterrorizar a los partidos independentistas, que la han negado –hipócritamente, con mentiras– con la salvedad de la CUP, o al menos buena parte de ella, que considera la salida de la UE y del euro una consecuencia lógica, asumible y tal vez deseable de la independencia. Hay vida fuera de la UE y del euro.

En otro orden de cosas, es posible, además, que en relación con las elecciones del próximo domingo, el Brexit arranque de la abstención a votantes conservadores, pues se anuncia tormenta, y que ante el temor a lo desconocido aumente el apoyo al PP. Craso error. El momento del cambio ha llegado, con Brexit o sin Brexit. Aplazarlo solo servirá para mantenernos en el fango.

Recordémoslo: unidos podemos.

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