Entrevista a Santiago Armesilla

Miguel Riera

Entrevista a Santiago Armesilla

Marxismo y cuestión nacional

Autor de un libro que ha desatado una intensa polémica en las redes (El marxismo y la cuestión nacional española), con lluvia de insultos incluida, Santiago Armesilla postula aquí un proyecto de España muy alejado del oficialmente dominante en el marxismo español. La polémica está servida.

En tu libro afirmas que Marx entró tarde y mal en España, y que eso ha dado lugar a que no exista un “marxismo español”. Parece una afirmación muy radical…

—Sí, ciertamente lo es. Y es la tesis fuerte del libro. De hecho, de la ausencia de un marxismo netamente español, y en español, se deriva la no resolución de la cuestión nacional española, y de otras que en el libro no se tratan en profundidad pero que se dejan anotadas y, en algunos casos definidas.

—¿Nunca?

—Cuando afirmo que no ha existido nunca un marxismo español me refiero a que nunca ha habido un cuerpo de doctrina en España que, siendo marxista, haya destacado por su originalidad doctrinal y por su conexión con las corrientes filosóficas tradicionales de la Historia española. Y no digamos un corpus doctrinal marxista-leninista propio, que jamás ha existido. Si nos fijamos en el caso alemán, el hecho de que tanto Marx como Engels sean alemanes, y hayan construido el materialismo histórico dando la “vuelta del revés” a Hegel y su dialéctica, permitió la conexión total y absoluta con la tradición filosófica alemana más importante, el idealismo. Hegel, aunque fue crítico de Kant, pertenece a la misma tradición filosófica del de Königsberg, el idealismo alemán. Y todas las corrientes marxistas alemanas tienen una conexión fuerte con dicho idealismo, incluida la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt. Lo mismo pasa en Rusia, donde el marxismo-leninismo, e incluso el materialismo dialéctico o Diamat, entronca con las tradiciones filosóficas netamente rusas, como puedan ser los populistas como Chernychevski, Lavrov o Herzen o los cosmistas como Fiodorov o Tsiolkovski, los cuales desarrollaron su filosofía al mismo tiempo que entraban Hegel y Marx al país de la mano de Plejanov. Ese desarrollo tardío de la filosofía rusa presoviética influyó mucho en la precariedad filosófica de muchas ideas del Diamat, a mi juicio, pero la conexión del marxismo-leninismo con todas esas escuelas es total.

—¿Y en China?

—Lo mismo, pues no puede desconectarse la filosofía oficial del Partido Comunista Chino (marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tse Tung-teoría Deng Xiaoping-teoría de la Triple Representatividad-concepción científica del desarrollo –esta última, adoptada en el reciente XIX Congreso del PCCh) de las tradiciones filosóficas propias de China, el confucianismo y su idea de armonía con el Cosmos (la idea de armonía está muy presente en los documentos y discursos del PCCh) y el taoísmo. Incluso el Juche norcoreano engarza con las tradiciones filosóficas autóctonas de Corea. Y también podría hablarse de un marxismo propio del mundo anglosajón, el marxismo analítico, que es antidialéctico, y que bebe de las tradiciones filosóficas analíticas y pragmatistas de Inglaterra, Estados Unidos, etc. Es un tipo de marxismo en contraposición visceral con todos los anteriores, pues es académico más que político, y además ha dado pie a la entrada en las Universidades de las corrientes postmarxistas, dominantes en el llamado “mundo occidental”.

Entrevista a Santiago ArmesillaY opinas que en España el marxismo entró al margen de las corrientes filosóficas imperantes…

—No estoy diciendo que haya que reducir marxismo a filosofía. Pero entiendo necesario recordar que toda doctrina filosófica elabora una cartografía, un mapamundi de la Realidad que permita, a quien lo siga y desarrolle, moverse por dicha Realidad al tiempo que trata de comprenderla. Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario, decía Lenin. Pues bien, eso no ha ocurrido nunca en España. Aquí nunca ha habido una cartografía de la Realidad netamente marxista, salvo por importación de fuera, y de mala manera (socialdemócrata, analítica, postmarxista, trotskista, eurocomunista que se origina en Italia, leninista mal entendida, como argumento en el libro, etc). Aquí nadie ha engarzado el marxismo con la formación de España como nación política en el siglo XIX y nuestros autores liberales e ilustrados de entonces, y de ahí los problemas que se derivan de aquello respecto a la cuestión nacional española. Y excuso decir que la conexión de nuestra filosofía marxista con la tradición filosófica autóctona de España y del mundo hispano desde la Edad Media hasta hoy día, que es la escolástica católica, desarrollada por curas y, en principio, en latín, es absolutamente inexistente.

¿El marxismo debió conectar con la escolástica católica?

—Decir esto sonará a anatema para muchos, porque ¿cómo se va a desarrollar una filosofía marxista, materialista, en España en conexión con la escolástica? Los neoliberales patrios ya han conectado con la Escuela de Salamanca, y de ahí buena parte de su fuerza doctrinal. Sin embargo, la Teoría del Justo Precio de Luis de Molina, miembro de dicha escuela, conecta a Aristóteles y Santo Tomás con la teoría del valor-trabajo de la Escuela Clásica de Economía y de Marx. Aquí, sin embargo, los marxistas han mirado fuera de España, adaptando mal las ideas foráneas a una realidad histórica y política que es distinta a la de rusos, anglosajones, alemanes o chinos. El único que ha realizado dicha conexión, en su materialismo filosófico, ha sido Gustavo Bueno y su Escuela. Y de ahí mi reivindicación de su sistema y de su obra en mi libro. Por eso, entiendo que la construcción de un marxismo netamente español, y en español (iberoamericano, si se quiere), que permita conectar la lucha de clases del siglo XXI con nuestra propia tradición doctrinal e histórica, pasa por el estudio de la obra de Bueno. Habrá gente de “izquierdas” o “marxistas” que rechacen esto, pero lo hacen llevados por la inercia, que en política existe, por prejuicios derivados de las lagunas y taras políticas que trato en el libro y, en algunos casos, por pura pereza y egolatría intelectual. Sin embargo, ahora se dan las condiciones para construir nuestro propio marxismo en español.

—¿A qué condiciones te refieres?

—Bueno, afirmar que en pleno siglo XXI, en un mundo postsoviético como el actual, es posible construir, reconstruir o como se quiera, un marxismo-leninismo adaptado al aquí y ahora, puede sonar para algunos exótico o extemporáneo. Pero, a mi juicio, se trata de un proceso dialéctico, histórico. En el libro hablo de doce causas históricas que han impedido la resolución, desde el marxismo, de la cuestión nacional española. Resolución imposibilitada por la ausencia de un marxismo netamente español, y en español, porque este problema entiendo que es común a todo el mundo de habla hispana e iberófona, salvo quizás Cuba y Portugal. En Cuba hubo una revolución comunista, pero nadie conoce a los grandes teóricos cubanos del marxismo fuera de Cuba. Y Portugal fue la única nación del sur de Europa que esquivó la deriva eurocomunista, y tiene una figura histórica, tanto teórica como política, como es Álvaro Cunhal, que no existe en España. En Perú lo intentó Mariátegui, pero el maoísmo impidió esa construcción. Y en Argentina Laclau no es la vía adecuada. Pues bien, en el libro acabo afirmando que esas doce causas pueden, desde hoy, resolverse, y explico por qué. Claro que, para ello, hace falta paciencia, prudencia, trabajo, disciplina y saber a dónde se quiere llegar. Como mínimo, lo que hay que hacer es construir los materiales que los marxistas y los obreros del presente y del porvenir podrán utilizar para transformar su realidad inmediata. Tampoco renegando de lo ya hecho. No se puede hacer borrón y cuenta nueva, y la izquierda comunista en España tiene un recorrido que no se debe tirar a la basura, porque partimos de cien años de Historia y del legado de camaradas que han dado su vida por la revolución comunista, la libertad y la democracia obrera. Pero sí debemos reconstruir el camino andado, desechando lo malo, aprovechando lo bueno y transformando lo que haya que transformar. La URSS ya no existe, pero el capital, que fue causa de la Revolución de Octubre, sigue existiendo.

—¿Puedes citar esquemáticamente esas doce causas?

Hay dos causas previas a la entrada del marxismo en España, que condicionan a las demás porque sus efectos se dejan notar hasta la actualidad. La primera, y más importante, es la Leyenda Negra antiespañola. Esta es fruto de la propaganda de las elites políticas y económicas de los territorios conquistados por España en Europa en los siglos XIV, XV y XVI, sobre todo los Estados de la actual Italia y del actual Benelux, que acusaban a España de los peores crímenes posibles y de la barbarie más atroz. Con la imprenta, esta propaganda se extendió por Alemania, Francia e Inglaterra, y la utilizaron contra el Imperio Español durante la reforma protestante. Primero, acusando al catolicismo español de “marrano”, por nuestra mezcla con semitas, y después para acusarnos de los peores crímenes en América. Esta Leyenda Negra engendró hispanofobia, la cual es compartida por buena parte de nuestras izquierdas, que se estableció en España hacia el siglo XVIII, con el cambio de elites políticas de los Austrias a los Borbones, que ya traían la Leyenda Negra desde Francia. Desde entonces, para medrar socialmente entre las clases altas españolas, había que ser hispanófobo. La segunda es el krausismo, una desviación de la masonería que fue muy popular en España en el siglo XIX, y que influyó mucho en nuestra socialdemocracia. El krausismo impidió en España la entrada de la filosofía hegeliana, algo fundamental para conformar un marxismo propio, por lo que los primeros marxistas del PSOE y la UGT estaban muy influidos por Krause y nada por Hegel. Las otras causas se dan ya entrado el marxismo. Son la entrada tardía de los textos de Marx y Engels sobre España (no se tradujeron completamente hasta 1998), el peso del anarquismo como izquierda mayoritaria entre 1868 y 1939, la hegemonía socialdemócrata posterior defendiendo un federalismo de cuño alemán, cómo esta socialdemocracia asumió las tesis etnicistas del austromarxismo de Otto Bauer a través de la Internacional Socialista, el tapón histórico del franquismo como época de un limitadísimo desarrollo del marxismo, la acción anticomunista de la CIA a través de Congreso por la Libertad de la Cultura en tanto que oposición antisoviética al franquismo, la reforma eurocomunista del PCE, la caída de la URSS, la traducción tardía (también en 1998) de los textos de Rosa Luxemburg sobre la cuestión nacional y, finalmente, la sustitución del eurocomunismo por un postmodernismo filosófico en las izquierdas de cuño marxista que las lleva a la indefinición. Todo ello, en conjunto, nos lleva a la situación actual.

—Con respecto a la primera: ¿estás diciendo que la conquista de América no se realizó a sangre y fuego? ¿De verdad?

En absoluto, claro que se hizo a sangre y fuego, pero también se hizo con diplomacia, con el establecimiento de leyes, con la creación de ciudades, universidades, caminos y vías de comunicación, de imprentas, de talleres manufactureros diversos, con la creación de puertos de mar, de escuelas, de centros de jurisprudencia tanto eclesiástica como civil. La conquista de América por parte de España no se distingue de la labor que hicieron portugueses, franceses, neerlandeses o ingleses por el uso de la violencia, pues está claro que todos lo hicieron. Se distingue, en primer lugar, por el grado de violencia usado, mucho menor en el caso de España que en los otros citados, tanto en número de víctimas como en grado de abusos cometidos. Y se distingue, también, por el grado de generación de instituciones propias de la metrópoli en las tierras conquistadas, muchísimo mayor por parte de España que por parte de los otros imperios coloniales. Gustavo Bueno distingue entre imperios generadores y depredadores. Los segundos, como afirmo en el libro, cuadran con el colonialismo clásico y con el imperialismo en sentido leninista: pura rapiña, dejando a los conquistados como estaban o en peor situación. Los primeros son aquellos que reproducen las instituciones de la metrópoli en las tierras conquistadas, elevando el nivel de vida de los conquistados. España siguió la estela del Imperio de Alejandro Magno y de Roma más que la estela colonial, a pesar de la esclavitud o los abusos, que los hubo. La diferencia es que los otros imperios no sufrieron un nivel de propaganda política tan radical, intenso y continuo en su contra como el que sufrió España, y eso es la Leyenda Negra. Yo no defiendo una Leyenda Rosa de España, pero sí la verdad histórica de lo que España realizó en América. Todos los imperios depredan recursos y hacen uso de la violencia. Pero dicha violencia no es incompatible con la labor civilizatoria imperial propia de los imperios generadores. Marx habló de ello en “La dominación británica en la India”. Pero en los Grundrisse reconoce que el Imperio Español fue mucho más civilizado que el inglés. La Leyenda Negra consiste en pensar que fuimos el peor y más cruel de los imperios modernos, cuando en absoluto es verdad. Nunca hubo genocidio indígena en la América hispana, y el mestizaje y número de descendientes de indios en Nuestra América es muchísimo mayor que en la América anglosajona.

—No creo que ello sea suficiente para el perdón de las culpas, pero dicho queda. Pasemos ahora a un aspecto crucial de tu libro: el derecho de autodeterminación según Lenin, Stalin y Rosa Luxemburg. Pocos leen hoy a Lenin y Rosa, pero se ha instalado la idea de que Lenin defiende ese derecho y Rosa no. Una simplificación que no hace honor a la verdad. Comencemos por Lenin: ¿cómo entendía, y en qué contexto, ese derecho?

—Antes de comentar lo de Lenin, decir que el “perdón de las culpas” es algo muy confuso. ¿Deben pedir perdón los italianos por la conquista “a sangre y fuego” de la Península Ibérica y su romanización? ¿O los árabes? A mi juicio no. “La violencia es la partera de la Historia”, decía Engels. Pero bueno, volviendo a Lenin: él supeditó la autodeterminación, esto es, la separación de una nacionalidad, a los intereses del proletariado y de la vanguardia bolchevique que lo dirigía. En un contexto histórico, la autodeterminación será progresiva y en otro no, con lo cual no puede defenderse lo mismo en momentos históricos distintos para el mismo territorio y según las circunstancias. Además, y en esto realmente coincide con Rosa Luxemburg, la autodeterminación de las naciones, tal y como los bolcheviques lo interpretaban, tiene sentido en los imperios multiétnicos y multirreligiosos de Europa oriental, a saber, el Imperio Ruso, el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Otomano, que no cerraron sus revoluciones burguesas en el periodo clásico que Lenin señala en su texto sobre la autodeterminación, 1789-1871. Eso justificaría, según él y Stalin, la independencia de Polonia y Finlandia de Rusia, de Hungría de Austria y de Bulgaria, Grecia o Albania de los otomanos. Sin embargo, en ese periodo histórico se cierran las revoluciones nacional-políticas de Europa occidental, y los únicos casos que Lenin y Stalin ven como excepciones son Irlanda respecto del Imperio Británico y Noruega respecto de Suecia. El “ABC del marxismo” que decía Lenin, consiste en entender que la nación política, que surge de la transformación del Estado absolutista en nación de ciudadanos, es un paso histórico irrenunciable hacia la dictadura del proletariado. Lo que Lenin critica a Rosa es que ella quiere aplicar lo propio de Europa occidental a Rusia, respecto a Polonia. Pero entre ellos hay coherencia para entender el papel de la nación política burguesa como condición sine qua non para permitir la elevación de la clase obrera a la condición de clase nacional.

—¿Cuál era entonces la posición de Rosa?

—Rosa defendía una Polonia autónoma dentro de Rusia. Lenin, por el contrario, entendía que Polonia era una colonia rusa, y que por tanto tenía derecho a separarse. El derecho de autodeterminación en Lenin, dentro del Imperio Ruso, era solo para las colonias que el Imperio había conquistado desde Pedro el Grande, como Polonia y los países bálticos o Finlandia, pero también para las nacionalidades de Asia Central, conquistadas en la segunda mitad del siglo XIX. De ahí que Lenin entendiera que la autonomía administrativa de regiones dentro de un Estado republicano, unitario y centralizado, que era el modelo de Estado defendido por Marx y Engels, fuese el adecuado para las naciones políticas de Europa occidental y de América, pero no para Rusia, Austria o el Imperio Otomano, salvo que la autodeterminación conllevara también el derecho de unificación de nacionalidades. Y de ahí que Lenin y Stalin insistieran tanto en que si un territorio decidía permanecer en la Rusia socialista sería, administrativamente, una región más. Por decirlo de alguna manera, ambos, Lenin y Rosa tenían razón. La diferencia era el lugar de aplicación de eso mismo que defendían. Y en esa diferencia radica la distinción que planteo en el libro entre bolchevismo oriental (Lenin, Stalin) y bolchevismo occidental, que inicia Rosa Luxemburg.

Entrevista a Santiago Armesilla

Me pregunto qué dirían ahora Lenin, Stalin y Rosa Luxemburg sobre la aplicación del derecho de autodeterminación en la España de hoy.

—Basándonos en sus textos sobre la cuestión nacional y la autodeterminación, así como en los de Marx y Engels sobre lo mismo, y en sus textos sobre España, a mi juicio se puede afirmar sin temor a errar que dirían que no ha lugar. Que Cataluña no es una nación desde el marxismo-leninismo. Que romper, e incluso que federar o confederar la nación política española, supondría un atraso reaccionario. Que el mismo Estado de las Autonomías y la misma Constitución Española de 1978 es la superestructura ideológico-jurídica que fomenta dicho federalismo-confederalismo y dicho separatismo por su articulado descentralizador e implosivo. Me temo, por otra parte, que Marx, Engels, Lenin, Stalin y Rosa Luxemburg, si dijeran eso en la España de hoy, serían calificados de “fascistas” por el izquierdismo indefinido infantil y postmoderno dominante en nuestro país. Es más, dirían, siguiendo sus textos, que si España acaba rompiéndose, lo revolucionario sería entonces organizar nuestro Risorgimento. Es decir, nuestra reunificación, como ya hicieron Italia y Alemania en el siglo XIX, o Polonia en el siglo XX. Una reunificación, o una recentralización obrera y republicana a día de hoy que tendría no solo que resolver la cuestión nacional, sino también la internacional, nuestra inserción en la división internacional del trabajo como país de servicios y sin apenas industria pesada. La cuestión internacional influye de manera determinante en la cuestión nacional. Y es más, dirían que se necesita un PCE marxista-leninista y patriota.

Sin embargo ese no es el pensamiento dominante en la izquierda marxista.

No lo es en España por las doce causas antedichas. Lo que se llama “izquierda marxista” en España es una izquierda indefinida en verdad. No tiene un posicionamiento fuerte con respecto del Estado. Es un conjunto de retazos mal conjugados de bolchevismo oriental, austromarxismo, bundismo, eurocomunismo y, tras el 15M sobre todo, de postmarxismo. Al no existir un marxismo netamente español, que entienda que Marx y Engels afirmaron que España se conformó como nación política durante cuatro periodos revolucionarios liberales (Guerra de la Independencia, Trienio Liberal, Regencia de Isabel II y Bienio Progresista), a los que yo añado tres periodos revolucionarios más en los que el movimiento obrero ya tiene un papel fundamental (Sexenio Democrático, Trienio Bolchevique y Segunda República), esta ausencia de marxismo propio impide organizarse para que estas posiciones, que son las fundamentales y verdaderas respecto a la cuestión nacional en España, permitan conformar una izquierda políticamente definida, con un proyecto claro respecto del Estado, que no hay. Yo estoy con Lenin, “sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”, lo vuelvo a repetir. No puede desconectarse la teoría de la praxis. Pero nuestra praxis no lleva a ningún sitio, salvo a alejarnos de los trabajadores españoles, porque hemos carecido de teoría.

 

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