¿Qué hará Joe Biden con China? Se diría que es la incógnita más inquietante en la política mundial. Está descartado que imite el modus operandi de Donald Trump. También el retorno a una especie de tercer mandato de la era Obama. Las indicaciones generales parecen claras: mantener el fondo y cambiar las formas, pero incluso admitiendo esto, el marco de elasticidad es tan grande que multiplica el valor de los matices.
¿Qué datos objetivos podemos destacar en estas semanas posteriores al 20 de enero? La OMS descartó el origen de la pandemia en un laboratorio de Wuhan. Se anuncia para marzo una reunión entre Anthony Fauci y Zhong Nanshan, principales epidemiólogos respectivos. La cooperación bilateral en la lucha contra la Covid-19 tiene visos de prosperar, dejando atrás la nefasta política de Trump en tal sentido, incluida la abrupta salida de la propia OMS. Esto puede orillar los despropósitos conspiracionistas aireados por M. Pompeo y que encontraban idéntico nivel de retruque en Beijing. Otro campo factible es la cooperación climática.
Por el contrario, en el sensible asunto de Taiwán, las espadas siguen en alto, con incursiones militares de unos y otros y avisos a navegantes en todas las direcciones. Hong Kong, Tibet o Xinjiang nublan los cielos a otra escala con una retórica altisonante que no hace concesiones. Las demostraciones de inflexibilidad alcanzan también al Mar de China meridional.
Yang Jiechi, miembro del Buró Político y director de Asuntos Exteriores en el Comité Central del PCCh, ha buscado vías para recuperar la normalidad en las relaciones bilaterales sobre la base de que “China debe ser vista como es”, huyendo de errores de juicio estratégicos pues China, dice, en modo alguno tiene la intención de desafiar o reemplazar la posición de EEUU en el mundo. Para Yang, la clave está en respetar los “intereses centrales” del otro que en el caso chino son, básicamente, la soberanía, la integridad territorial, el sistema político y, ahora, los intereses de desarrollo. Son “líneas rojas”, dijo. El asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, y Kurt Campbell, coordinador para la región del Indo-Pacífico, señalaban en Foreign Affairs en octubre del pasado año, que “el mundo debe vivir con China tal y como es” en un marco de coexistencia competitiva, alejándose del discurso de Pompeo en la Biblioteca Nixon en julio de 2020 cuando clamó por una lucha universal contra el PCCh.
Frente a la búsqueda de puntos de encuentro, la irrupción de documentos como el anónimo del Atlantic Council, abonado a la tesis de la resurrección de la guerra fría, ansía intervenir en el debate e inclinar la balanza. Otro ejemplo: bajo la dirección de Jared Cohen, ex asesor de Condoleezza Rice, y Eric Schmidt, ex director general de Google, un grupo independiente de 15 republicanos y demócratas, investigadores, empresarios, ingenieros y sinólogos, presentó recientemente un informe confidencial al gobierno de Estados Unidos en el que se aboga por una estrategia de mayor resistencia tecnológica a China. Otros firmantes del documento son Richard Fontaine, director general del “Center for a New American Security CNAS”, fundado con el citado Kurt Campbell o también Elizabeth Economy, sinóloga del Instituto Hoover de Stanford, Alexander Wang, formado en el MIT, o Marissa Giustina, ingeniera de Google. Si en el debate digital global siempre han predominado las voces que alertaban sobre los peligros de una ruptura del flujo de datos científicos abogando por compartir la investigación sin límites en consonancia con un espíritu de apertura que se resistía a los imperativos de otra naturaleza que no fuera la promoción del conocimiento, los autores sostienen que el dominio tecnológico, factor clave para la seguridad, la prosperidad y la garantía del modo de vida democrático, se ve ahora amenazado por la aparición de China como potencia que está a punto de superar a Estados Unidos en áreas sensibles. La idea principal del documento es que el “desacoplamiento”, del que muchos científicos recelaban, se ha convertido ahora en una “solución deseable”.
Biden, por otra parte, debe haber tomado buena nota de una realidad inapelable: la guerra comercial de Trump con China fue un fracaso en todos los sentidos. Ni alcanzó sus metas políticas (doblegar a China) ni frenó el déficit comercial ni alentó sus exportaciones. Veremos como ese diagnóstico repercute en los aranceles. En lo tecnológico, ha supuesto dificultades inapelables para empresas chinas pero también estadounidenses y está por ver quién puede invertir más en los próximos años en los sectores capitales, desde la inteligencia artificial a las biotecnologías o las energías verdes y otras altas tecnologías. No hay un claro ganador y si algo sorprende es el ritmo y la proyección de la innovación china.
Se dice que en EEUU hay un consenso bipartidista acerca de China, pero este podría quebrarse en la medida en que los demócratas se alejen de los postulados de Trump y sus acólitos. Y también que Biden lo tendrá más fácil que su antecesor para alargar la unidad de criterio con los países aliados, un vínculo que Trump debilitó. Pero tampoco esto debe darse por seguro si China con la UE, o Japón o Corea del Sur, etc., logra fraguar y/o desarrollar acuerdos comerciales potentes. Que la opción de seguridad para muchos de ellos es EEUU no ofrece dudas; más discutible es que fórmulas como el QUAD (EEUU, Japón, India y Australia) cuajen del todo ni tampoco que eso llegue a ser suficientemente disuasivo ante el fortísimo esfuerzo chino en defensa. En cualquier caso, no debe darse por seguro que todos seguirán a pies juntillas la política de EEUU, cualquiera que fuese, respecto a China.
El Financial Times recordaba días atrás como los flujos de inversión desmienten las tensiones geopolíticas entre ambos países. Muchas multinacionales estadounidenses recelan de los llamamientos al desacoplamiento aun reconociendo la existencia de diferentes enfoques en algunas cuestiones. Pero todas admiten haber ganado mucho dinero en China, un mercado que no es prescindible en un contexto de elevado entrelazamiento de todas las economías y con tantas incertidumbres en cuanto a la recuperación del crecimiento. Tampoco la UE, Japón o Corea del Sur pueden desprenderse de la atracción gravitatoria ejercida por China con un mero chasquido de dedos.
Estos cuatro años de presidencia Biden serán claves para concretar una posible alternativa en la relación con China, diferente a la firmeza hegemónica de Trump que ha conducido a un peligroso bloqueo de la situación. Ante la perspectiva de “cambios nunca vistos en un siglo”, no es descabellado imaginar que las tensiones estarán al orden del día, ya hablemos de la economía, el comercio, la tecnología, la diplomacia o la seguridad, campos en los que Beijing se juega el futuro de su proyecto. Beijing dice no tener prisa pero juega con algunas fechas marcadas (2027, 2035, 2049). Aun así, la ansiedad estratégica pesa más del lado estadounidense ante el temor de un irremediable declive, que tantos vaticinan (y otros relativizan). El contraste entre un país roto y otro aglutinado es reflejo también del contraste entre dos nacionalismos.
Lo que de ambas partes se exigiría es moderación en todos los sentidos, la recuperación del diálogo, la delimitación precisa de los campos en que es posible avanzar conjuntamente y su potenciación, al igual que el señalamiento de las áreas de discrepancia para ser encapsuladas y tratadas con profesionalidad. En suma, rebajar las tensiones, buscar la estabilidad y dejar que el tiempo haga su trabajo y ponga a cada cual en su lugar. La tercera debiera ser una vía en permanente construcción.