Las lenguas de España

Las lenguas de España

Catedrático emérito de Lingüística en la Universidad de Valencia, entre las obras de Ángel López García-Molins cabe citar El rumor de los desarraigados (1985, Premio Anagrama) y El sueño hispano ante la encrucijada del racismo contemporáneo (1991). Centramos nuestra conversación en su libro Repensar España desde sus lenguas (2020).


¿Cuántas lenguas tiene España?

—Ya se sabe que en esto de las lenguas pasa como con los colores: hay una serie de colores básicos, pero si uno se empeña aparecen, como setas, muchos más. Los pintores o los diseñadores de moda no hablan simplemente de rojo, abundan los matices como granate, coral, carmín, cereza, púrpura, bermellón, frambuesa, etc. Pues con las lenguas pasa lo mismo: hay gente que se empeña en diferenciar el rumano del moldavo como la hay que quiere distinguir el valenciano del catalán o el andaluz del castellano. Los lingüistas nos echamos las manos a la cabeza, pero los intereses políticos que animan estas divisiones infinitas nos suelen dejar al margen. Si uno se empeña, siempre podrá ver dos lenguas donde solo existe una sin más que alzar la bandera de algunos referentes que se designan con una palabra distinta: ¿no ve que nosotros decimos espill y ellos, mirall? Pues bien, técnicamente en España solo hay cuatro lenguas viables: español, catalán, gallego y vasco.

¿Viables?

—Viables significa, en los términos establecidos por Heinz Kloss (1904-1987), que o bien están suficientemente diferenciadas (Abstandssprachen) o bien están suficientemente elaboradas (Abbausprachen) o ambas cosas. Estas lenguas son el fundamento de las cuatro instancias políticas que hicieron España y que aparecen claramente reflejadas en su escudo: el reino de Castilla, la Corona de Aragón, el reino de León y el reino de Navarra.

Recoge en su ensayo una cita de La hispanibundia. Retrato español de familia, de Mauricio Wiesenthal. ¿Qué es eso de la hispanibundia?

—Es un neologismo afortunado de Wiesenthal que me he apresurado a adoptar. Está formado sobre el sufijo abundancial –bundo y su cualitativo –bundia, que aparecen en palabras como nauseabundo, errabundo, meditabundo/meditabundia, tremebundo, vagabundo, moribundo/moribundia, gemebundo.

Un hispanibundo es un hispano que muestra su condición en exceso y lo que la palabra hispanibundia viene a significar es que los ciudadanos españoles estamos dándole vueltas siempre a nuestra condición hispana, ya sea para exaltarla, para lamentarla o para rechazarla. La anécdota atribuida a Bismarck, quien se supone decía que España era el país más fuerte del mundo porque llevaba siglos intentando destruirse y no lo había conseguido, probablemente es falsa, pero da en el clavo. Como dirían los italianos: se non è vero, è ben trovato.

Abre el capítulo “Un país peculiar” con una pregunta: ¿Es España un país diferente? Su respuesta: “Pero, aunque culturalmente España difiere apenas de los demás países europeos, hay un asunto en el que ciertamente es diferente y es la cuestión de las lenguas”. ¿En dónde radica exactamente nuestra diferencia? ¿No hay también muchos otros países con varias lenguas?

—Desde luego. En todos los países de Europa, salvo Portugal e Islandia, se hablan varias lenguas. En Europa la media anda por cuatro lenguas y pico, pero en los otros continentes son muchas más. En Australia, en México o en la India pasan de cien. La diferencia estriba en que solo en España sucede que sus lenguas son constitutivas del imaginario nacional. Esta es nuestra especificidad, y cuanto antes adecuemos la cultura y la vida en común a este hecho singular mucho mejor. Pero un país tetralingüe no son cuatro países, como una interpretación simplista suele creer. Una taza de café con leche no se puede descomponer en una tacita de café y otra de leche, es otra cosa.

¿Y qué significa que las cuatro lenguas españolas sean constitutivas del imaginario nacional? ¿Qué imaginario es ese? ¿No ocurre así en el caso de Francia, por ejemplo?

—No lo creo. En Francia se hablan más lenguas que en España: aparte del francés y del occitano (que podríamos comparar con el español y el gallego), tienen el catalán y el vasco, pero a ellas hay que añadir el alemán, el corso y el bretón. Francia es el ejemplo prototípico de centralismo político y cultural: remedando una frase del catecismo de mi niñez, se podría decir que en el país vecino fuera de la lengua francesa no hay salvación. No es ni por asomo la situación española: la vitalidad del catalán es un caso único en Europa para una lengua que no tiene reconocimiento estatal y la del vasco, prácticamente renacido de sus cenizas, lo mismo. En cuanto al gallego, su consideración internacional, como codialecto del portugués y origen del mismo, es evidente.

El imaginario al que me refiero no está elaborado políticamente, hay que construirlo: a mi modo de ver, España debería ser a todos los efectos el país de las cuatro lenguas.

 Le cito: “Tratar al idioma español –y lo que es peor, a los hispanohablantes nativos– como si fueran invasores representa una tergiversación de la verdad histórica que se trata de legitimar a base de narraciones falsas del pasado y de mapas inventados”. Sin embargo, en algunas comunidades, en Cataluña por ejemplo, el éxito de esa tergiversación es amplio, generalizado, conocido y sufrido. ¿De dónde la fuerza de esas narraciones sesgadas del pasado?

—Tenemos datos históricos abundantes e irrebatibles que demuestran que el español se viene usando como lengua vehicular en el centro de la península ibérica desde la alta edad media y en sus costas (Cataluña, Galicia, Vascongadas, Valencia, incluso Portugal) desde el siglo XVI. Las lenguas vehiculares no se sustentan en ninguna invasión, resultan de una necesidad pragmática. Por eso, donde más intenso ha sido el papel vehicular del español fue a lo largo del camino de Santiago, que nació durante el medioevo, y en las zonas más industrializadas, Cataluña, Valencia y País Vasco, durante los siglos XIX y XX. Esto no quita para que desde el siglo XVIII, con ocasión del cambio de dinastía, se haya querido imponer coercitivamente el español a los hablantes de otras lenguas. Pero si no hubiese sido así, habría dado igual. Los habitantes de la península tienden a reforzar sus lazos de cohesión y esto comunicativamente se ha manifestado en una lengua común.

¿Lengua común peninsular? ¿Incluye también Portugal?

—Obviamente no. En el siglo XVI el español todavía se sentía en Portugal como una lengua vehicular: sus mejores escritores lo usaban en alguna de sus obras (Gil Vicente, Sá de Miranda o Camoens, por ejemplo: la tendencia continúa modernamente con Pessoa o Saramago)), pero desde la ruptura de 1640 ha habido un proceso de distanciamiento consciente. Paradójicamente no alcanzó a Brasil. Hoy día el español y el portugués (en su modalidad brasileira) se sienten en toda Latinoamérica como variedades cercanas e intercambiables, pero no así en Europa. No estoy abogando por volver a la situación del siglo XVI. Aunque personalmente soy iberista (es decir, partidario del acercamiento de España y Portugal), en el momento actual el español es la lengua común en España, pero no en Portugal. Otra cosa es que, por razones fonéticas, los portugueses europeos comprendan mejor el español que a la inversa (es lo que a nosotros nos pasa con el italiano). Si algún día España y Portugal llegan a formar algún tipo de asociación estatal, por ejemplo confederal, habría que articularla sobre la base de la intercomprensión lingüística, que, por otro lado, es el panorama ideal al que deberíamos tender en España en relación con los romances catalán y gallego. Entender la lengua del otro no es una fruslería, representa la mitad de la comunicación.

 ¿Por qué da usted tanta importancia a los mapas? Llega a afirmar que “toda la tragedia de dos guerras mundiales está contenida en los mapas que se imprimían en varios estados europeos antes de la conflagración”.

—Los mapas físicos representan la realidad; los políticos, su caricatura. En los primeros se pinta el mar de azul y la tierra de ocre: es exacto, los peces se ahogarían en la tierra y los conejos en el mar. Pero en los mapas políticos la necesidad de representar una gran complejidad en solo dos dimensiones tergiversa los hechos reemplazándolos por los deseos de quien encarga el mapa. Vemos el mapa de España y parece que la mancha uniforme de color representa un mismo clima, una sola lengua, una única religión… Oiga, ¿pero el catalán no traspasa la frontera de los Pirineos y llega a Perpinyà? Oiga, ¿pero el islamismo no está muy vivo en lugares como Granada o como Vic? Oiga, ¿pero de verdad que en Galicia siempre está lloviendo y que en Benasque alcanzan los 20 grados bajo cero en invierno? Esta manipulación de los mapas, casi siempre interesada, ha provocado innumerables guerras. Por ejemplo, en el siglo XIX se imprimían mapas de la grossdeutsche Lösung (Gran Alemania) y de la kleindeutsche Lösung (pequeña Alemania), la primera con Austria y la segunda sin ella. No hay duda de que la anexión de Austria por Hitler fue la materialización de un mapa imaginario. Algo parecido puede decirse del mapa imaginario del destino manifiesto (Manifest Destiny) promovido por John L. O’Sullivan en 1845 y que justificaba la anexión por EE. UU. de todos los territorios de América del norte comprendidos entre el Atlántico y el Pacífico y su posterior intervencionismo imperialista en Latinoamérica.

 Castellano, español, ¿son términos sinónimos para usted? ¿Qué término deberíamos usar si queremos hablar con precisión y sin ofender a nadie? Usted nos advierte sobre la reducción del idioma español a la lengua castellana.

—El castellano es uno de los dialectos históricos del español, la koiné vehicular que surge a lo largo del camino de Santiago simultáneamente en Navarra, Aragón, Castilla y León durante la edad media. El origen de la sinécdoque (la parte por el todo) estriba en que fue un gran rey castellano, Alfonso X, el primero que impuso una normativa a dicho idioma y logró que la adoptaran sus vecinos.

 ¿Y cuáles serían los otros dialectos históricos del español?

—El astur-leonés y el navarro-aragonés, en el norte, y el extremeño y el murciano, que los continúan, en el sur. Como derivados directos del castellano tenemos el andaluz y el canario.

 ¿Se puede afirmar, como en ocasiones se afirma, que el español ha sido impuesto siempre de forma coactiva a todos los ciudadanos de las comunidades bilingües como Cataluña, Galicia, Euskadi, Valencia o les Illes?

—En absoluto. El español nunca se ha impuesto coactivamente, el castellano sí. El español es una lengua vehicular, que fue adoptada por personas de lengua materna diferente (primero vasca; luego francesa, gascona, italiana o alemana; más tarde catalana o gallega) por razones estrictamente prácticas y sin renunciar a su idioma materno. La imposición del castellano va ligada al estado moderno, a la regulación de la justicia, de la educación o de la administración y naturalmente adopta la normativa que dicho estado adoptó en el siglo XVIII, de manera paralela a lo que estaba sucediendo en Francia y en Gran Bretaña.

 En las páginas 37-38 cita usted el Manifest pel català com a única llengua oficial del grupo Koiné. Habla luego de inexactitudes. ¿Cuáles serían las más importantes en ese Manifiesto donde habla de colonizadores lingüísticos?

—La referencia que hago es más que una cita, casi reproduce íntegramente dicho manifiesto.

Tiene razón, disculpe.

—La razón es que me interesaba dar a conocer a muchos hispanohablantes, que no conocen bien la profundidad del malestar cultural catalán, las razones que se aducen. Tengo que decir que algunas las comparto, otras las comprendo y unas pocas no me convencen. Es a estas a las que Vd. se refiere y mi disenso tiene que ver, sobre todo, con el concepto de colonizadores lingüísticos. Los hispanohablantes que entraron masivamente en Cataluña durante el siglo XX fueron inmigrantes que venían a labrarse una vida mejor y que con su esfuerzo convirtieron a Cataluña en una comunidad mucho más próspera de lo que era. Hoy por hoy representan la mitad de la población: ¿De verdad es viable Cataluña como comunidad política –no entro en si debe ser independiente o no– en la que se ningunea sistemáticamente a la mitad de su población?

 Fuerzas nacionalistas catalanas parecen (o sin el ‘parecen’) creer que sí, que es viable. De hecho, según los críticos, llevan haciéndolo desde hace más de cuatro décadas.

—También los espartanos creían que podrían tener a los ilotas trabajando eternamente para ellos sin que se les respetasen sus derechos. Pero se rebelaron y Tucídides nos cuenta lo que fue de Esparta.

 Sostiene usted también que es un error hablar de España como un país multilingüe, que sería mejor usar el término plurilingüe. ¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué es preferible la segunda opción?

—Multilingüe quiere decir que coexisten varias lenguas (el ejemplo prototípico sería Suiza), plurilingüe que el país se concibe a sí mismo y ante el mundo como un lugar que sería impensable sin la convivencia de varias lenguas. La razón de preferir la segunda opción es que la historia de España es diferente de la de Suiza; España no es un agregado de cantones que hoy siguen siendo monolingües, sino la suma de cuatro reinos bilingües porque uno de los idiomas es vehicular. En Suiza hay cantones que solo hablan alemán y cantones que solo hablan francés: si Luzern y Neuchâtel se separasen, no pasaría nada. Incluso hay ciudades, como Freiburg, en las que el río separa rígidamente a una comunidad de la otra. En España no existe nada parecido: una conformación política basada en la lengua materna de la gente conduciría a una balcanización salvaje y se saldaría inevitablemente con una guerra.

 Finaliza el capítulo de “Malvados invasores” con estas palabras: “Evidentemente los inmigrantes y sus descendientes tenían poca importancia en comparación con todos los negocios que se estaban montando gracias al buen entendimiento de los conservadores de uno y otro lado del Ebro”. Pero, añade, “tampoco la izquierda estuvo por la labor de atenerse a los hechos y a la verdad: se ve que el materialismo histórico, en España, no es una ideología que interpreta la historia en clave material, sino la historia que se han montado para resolver los problemas echándole cuento a la vida. Así nos va”. ¿Por qué la izquierda no fue capaz de atenerse a los hechos y a la verdad, dos atributos muy importantes de los que suele hacer ostentación? También escribe usted, más adelante: “Haciendo oídos sordos a la realidad, se ha practicado una anormalísima política de sedicente ‘normalización lingüística’, conducente a borrar el español de Cataluña. Y, sorprendentemente, la izquierda española, de manera casi unánime, se ha unido al coro de este vergonzoso lingüicidio que pretende aplastar la comunidad hispanohablante”.

—Pues sí. La izquierda, que históricamente ha sido contraria a la imposición de unos sobre otros y ha defendido consecuentemente a los marginados, desde los obreros hasta las mujeres, siempre tuvo dificultades teóricas con la cuestión nacional, según revelan numerosos textos y ejemplifica la polémica que mantuvieron Rosa Luxemburgo y Lenin. Evidentemente, apoyar procesos de liberación nacional, como el de la URSS o el de China, resulta obvio desde una postura marxista. El problema es qué postura adoptar cuando las naciones que se quieren autodeterminar se prefiguran como estados capitalistas a base de machacar a sus minorías (y hasta a sus mayorías) proletarias. Es sintomático que la facción de la izquierda catalana que ha apoyado y apoya entusiásticamente al nacionalismo radical pertenezca a la misma clase social privilegiada que los líderes de este último. Vienen a ser los mismos perros con distintos collares.

 Retomo un hilo anterior. ¿A qué llama koiné peninsular? ¿Cómo surgió? ¿Cuál ha sido su papel?

—Llamo koiné peninsular a la variedad romance que surgió en los reinos norteños de la península ibérica a lo largo del camino de Santiago. Se trataba de un romance originariamente vehicular, es decir, creado con finalidad práctica por gentes que podían tener lenguas maternas muy alejadas del latín. Esta variedad no se concibió como nacional, es decir, no representaba a unos frente a otros, sino que se limitaba a facilitar la comunicación. Las comparaciones son odiosas, pero a mí me recuerda al suajili, que es una lengua vehicular de base bantú que utiliza mucha gente como materna en Tanzania y Kenia, y como vehicular en Uganda, Zambia, Mozambique, Somalia, Congo, Burundi, Malawi, Ruanda, etc. Esta lengua es un bantú extraño porque ha perdido los tonos, lo que sin duda facilita su aprendizaje, y ha acabado por tener un sistema fonético muy simple. Ello recuerda de cerca al español, cuyos sonidos vocálicos tienen menos grados de abertura que los de sus hermanos catalanes, franceses, portugueses e italianos. También son más sencillas las consonantes del suahili dentro del grupo bantú, como lo eran las del español medieval en el sistema románico de las sibilantes (pero no así las del castellano, que en la edad media recordaba al catalán y al portugués).

 ¿Cuál sería el uso adecuado de la expresión “lengua propia”? ¿Qué tipo de entidades tienen, hablando propiamente, lengua propia? ¿Los países o los ciudadanos?

—El adjetivo propio en lengua propia no debería significar nada diferente de lo que significa en casa propia, es decir, la mía. Cuando discuto con un amigo y le digo ¿cómo te atreves a insultarme en mi propia casa?, resulta evidente que estamos en mi casa y no en la suya. Pero las casas en sí mismas no son propias, se las apropia alguien cuando pasan a ser de su propiedad. Las lenguas tampoco son propias, son los individuos los que las tienen como propias o no. Y de la misma manera que uno puede tener varias casas propias, puede tener varias lenguas propias. Por ejemplo, yo mismo como ciudadano de la Comunidad Valenciana, tengo el español y el catalán como lenguas propias. Como lenguas maternas, en cambio, tengo el español y el alemán porque son las que hablaba mi madre, que nació en Múnich. Además, hay lenguas que no son propias, pero que usamos por necesidad, según sucede con el inglés de la globalización.

 Habla en el libro de naciones verticales y nacionalidades horizontales. ¿A qué comunidad y procesos se está refiriendo?

—Estas denominaciones tienen que ver con la Reconquista, que es un proceso histórico que modeló políticamente la península de norte a sur (es decir, en sentido vertical): la nación gallego-portuguesa, la castellano-leonesa, la vasco-navarra, la aragonesa, la catalano-valenciana, etc. Solo la andaluza se ha configurado horizontalmente como nación, porque su origen está en Al-Andalus, el territorio musulmán que los cristianos del norte iban empujando hacia el mar.

Nacionalidad es otra cosa, tiene que ver con la transversalidad resultante de la conveniencia económica y cultural y va ligada a la lengua común.

 En el apartado “Teoría de la nación”, sostiene que las naciones son invenciones relativamente modernas. ¿Desde cuándo podemos hablar propiamente de naciones? ¿En el caso de España?

—Yo no soy historiador, sino lingüista, pero basándome en los datos de mis colegas entiendo que las naciones no surgen en un momento concreto, sino a lo largo de un proceso de consolidación. No creo que Guifré el Pilós se sintiese de nación catalana, como tampoco don Pelayo sabía que era asturiano. En el caso de España, hay una serie de momentos claros: el compromiso de Caspe (1412), cuando los estados de la Corona de Aragón aceptan una dinastía castellana; el compromiso matrimonial de los Reyes Católicos y el matrimonio de dichos reyes; el cambio de dinastía de los Austrias, que seguían un modelo patrimonial, hasta los Borbones, que se acercan a un modelo estatal (en 1700 Felipe V fue proclamado rey de España ¡en el palacio de Versalles!); la constitución de Cádiz (1812); la constitución de 1978.

Esto es como las relaciones amorosas: ¿cuándo se hicieron pareja María y Juan: cuando se cruzaron sus miradas y se gustaron, cuando empezaron a salir juntos, la primera vez que hicieron el amor, el día de la boda, cuando nació su primer hijo…? La fecha oficial suele ser la de la boda y en el caso de España seguramente fue 1812. No tiene demasiada importancia.

 ¿Cuál es la diferencia entre la concepción funcional de la nación y la concepción étnica?

—La misma que existe entre un concepto científico y una idea religiosa. La concepción funcional es algo que va cambiando con el tiempo, depende de cómo los avatares de la historia van modelando a un determinado grupo humano. La concepción étnica parte del pueblo como entelequia intocable y eterna. Filosóficamente se podría decir que la primera es racionalista y la segunda idealista.

 Le cito de nuevo: “La política lingüística de las comunidades bilingües, unas más que otras, me recuerda lo que está haciendo el estado de Israel con los palestinos: una canallada, que no está justificada en absoluto por el genocidio de los nazis porque los palestinos no tienen nada que ver con ellos”. ¿Cómo hemos llegado a una situación que usted describe en términos muy críticos?

—Existen varias razones. La principal es que, extrañamente, España es un país en el que solemos inspirarnos en experiencias ajenas sin llegar nunca a comprenderlas en lo fundamental. Un diablo cojuelo que nos pudiese ver levantando el tejado de nuestra historia se sorprendería de que el imperio de las Indias, que tanto se ha criticado, era un imperio premoderno hecho a imagen y semejanza del de Roma, pero sin la flexibilidad religiosa de los romanos. También se sorprendería de que, aunque la política de centralismo administrativo y monolingüismo educativo de los Borbones españoles constituye un pálido reflejo de la que practicaron Luis XIV y sus sucesores jacobinos, la mala fama la tiene el estado español que “se ha convertido en un problema para la democracia europea” (Puigdemont dixit) y no el pulcro estado francés.

Seguramente esta tendencia al masoquismo colectivo es una consecuencia de nuestra condición periférica en el continente. Nos pasa lo mismo que al pueblo ruso, un paralelismo que se ha señalado muchas veces por ambas partes, no sin razón. En una situación como ésta siempre se buscan culpables, y las iras de la impotencia nacionalista xenófoba han recaído en los inmigrantes hispanohablantes, una gente que ha tenido la osadía de conservar la lengua de sus antepasados contra viento y marea. De ahí mi pesimismo: ni los unos se irán ni los otros dejarán de pretender que la mejor Cataluña es la de antes, cuanto más atrás en el tiempo, mejor. Pero Palestina, troceada y sin estado, sigue existiendo.

 Permítame que insista en una arista ya comentada. La migración a Cataluña de los años sesenta y setenta de los trabajadores/as españoles de otras comunidades, ¿fue una estrategia del régimen franquista, del Estado español, como se quiera decir, para españolizar Cataluña? ¿Hay alguna base histórico-lingüística para hacer esta afirmación?

—Hay fundamentos, tanto históricos como lingüísticos, para afirmar lo contrario. Históricamente el franquismo intentó dificultar la concentración de trabajadores en Barcelona y en su zona de influencia porque fue allí, junto con Valencia, donde más tiempo resistió la II República y donde previsiblemente los inmigrantes iban a encontrar un ambiente más favorable a la izquierda. No se equivocaba: después de la guerra la resistencia antifranquista empezó antes en Cataluña que en el resto de España y, por otro lado, los maquis entraron desde Francia por el valle de Arán.

En cuanto al fundamento lingüístico hay que decir que una buena parte de la emigración hacia Barcelona venía del sur, pero otra procedía de Galicia.

 Muchos catalanistas, incluidos historiadores, algunos de ellos valencianos, sostienen que el problema de Cataluña (también, tal vez, de Valencia) tiene fecha antigua. Lo asocian al Compromiso de Caspe de 1412, cuando Cataluña –no hablan de la Corona de Aragón propiamente– se vinculó con la dinastía castellana de los Trastámara. ¿Hay alguna base para una afirmación así?

—Ya lo he dicho: ese episodio representa el comienzo del proceso que lleva al estado español, solo que no fue ningún problema. Si a un escocés le dijesen que el Acta de la Unión (1707), por la que se constituye el Reino Unido, ha sido un problema se reiría porque los beneficios para Escocia, derivados del imperio británico, superaron con mucho a los inconvenientes. Si a un estadounidense de Tejas le dijeran que el estado de la estrella solitaria habría hecho bien en permanecer al margen de EE.UU., sus carcajadas se oirían en Nueva York. Son afirmaciones gratuitas propias del Ku Klux Klan y organizaciones racistas por el estilo. El problema, eso sí, es que las rodean de una parafernalia simbólica y folclórica con la que se logra atraer a mucha gente.

Cuestión diferente es la de si, ahora que Gran Bretaña ha salido de la UE y ya no tiene imperio, le conviene a Escocia seguir allí. Pero lo de Cataluña es simplemente incomprensible: ya no existe el imperio español (del que, por cierto, se benefició mucho más que otras comunidades, sobre todo desde el siglo XVIII), pero la conditio sine qua non para seguir en la UE, y se lo han dejado muy claro, es que forme parte de España.

¿Incomprensible significa aquí irracional? Si fuera así, ¿cómo puede explicarse esta irracionalidad? Una burguesía que siempre se las ha dado de muy europea e ilustrada, ¿representada por unos partidos nacionalistas que no tocan realidad, que viven en el limbo?

—Me temo que pone Vd. el dedo en la llaga. En realidad, incomprensible es mucho más que irracional: el romanticismo del XIX exaltó la irracionalidad, pero como actitud emocional ante la crisis del antiguo régimen, que es lo que le subyace, se comprende. Por eso su consecuencia política más evidente, la explosión de los nacionalismos en Europa, tiene una lógica. Sin embargo, en el siglo XXI lo del independentismo catalán es imposible de entender: lo que lleva destruido se lo echarán en cara muchas generaciones futuras de catalanes y lo que puede lograr es simplemente nada.

 Cita usted en varias ocasiones a Joan-Lluís Marfany. ¿Qué opinión le merece la obra de este intelectual no siempre justamente reconocido?

—Marfany es un ejemplo de lo que necesita Cataluña. Me admira su independencia intelectual, aunque no coincidamos en muchas cosas, pues él es un catalanista comprometido y yo, que ni siquiera soy catalán, no. Se trata de un historiador de la talla de Vicens Vives o de Reglà. Hace bien en seguir en la Universidad de Liverpool: imagino que en el ambiente irrespirable de Barcelona, donde un tal Torra llegó a dirigir el Centre Cultural Born, Marfany no podría haber hecho nada.

 Cuando habla usted de lengua trasnacional, ¿a qué se está refiriendo?

—La transnacionalidad es un concepto moderno surgido en economía. Una empresa transnacional crea clones de sí misma adecuados a los entornos en los que se ha instalado y desde los que se toman las decisiones. Por el contrario, las empresas multinacionales son imperialistas, todo se cuece en la sede central. Hasta ahora las lenguas globales como el inglés eran multinacionales. El español, que empieza a ver proliferar varios centros de orientación normativa, está en camino de convertirse en la gran lengua transnacional del momento presente.

 ¿Quiere añadir algo más?

—Solo deseo agradecer a El Viejo Topo la oportunidad que me brinda con esta entrevista. El momento que vivimos en España es muy importante porque hay muchos aspectos convivenciales que no podremos resolver sin una pluralidad lingüística justa y simbólicamente asumida por todos.

Libros relacionados:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *