Aquí se apuntan las tensiones internas en el movimiento secesionista desde el cambio de estrategia del gobierno español a raíz de la moción de censura que elevó a la presidencia del gobierno a Pedro Sánchez y ha abierto un nuevo escenario político.
La moción de censura que derribó a Mariano Rajoy y otorgó la presidencia del gobierno a Pedro Sánchez, con los votos de los independentistas catalanes, ha modificado substancialmente el panorama político, especialmente en lo que afecta a la crisis catalana.
A diferencia de Rajoy, Sánchez multiplica los gestos de distensión respecto al Govern de la Generalitat, desde el traslado de los líderes independentistas presos a las cárceles catalanas, a la entrevista con el president Quim Torra, a las promesas de la ministra Meritxell Batet de reformas constitucionales y recuperación de los artículos derogados por el Tribunal Constitucional del Estatut d’Autonomia del 2006.
Este cambio en la estrategia ha descolocado a la dirección del movimiento independentista y exacerba sus tensiones internas. Torra fue designado por Puigdemont president de la Generalitat por dos motivos. Por un lado, para continuar el pulso con el Estado, en el supuesto de que la presidencia del gobierno continuaría ocupada por Rajoy. Por otro, porque dada su condición de activista difícilmente cuestionaría la condición de Puigdemont como máximo dirigente político del bloque independentista.
Hasta la fecha Torra se ha comportado siguiendo este guión y no ha respondido con gestos de distensión a las señales emitidas por Sánchez, sino en sentido contrario, con decisiones que buscan continuar el choque con el Estado. En este sentido, se explica la designación de Meritxell Serret, prófuga de la justicia española, como representante de la Generalitat ante la Unión Europea; la petición de Carles Puigdemont de disfrutar de sus privilegios como expresident de la Generalitat; el enfrentamiento de Torra con el embajador español en Washington; la negativa a reconocer el gesto político del acercamiento de los presos o la breve carta enviada por Torra a la Moncloa, previa a la cita con Sánchez, donde se anuncia que solo desea tratar la cuestión del referéndum de autodeterminación y de los símbolos franquistas en el espacio público. Una actitud que preludia un fracaso de la reunión entre ambos presidentes ante las propuestas maximalistas de Torra, encaminadas a mantener el pulso con el Estado.
De hecho, Puigdemont defendió la abstención en la moción de censura, sabedor que para su estrategia legitimista resultaba más conveniente que Rajoy continuara en el poder. La circunstancia de que los diputados postconvergentes en el Congreso de los Diputados no formen parte del núcleo duro de partidarios del expresident y la percepción de que una abstención que mantuviera a Rajoy en el poder no sería entendida por su electorado, mientras ERC daba un cheque en blanco a Sánchez, contribuyeron decisivamente a que finalmente se decantaran por votar al candidato socialista.
Ahora bien, si la actitud maximalista de Torra puede ser apoyada por el núcleo duro del movimiento secesionista, corre el gran peligro de no ser comprendida por amplios sectores de la sociedad catalana, incluidos sectores que hasta ahora apoyaban la independencia. En este sentido debe leerse la carta de Oriol Junqueras dirigida a la reciente Conferencia Nacional de ERC, donde afirma que “las estridencias, las proclamas blandidas y vacías, los discursos nacionalistas excluyentes son el camino más rápido para volver a ser una minoría ruidosa, para volver al autonomismo”, y que ha sido interpretada como un crítica a la línea de Torra y Puigdemont, línea avalada por la ANC y la CUP.
Cuatro focos de tensión
El periodista Francesc-Marc Álvaro, cercano a la galaxia convergente, publicó el pasado 2 de julio un interesante artículo en La Vanguardia, titulado Tensiones en alza, donde describe las cuatro contradicciones que atraviesan al bloque independentista desde el fracaso de la vía unilateral, agudizadas por el cambio político en Madrid.
En primer lugar, detecta una fuerte tensión entre las bases y los dirigentes del movimiento soberanista. “Una tensión entre una visión emocional y una visión estratégica, entre el relato y su quiebra fáctica” que se manifestó en las enmiendas de la militancia de ERC en la citada Conferencia Nacional para no desechar la vía unilateral. Estrechamente relacionada con ésta, Álvaro indica una segunda fuente de tensiones entre la política institucional y la dinámica activista de la ANC y los CDR que perciben como una rendición o traición todo lo que no sea implementar de modo inmediato la República. Aquí –añadimos nosotros– se percibe una creciente desconfianza ante el papel de los partidos políticos en el movimiento independentista que fue verbalizada por la ex consellera Clara Ponsatí, huida a Escocia, quien culpó a los partidos políticos del fracaso del proceso soberanista, más pendientes de mantener los sueldos y prebendas de sus cargos públicos. En este punto emerge una tendencia profunda del nacionalismo catalán –de Prat de la Riba a Jordi Pujol– que concibe las formaciones políticas como parte de un movimiento nacional de carácter comunitario. Una concepción que pone de manifiesto su naturaleza nacional-populista y las dificultades para encajar estos planteamientos con los de la democracia representativa.
El tercer foco de tensiones se ubica en el interior de Junts per Catalunya, entre los miembros del núcleo duro liderado por Puigdemont, agrupados en la formación Junts per la República, que pretende reconstruir bajo su dirección el espacio independentista, frente al PDECat, donde a su vez existen partidarios de la vía de Puigdemont y de una postura posibilista de negociación con el Estado en la estela de la vieja Convergència. El cuarto y último foco de tensión es el de la clásica pugna entre ERC y PDECat por la hegemonía en el bloque soberanista.
A juicio de Francesc-Marc Álvaro, “la suma de estas tensiones debilita las posiciones del conjunto del independentismo, sus expectativas y sus posibilidades de generar un nuevo escenario”. Así se pregunta cómo afectarán estas tensiones a la estabilidad del Govern de la Generalitat y a “la construcción de un discurso coherente, de una política que vaya más allá de los gestos, y de una estrategia que pueda entenderse”.
Maximalistas y posibilistas
El artículo de Francesc-Marc Álvaro aumenta su valor analítico en la medida que se realiza desde el interior del bloque soberanista y resulta una advertencia a los actores del movimiento independentista para rectificar ante unas tensiones que pueden acabar rompiendo su unidad y comprometiendo su credibilidad.
A grandes rasgos, se aprecian dos líneas contradictorias: la maximalista auspiciada por Puigdemont y Torra con el apoyo de ANC y CUP, y la posibilista, propugnada, no sin contradicciones, por ERC y PDECat. Sobre los sectores más proclives a aprovechar el nuevo escenario abierto por la presidencia de Sánchez pesan como una losa las acusaciones de traición y rendición de los sectores maximalistas. Así se explica, por ejemplo, que mientras Junqueras el pasado sábado difundiera la citada carta, el lunes el portavoz en el Congreso de ERC, Joan Tardà, condicionara el apoyo a los candidatos de PSOE y Unidos Podemos en RTVE a la aceptación de un referéndum de autodeterminación. O que el portavoz parlamentario del PDECat en Madrid, Carles Campuzano, no apreciara el gesto político de Sánchez de acercar a los presos a Catalunya.
En cualquier caso, el independentismo, atravesado por las contradicciones citadas, está experimentando serias dificultades para mantener el relato que tantos réditos le dio mientras el PP estaba al frente del ejecutivo español. Además, corre el riesgo arriba apuntado de una inversión de papeles; si entonces para amplios sectores de la sociedad catalana era el gobierno español quien se cerraba en banda y se negaba a plantear un diálogo político para resolver el conflicto, ahora esta negativa al diálogo será atribuida al ejecutivo catalán. Esto tendrá un elevado coste, pues amplios sectores de la ciudadanía desean que descienda la dinámica de polarización, tanto en el interior de la sociedad catalana, como entre los gobiernos de Madrid y Barcelona.
Desde el punto de vista del ejecutivo español, también se aprecian dos líneas. Una abierta a la negociación y al diálogo, encarnada por Meritxell Batet, y otra de firmeza frente al secesionismo personificada en Josep Borrell. Así pues, si dentro del bloque independentista se impone la línea dura, este podría hallar una respuesta semejante en el otro lado. Especialmente cuando el margen de maniobra del PSOE es muy estrecho, sometido a la estrecha vigilancia de PP y C’s, que le acusan ante cualquier gesto de distensión de ceder al chantaje de los independentistas como precio a su apoyo a la moción de censura.
En definitiva, en el corto plazo no se aprecian, al menos por la parte de la presidencia de la Generalitat, signos encaminados a recoger las propuestas de Pedro Sánchez para rebajar la tensión y alcanzar algún tipo de vía de negociación para satisfacer algunas de las reivindicaciones del nacionalismo catalán. Todo parece indicar que el conflicto se prolongará durante mucho tiempo. Sin embargo, también todo apunta a que ahora sus eventuales desarrollos serán desfavorables al movimiento secesionista. Por las contradicciones de su relato, por sus tensiones internas que amenazan su unidad y por su estrategia de querer mantener la tensión y el enfrentamiento con el gobierno español en contra de las aspiraciones de gran parte de la sociedad catalana.