“La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden estar fundadas en la utilidad común”, escribió Olympe de Gouges en 1791. Así arrancaba su famosa Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, considerada unánimemente como el primer manifiesto feminista. En su preámbulo, la autora explicaba claramente su objetivo: “Las madres, hijas, hermanas representantes de la nación, piden que se las constituya en asamblea nacional. Por considerar que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos”. En plena Revolución Francesa, elaboró el documento pionero en postular la igualdad jurídica y legal de las mujeres respecto a los hombres, y el carácter verdaderamente universal de los derechos humanos.
En el siglo XVIII salieron a la luz los primeros discursos sobre la revisión del papel de la mujer en la sociedad, aunque no sería hasta la década de 1790 cuando empezaron a reivindicarse los derechos cívicos y políticos femeninos. Hubo que esperar, pues, a la Revolución Francesa, cuya filosofía igualitaria proporcionaba un marco adecuado, para que la voz de las mujeres se expresase de manera colectiva.
Toda revolución forja algo novedoso. La de 1789 creó la igualdad de los ciudadanos, la soberanía del pueblo, la política moderna, el concepto de nación… y la mujer nueva. Fue la revolución de las mujeres, que al mismo tiempo resultaron sus grandes vencidas.
Toda revolución devora a sus hijos. La Francesa devoró a muchas de sus criaturas, incluida Olympe de Gouges, una mujer que cambiaría la historia de las mujeres. Su apasionante trayectoria vital es inseparable de los acontecimientos que vivió Francia en su periodo más contestatario. Debido a la férrea fidelidad a sus ideales y a su valentía a la hora de expresarlos, la revolución que se pretendía justa e igualitaria –también con las féminas– acabó engullendo a su hija más atípica.
Su rebeldía fue un acto minuciosamente premeditado que incluyó reinventarse a sí misma. Renunció al nombre de su padre y al de su marido, y tomó el de su madre. Rechazó una condición social humilde para reclamar la de nobleza que como hija de marqués le correspondía. Repudió las tareas del hogar y familiares para abrazar las letras. En definitiva, abandonó una cómoda existencia de sumisión y abnegación para ser independiente. Construyó un personaje político que le permitiese moverse fuera de la esfera doméstica reservada a su sexo. Consiguió traspasar el umbral privado del espacio “femenino” para entrar en la “habitación propia” que reclamaría Virginia Woolf, alcanzando así la ansiada dimensión pública. La suya fue una libertad total, y conservarla le costó la vida.
La existencia de Marie Gouze –verdadero nombre de Olympe de Gouges (1748-1793)– reúne los elementos característicos de un folletín y sitúa a su persona en la frontera entre la historia y la leyenda. Así, el hecho de ser una mujer bastarda, plebeya, provinciana y semianalfabeta no le impidió frecuentar los altos salones parisinos, por entonces la quintaesencia de la Ilustración; intimar con el primo de Luis XVI, Felipe Igualdad, duque de Orleans, o convertirse en escritora y utilizar la pluma para reivindicar el emblemático lema de “igualdad, libertad y fraternidad”.
Denunció sin tapujos los abusos del Antiguo Régimen; fue una humanista generosa y una activista comprometida. Luchó para que las mujeres jugasen un papel activo en la sociedad, reivindicó y practicó el amor libre, combatió la pena de muerte y defendió en todo momento a los más débiles: a los negros esclavizados, a las madres solteras, a los hijos naturales, a las prostitutas, a los parados, a los vagabundos…
Preconizó reformas que no recogería la ley hasta bien entrado el siglo XX, incluso el XXI, como el divorcio y las parejas de hecho. Planteó temas sobre los que los propios revolucionarios vacilaban o, directamente, obviaban. Nadie, ni hombre ni mujer, se atrevió a tanto.
Plasmó todas sus reivindicaciones por escrito en un tiempo en que ni siquiera se contemplaba el término “autora”, y las llevó hasta sus últimas consecuencias. Denunció temas tan polémicos como la corrupción o la malversación de fondos públicos. Se manifestó abiertamente monárquica constitucional y defensora del republicanismo moderado del partido girondino cuando el bando opuesto a éste, el de los implacables jacobinos, ostentaba el poder. No dudó en criticar, duramente y sin pelos en la lengua, las contradicciones, incongruencias y cobardías del gobierno de turno. Ni siquiera el mismísimo Robespierre y su dictadura del Terror se salvaron de su particular quema. Fue más revolucionaria que la Revolución.
Con mayor o menor acierto, todo lo hizo abierta y sinceramente; puede decirse que vivió a pecho descubierto. Fue, ante todo, una mujer de su tiempo que quiso –como otros compatriotas– cambiar las cosas para mejor. Por su osadía pagó el precio más alto; fue encarcelada por traición a la patria y juzgada sin derecho a abogado, y no dejó de clamar su inocencia hasta el final. La última frase que se le atribuye, pronunciada en el patíbulo, “¡Hijos de la patria, vosotros vengaréis mi muerte!”, no resultó premonitoria. Olympe fue olvidada por todos, incluso por su único hijo.
Cuando se piensa en la Francia de finales del siglo XVIII, acude a la mente un gran surtido de nombres: Luis XVI, Danton, Mirabeau, Robespierre, Talleyrand, Marat, La Fayette… Pero si se habla de las mujeres con algún protagonismo, tan sólo un puñado de ellas parecen tener cabida en el imaginario colectivo: María Antonieta, la reina que dio la espalda a su pueblo; Charlotte Corday, la asesina de Marat convertida en heroína en más de una ocasión; madame Roland, que vivió su fama a través de la de su marido; Théorigne de Méricourt, la “amazona de la Revolución” que acabó perdiendo la razón… Pero, ¿quién conoce a Marie-Olympe de Gouges? ¿Cuántos saben que fue la autora de un manifiesto sobre los derechos de la mujer? ¿Que fue la primera en levantar la voz contra la esclavitud? ¿Que escribió más de 4.000 páginas entre obras teatrales, panfletos, cartas, textos filosóficos, satíricos, utópicos…? Lamentablemente, muy pocos.
Las más de 93.000 entradas que aparecen en Google tras teclear su nombre, y que evidencian la plena vigencia de sus ideas, no evitan que, excepto en Francia, continúe siendo una gran desconocida. Silenciada, criticada, insultada, humillada, vilipendiada… en vida y post mórtem, sigue en la actualidad condenada al ostracismo.
La pregunta obligada es, pues, cuáles han sido las causas de ese inexplicable anonimato. Su único –y sin duda esencial– reconocimiento parece haber sido el de pionera en la defensa de los derechos de la mujer, pero madame de Gouges fue una adelantada a su tiempo en otros muchos aspectos. Amiga de las minorías, su conciencia de la justicia y la igualdad le hizo combatir por el bien común. Es aquí donde se halla la verdadera esencia del personaje, en su humanismo y su generosidad, aunque a menudo soñase con la gloria personal. No fue extremista, sí pacifista, y trabajó incansablemente por la reconciliación de todos los franceses. Moderada en política pero excesiva de carácter, mantuvo sus ideales hasta las últimas consecuencias. No se replegó ante las numerosas adversidades y peligros que la acecharon. A pesar de su evidente teatralidad, nunca pretendió ser una heroína trágica, ni aspiró a tener una estatua, aunque creyese merecerla. Estuvo lejos de ser una aguda analista política y, aunque acostumbraba a reconocer sus “deslices”, como gran observadora se convirtió al tiempo en protagonista y cronista de su época. Apenas tenía estudios y cometía faltas ortográficas, pero gracias a su forma de pensar pudo ser una de las llamas que alumbraron el siglo más luminoso.
Como diría Mirabeau, “debemos a una ignorante grandes descubrimientos”. Ya es hora de desvelarlos, de poner en la palestra sus luces y también sus sombras, de saber quién fue realmente, cuándo y dónde vivió, y cómo y porqué su vida quedó truncada. Esta biografía pretende rescatarla del olvido. Éste es el relato de una existencia original y novelesca de cuyo trágico final todas y todos deberíamos aprender algo.
Más de dos siglos después de que Olympe reivindicase el acceso de las mujeres a los cargos públicos, una compatriota suya, Ségolène Royal, se convertía en 2007 en la primera francesa con posibilidades reales de alcanzar la jefatura del Estado. Durante la campaña electoral, la candidata socialista prometió que, de convertirse en Presidenta de la República, trasladaría las cenizas de Olympe de Gouges (su personaje histórico preferido según reveló a la revista Historia) al Panteón de París. Ségolène fue derrotada por Nicolas Sarkozy, y la de Gouges no puede aún descansar para siempre en ese monumento cuyo frontispicio expresa el agradecimiento de Francia, exclusivamente, a “los grandes hombres”.
En este siglo XXI, la Declaración por la que pasó a la posteridad sigue siendo una propuesta vigente, pero Olympe de Gouges, feminista avant la lettre, debería ser mucho más que una referencia obligada para los movimientos de liberación de la mujer, pues la complejidad, grandiosidad y modernidad de su figura abarcan mucho más. Es un referente de la lucha por la igualdad al margen del género, de la condición social, de la situación familiar, de la tonalidad de la piel…
Por todo ello, conocerla y recordarla es un acto de justicia. El objetivo de este libro es intentar contrarrestar las visiones tendenciosas y encorsetadas sobre su persona. Marie-Olympe de Gouges tuvo una vida excepcional y, tanto por ella como por su obra, debería ocupar el sitio que le corresponde por mérito propio en la historia de Francia y del mundo.
A pesar de su evidente teatralidad, nunca pretendió ser una heroína trágica, ni aspiró a tener una estatua, aunque creyese merecerla. Estuvo lejos de ser una aguda analista política y, aunque acostumbraba a reconocer sus “deslices”, como gran observadora se convirtió al tiempo en protagonista y cronista de su época. Apenas tenía estudios y cometía faltas ortográficas, pero gracias a su forma de pensar pudo ser una de las llamas que alumbraron el siglo más “luminoso”.
Como diría Mirabeau, “debemos a una ignorante grandes descubrimientos”. Ya es hora de desvelarlos, de dar a conocer sus luces y también sus sombras, de saber quién fue realmente, cuándo y dónde vivió, y cómo y porqué su vida quedó truncada. Esta biografía pretende rescatarla del olvido. Éste es el relato de una existencia original y novelesca de cuyo trágico final todas y todos deberíamos aprender algo.
Conocer y recordar a Olympe de Gouges es un acto de justicia. El objetivo de este libro es intentar contrarrestar las visiones tendenciosas y encorsetadas sobre su persona. Marie-Olympe de Gouges tuvo una vida excepcional y, tanto por ella como por su obra, debería ocupar el sitio que le corresponde por mérito propio en la historia de Francia y del mundo.
Fuente: Laura Manzanera. Introducción de su libro Olympe de Gouges. La cronista maldita de la revolución francesa.