Acerca del complejo de Copérnico

principio copernicano
Astrónomo Copérnico, óleo de Jan Matejko (1872).

 

Hemos desarrollado un cierto complejo gracias a Copérnico, cuyas ideas tan claramente y fielmente describen nuestro sistema solar, y que nos ayudaron a salir de un surco profundo de provincianismo. La aparente confirmación de nuestra medianía no privilegiada es sorprendentemente persuasiva (porque contradice claramente nuestras tendencias solipsistas y egotistas), y nos ha permitido hacer un progreso extraordinario en la comprensión del universo que nos rodea, así como del universo que hay en nuestro interior. Pero también ha generado algunas situaciones confusas.

Aparentemente, el principio copernicano sugiere que no podemos estar solos en el universo; no somos ni centrales ni especiales, y nuestras circunstancias deberían ser representativas de las circunstancias en diversos emplazamientos físicos en este momento de la historia del universo.

Así, en virtud de esta lógica, no solo tendría que haber otras muchas formas de vida ahí afuera, sino que una gran parte de ellas tendrían que ser muy parecidas a la de la Tierra. Pero ¿es realmente la suposición de nuestra propia medianía una base sólida para formular un argumento como este? La verdad es que huele a una lectura excesivamente literal del evangelio científico. Copérnico estaba simplemente tratando de entender los movimientos de los planetas de nuestro sistema solar de la forma menos artificiosa y más matemáticamente lógica. ¿Estamos viendo demasiadas cosas en lo que era principalmente una solución mecánica a un problema mecánico?

Reconocer las limitaciones del principio copernicano no es una sugerencia particularmente polémica. Las ideas antrópicas son un buen ejemplo de un contrapunto, y muchos astrónomos y físicos ven pistas similares en determinados aspectos sencillos de nuestras circunstancias. El hecho de que estemos tan manifiestamente ubicados en un lugar concreto del universo –alrededor de una estrella, en una región exterior de una galaxia, no aislados en el vacío intergaláctico, y precisamente en este momento de la historia cósmica– es simplemente inconsistente con una medianía “perfecta”.

La situación es esta: una cosmovisión copernicana sugiere, en el mejor de los casos, que el universo debería rebosar de vida como la de la Tierra, y en el peor, no nos dice realmente nada ni en un sentido ni en otro. La alternativa –los argumentos antrópicos– requiere solo un caso de vida en el universo, que seríamos nosotros. Como mucho, algunos estudios sobre el ajuste fino sugieren que el universo podría ser marginalmente adecuado para las formas de vida basadas en los elementos pesados y no ser especialmente fértil. Ninguno de ellos tiene mucho que decir respecto a la abundancia real de vida que cabe esperar en nuestro universo, ni acerca de nuestra propia relevancia o irrelevancia.

¡Pero queremos respuestas! Así que, para encontrar la verdad, necesitamos analizar cuidadosamente la naturaleza de la multifacética variedad de materia que hay en el universo que nos rodea y en nosotros mismos.

Hemos de encontrar un camino entre las suposiciones de la medianía y las suposiciones del ajuste fino y de la cosmovisión antrópica. Necesitamos encontrar el modo de recorrer estos extremos y de hacer mediciones reales de lo que encontremos.

El argumento de El complejo de Copérnico es el de la gran aventura y el del despliegue del significado del esfuerzo por descubrir el universo dentro y fuera de nosotros. También trata de nuestro pasado y de nuestro futuro,  especialmente de nuestro futuro. Pero sobre todo trata de esta necesidad profundamente arraigada, de esta comezón tan frustrante como recurrente que sentimos todos y cada uno de nosotros cuando tratamos de averiguar cuál es nuestro lugar en el gran esquema de la creación.

Necesitamos saber, saber de verdad, si somos o no relevantes, no solo emocionalmente o filosóficamente, sino objetivamente, en frío, con hechos y cifras. Es uno de los grandes retos científicos a los que hemos de hacer frente. Parte de este reto consiste en entender y ver más allá de nuestros intrincados modelos del mundo, que nos sirven muy bien pero que de vez en cuando necesitan ser revisados, actualizados y en ocasiones descartados.

Así que el siguiente paso que hemos de dar es desde la familiar Tierra de hoy a la no tan familiar Tierra de ayer y de mañana. Si queremos colocarnos en contexto, hemos de empezar a mirar hacia el tiempo y el espacio cósmicos, así como hacia el microcosmos. Veremos entonces que lo que el emprendedor científico Antony van Leeuwenhoek vio desplegarse en sus microscopios hace más de trescientos años no era más que el comienzo de un viaje realmente fantástico.

 

Extracto del capítulo 1 del libro de  Caleb Scharf El complejo de Copérnico.Nuestra relevancia cósmica en un universo de planetas y probabilidades.

Libros relacionados:

   El sueño de la razón 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *