Muchos esperan que los presidentes chino y estadounidense, Xi y Biden, se reúnan en San Francisco, en la próxima cumbre de APEC. Los encuentros mantenidos en Washington por el ministro de exteriores Wang Yi han propiciado una visión cautelosamente optimista, pero el camino hacia el encuentro no se ha allanado del todo. También ha habido importantes visitas previas de altos funcionarios de EEUU a Beijing para incidir en una mejora de la atmosfera bilateral. Ambos parecen desearla.
En la visión china tres son los asuntos determinantes en la compleja relación bilateral: establecer una comprensión estratégica fidedigna de las intenciones de cada parte, examinar el carácter de la competencia rechazando el desacoplamiento y aclarar el concepto de “seguridad nacional” y su abuso como argumento.
Ambos países, las dos economías más importantes del mundo, anhelan relaciones estables y sostenibles, pero la tozuda realidad se cruza en su camino. Es más, en los próximos meses la situación podría incluso empeorar a la vista de la doble cita electoral en Taiwán y en EEUU. En el primer caso, la continuidad del soberanismo al frente del gobierno en la isla puede complicar la situación en el Estrecho. Y cuando hay elecciones en EEUU, es mala época para implementar acuerdos entre Washington y Beijing. Ni republicanos ni demócratas pueden permitirse el lujo de ser benévolos con China, pugnando en severidad como cartel para atraer a los electores.
El acoso a la industria tecnológica china o incidentes como el del globo o la visita de la ex titular de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi a Taipéi, conforman una negatividad que no se ha disipado. El diálogo en asuntos militares sigue en suspenso.
La comunicación entre ambos países es un asunto crucial. Sin duda, se ha resentido desde el encuentro de Bali entre los presidentes Biden y Xi, hace justamente un año. Por activa y por pasiva, China se queja de la estrategia de contención implementada por EEUU y aunque participe en la cumbre APEC se resiste a hacerlo al máximo nivel si no obtiene previa satisfacción en algunas de sus preocupaciones principales. El propio Wang Yi le espetó a Biden la insatisfacción por el estado de los vínculos y su exigencia de prioridad para sus intereses centrales, es decir, Taiwán o el respeto de su opción sistémica o de modelo económico. Pero muchos creen que China es parte del nuevo eje del mal con Rusia e Irán y ello justifica la multiplicación de los cortafuegos y las políticas de hostilidad. Si no hay gestos concretos que disipen esa demonización constante de las actitudes chinas llevándolas a un terreno de negociación, no es previsible cambio alguno sustancial por más fotos de ambos líderes estrechándose la mano.
Los pasos de EEUU en Asia, a miles de kilómetros de sus costas, inquietan en China. Washington rechaza cualquier pretensión de “abandono” de la región y, por el contrario, multiplica las alianzas económicas, tecnológicas, de seguridad, con sus socios en una trayectoria que China percibe como “acoso”. En el reciente Foro Xiangshan de seguridad celebrado en Beijing, el ministro de defensa de Singapur, Ng Eng Hen, alertó sobre las consecuencias devastadoras de una guerra en Asia, apelando a Beijing a asumir un papel de líder en el alivio de las tensiones regionales. Y en efecto, no basta con acusar a terceros de echar leña al fuego.
Beijing ha asegurado que el hecho de que un conflicto entre ambos países suponga una catástrofe no es garantía suficiente de que no se vaya a producir. No hay automatismo y por ello se requiere un ingente esfuerzo de clarificación y diálogo que, en primer lugar, evite las escaladas y desarrolle medidas de prevención. Esto requiere de ambas partes el dar y recibir garantías en los temas clave. Y crear marcos de confianza que disipen las reservas de los pequeños países de la región que celebran la cooperación económica con China pero prefieren el entendimiento en materia de seguridad con EEUU. Las tensiones territoriales en torno al Mar de China meridional no se diluyen en ese código de conducta en gestación desde hace años con poco efecto visible en el alejamiento del conflicto.
La insistencia en el antagonismo estratégico representa el mayor hándicap que hoy ensombrece la relación bilateral sino-estadounidense. Planteado en esos términos de modo preferente, devaluando la importancia y transcendencia de la agenda que ambos comparten con el resto de los países (empezando por la urgencia de la lucha contra el cambio climático) será difícil que se produzcan avances. El fatalismo de lo inevitable de una confrontación no es una opción deseable, claro está, pero esa sensación puede seguir creciendo si seguimos escalando las múltiples magnitudes de la competencia.
Una mayor institucionalización de las relaciones bilaterales y del diálogo es la base mínima para que EEUU y China trabajen por la desactivación de los frentes de tensión. Visto lo ocurrido en Europa o en Oriente Medio, la mera hipótesis de un conflicto bélico en Asia requiere remangarse ya para adoptar las correspondientes medidas de prevención que lo puedan evitar.